sábado, 27 de agosto de 2011

¿Qué es el Estado y qué es el gobierno?. Los conceptos de Estado y Gobierno.

Estado y gobierno

Por: Sinesio López Jiménez (Sociólogo)

Cada vez que se produce un cambio democrático de gobierno aparecen en el escenario dos errores más o menos conocidos. Por un lado, los que triunfan en las elecciones generales creen que han obtenido el Estado como parte del botín. Esto ha sucedido especialmente con los partidos más organizados como el Apra que, en sus dos gobiernos anteriores, llenó el barco estatal de compañeros: una expresión clara de nuestra acendrada tradición patrimonialista. Por otro, los que pierden las elecciones niegan a los triunfadores el derecho a gobernar y a ocupar los puestos de mando del Estado. Eso hace parte de nuestra escasa tradición democrática de la alternancia en el poder.

El partido que triunfa en las elecciones obtiene, no el Estado, sino el gobierno. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué es el Estado y qué es el gobierno? El Estado es una macroestructura (integrada por el sistema legal, la burocracia, el monopolio de la violencia, la distribución del poder en el territorio y un sistema de referencia política para la nación) organizada para ejercer el dominio político y construir el orden legítimo. Cuando la ley domina y limita a todos los elementos que integran el Estado, este se llama Estado de Derecho. Este no es totalmente el caso peruano. Tenemos normativamente pero no efectivamente un Estado de Derecho en la medida que la ley no llega realmente a todo el territorio ni a todos los peruanos por igual. Tampoco la seguridad, la educación, la salud y la nutrición llegan a todos los peruanos por igual. El Estado en el Perú es más chico que la sociedad y que el territorio peruano en el que ejerce su jurisdicción.

El gobierno es, en cambio, una parte del Estado constituida por el conjunto de puestos de mando que lo pone en marcha. Esos puestos de mando son ocupados legítimamente por el elenco gubernamental del partido ganador. En las últimas elecciones, el triunfador fue Ollanta Humala respaldado por una corriente nacionalista, una corriente de izquierda y otra democrático-liberal. Es legítimo, por consiguiente, que los representantes de estas corrientes gobiernen y es legítimo también que el presidente Humala invite a representantes de otras corrientes (que no triunfaron) a participar en un gobierno de concertación. Lo que no es justo es que los que perdieron las elecciones cuestionen la legitimidad de los triunfadores y sus representantes para gobernar.

Se cuestiona, por ejemplo, que el Presidente coloque a militares retirados en algunos puestos de gobierno. Cuando los nombra el presidente Humala está mal, pero cuando los nombraba García estaba muy bien. Si los militares retirados son fujimoristas la derecha les da la bienvenida, pero cuando no lo son se irrita y grita contra el militarismo que supuestamente nos amenaza. Algunos críticos, autoerigidos en sumos pontífices de la gobernabilidad, se han atrevido incluso a descalificar a destacados oficiales retirados antes de haber ejercido sus funciones. Lo mismo sucede con la izquierda y sus cuadros. A la derecha le duele que los intelectuales y tecnopolíticos de izquierda, que apoyaron la candidatura de Ollanta Humala, que se han formado en las mejores universidades del Perú y del extranjero y que tienen experiencia de gestión, participen en el gobierno.

La ultraderecha transforma la discrepancia en discriminación y, si pudiera, la transformaría en muerte. Entonces sería feliz. El Perú sería un paraíso sin izquierdistas. Señores de la derecha y la ultraderecha: salvo en dos o tres ocasiones, Uds. han gobernado durante dos siglos y lo han hecho muy mal. Si quieren volver a gobernar esperen cinco años, compitan y ganen las elecciones. No chantajeen ni esperen que les regalen el gobierno, habiendo perdido.

P.S.: Acabo de ver la genial caricatura de Carlín (LR, 12 de agosto) en la que connotados personajes de la derecha quieren atarantar al presidente Humala gritándole: ¡Dobla a la derecha! ¡No mires al retrovisor! ¿Por qué no hablas? ¡Más despacio! ¡No toques los cambios! ¡No me das confianza! ¡Eres oscuro! Caricaturistas como Carlín son los mejores analistas de la coyuntura política.

Fuente: Diario La República (Perú). Sáb, 13/08/2011.

martes, 23 de agosto de 2011

Políticas de discriminación positiva a favor de las minorías en EE.UU. Reacción de los grupos ultraconservadores (Tea Party).

Aún hacen falta cuotas raciales

Las políticas de EE UU a favor de hispanos y negros despiertan el victimismo en una minoría blanca - Las tasas de pobreza revelan la desigualdad.
Por: David Alandete 

El racismo se disfraza, hoy en día, de victimismo. Según diversos estudios recientes en Estados Unidos, después de medio siglo de políticas gubernamentales para acabar con la segregación institucional, una minoría blanca se siente discriminada y exige que se dé por acabada la protección del Estado a grupos raciales y étnicos minoritarios, principalmente afroamericanos. Defienden esos nuevos agraviados blancos que las diversas razas ya están en igualdad de condiciones y que, en tiempos de crisis económica, las empresas deberían tratar a todos los ciudadanos con imparcialidad y los Gobiernos deberían abstenerse de malgastar fondos en políticas de igualdad. Las estadísticas socioeconómicas, sin embargo, les contradicen. Las divisiones raciales siguen tan abiertas como siempre. Recientes investigaciones aseguran que el racismo no es un juego de estrategia, como quieren ver algunos, en el que unos ganan a costa de otros: es un mal institucionalizado que aun no se ha erradicado de la sociedad.

Un reciente estudio de dos investigadores de dos reputadas universidades constata un incremento de la victimización blanca en EE UU. Esos expertos, Michael Norton, de Harvard, y Samuel Sommers, de Tufts, han encuestado a ciudadanos norteamericanos regularmente desde los años cincuenta y han llegado a la conclusión de que hoy en día una minoría blanca está convencida de que es víctima "de un emergente sentimiento de prejuicio antiblanco". Atestiguan los profesores la existencia de "una tendencia general que está ganando terreno entre los blancos de Norteamérica hoy en día: la idea de que los blancos han sustituido a los negros como víctimas principales de la discriminación". Esa idea ha ganado muchos adeptos entre las filas del Tea Party, el movimiento ultraconservador albergado en el ala derecha del Partido Republicano de EE UU.

Hace ahora un año, ese grupo radical aprovechó el icónico aniversario de uno de los discursos más célebres del activista Martin Luther King [el celebrado I have a dream] para reunirse en el mismo lugar en que este lo pronunció: el monumento a Lincoln, en Washington. Miles de personas respondieron a la convocatoria de Glenn Beck, un comentarista muy polémico y apreciado en esos círculos. Él mismo había dicho, en 2009, en su programa de televisión, algo que refleja ese nuevo sentimiento de racismo inverso, en referencia a Barack Obama, primer presidente afroamericano del país: "Este presidente, creo yo, se ha desenmascarado repetidamente como un tipo que tiene un odio muy asentado en contra de los blancos y de la cultura blanca".

Norton y Sommers aseguran en su estudio, titulado Los blancos ven el racismo como un juego de suma cero que ahora pierden, que hay más blancos que negros que creen que ahora hay plena igualdad entre razas. Entre esos blancos, un grupo reducido asegura que esa igualdad se ha conseguido a su costa, de ahí el concepto de suma cero, que en teoría del juego se utiliza para describir una situación en la que las ganancias de una parte (la igualdad de los negros) se consiguen a costa de las pérdidas de otra (desventajas para los blancos). "A efectos prácticos", aseguran los profesores, "las políticas de discriminación positiva diseñadas para incrementar la representación de las minorías, han hecho que la atención de los blancos se centre en las cuotas que afectan a su acceso a la educación o a puestos de trabajo, algo que afecta negativamente a sus recursos".

Desde los años cincuenta, y según las estadísticas de esos investigadores, ha descendido de forma radical la noción de que hay discriminación contra los negros. Hoy en día, un 11% de los blancos encuestados opina que hay un predominante racismo antiblanco en la sociedad actual. Solo un 2% de esos mismos caucásicos asegura que pervive aún un sentimiento institucional de racismo contra los negros. Esa tendencia se ve en diversos ámbitos de la sociedad y sería un error tacharla de residual o marginal. En el ámbito académico, han surgido en las pasadas dos décadas nuevas disciplinas aunadas en un campo bautizado como Estudios sobre raza blanca, impartidas en instituciones universitarias diversas. Es una imitación de los llamados Estudios afroamericanos, surgidos en los años de lucha por los derechos civiles, el siglo pasado.

Uno de los síntomas del sentimiento de animosidad entre ciertos ciudadanos blancos llegó en 2003 a la máxima instancia judicial del país, el Tribunal Supremo. Se trata del caso Grutter v. Bollinger, en el que la estudiante Barbara Grutter, blanca, de 43 años, demandó a la Universidad de Michigan por denegarle una plaza en su facultad de derecho. Alegó que, por lo general, en la mencionada universidad se evaluaban las solicitudes en una escala de 150 puntos. A personas de raza negra o etnia hispana se les daba una ventaja automática de 20. La escuela de derecho no se atenía a ese mismo sistema de puntuación pero, según Grutter, operaba de una forma similar. La solicitante afirmó que, a pesar de sus impecables notas, se la había rechazado por las cuotas raciales. Añadió que, atendiendo a cifras de 1999, la universidad había aceptado a un 81% de negros y solo un 3% de blancos con credenciales idénticas.

A respaldarla acudieron entonces diversos abogados de la administración de George W. Bush, que alegaron que la Universidad de Michigan no actuaba de forma neutral en cuanto a la raza de sus alumnos y que las cuotas en esa y otras universidades podían resultar inconstitucionales. El Supremo se decantó, en una votación ajustada, por mantener la diversidad en las instituciones educativas con el uso de políticas determinadas. El tribunal autorizó a los rectorados para que siguieran considerando el color de piel a la hora de conceder plazas en sus programas educativos.


"La participación efectiva de todos los miembros de todos los grupos raciales y étnicos en la vida civil de nuestra nación es esencial en el sueño de alcanzar una nación indivisible", dijo, en la opinión de la mayoría, la juez Sandra Day O'Connor. En esa sentencia, recordaba la juez que habían pasado 25 años desde que el Supremo autorizara por primera vez el uso de cuotas. "Desde entonces, el número de solicitantes que pertenecen a minorías y que vienen con notas medias más altas ha aumentado", añadió. "Esperamos que, dentro de 25 años, el uso de preferencias raciales ya no sea necesario para avanzar este tipo de intereses". Han pasado ocho de esos 25 años. La esclavitud acabó en Norteamérica en 1865. La segregación fue declarada inconstitucional por el Supremo en 1954. Pero las cifras de desigualdad entre caucásicos y afroamericanos en EE UU han mantenido un notorio abismo que existe desde hace décadas.

Según datos de la oficina oficial del censo norteamericano, correspondientes a 2010, hay toda una colección de indicadores en que las personas de raza negra presentan una notable situación de agravio comparativo en términos socioeconómicos.

Los datos hablan por sí mismos: si hay un 7,9% de blancos que no acaba la educación secundaria, la proporción se duplica, hasta un 15,8%, entre los negros. Entre los afroamericanos, el paro es del 16,7%, una cifra que se desploma de nuevo a la mitad, un 8,7%, entre los blancos. Un 25,8% de los negros vive bajo en el nivel de la pobreza, frente al 9,4% de blancos. En términos de riqueza se aprecia que un 4% de los afroamericanos gana más de 100.000 dólares al año, porcentaje que se triplica entre los blancos, hasta el 12%. Entre las personas de raza negra, el 21% carece de seguro médico. En el caso de los blancos, el porcentaje, de nuevo, decrece a casi la mitad (12%).
Otro de los grandes indicadores de desigualdad socioeconómica es el de la demografía carcelaria: cuántos afroamericanos hay en las prisiones norteamericanas. En 2009 había en EE UU una población general de presos de 1,6 millones. Según un informe del Departamento de Justicia federal, "los varones negros no hispanos, que acumulan un porcentaje de encarcelamientos de 4.749 presos por cada 100.000 residentes norteamericanos, pasan por prisión a un ritmo que es más de seis veces mayor que el de varones blancos no hispanos (que es de 708 presos por cada 100.000 residentes norteamericanos) y que es 2,6 veces mayor que el de los varones hispanos (que es de 1.822 presos por cada 100.000 residentes)". En 2003 ya avanzaba un estudio del Gobierno federal que un 30% de los hombres negros nacidos tras 2001 pasará a lo largo de su vida por una prisión.

Son indicadores claros de una desigualdad socioeconómica estructural. "Existe esa idea de que los blancos son un grupo racialmente oprimido", explica Charles Gallagher, que dirige el departamento de Sociología de la Universidad de La Salle, en Filadelfia. "Aseguran esos grupos blancos que América ya está en una fase en la que la raza es indiferente, y que mantener políticas de protección a las minorías es discriminatorio. Pero dejan fuera de ese argumento todas esas desigualdades institucionales. No hay discriminación institucional o apoyada por el Gobierno, pero sigue habiendo barreras socioeconómicas a las que los afroamericanos se enfrentan desde una edad muy temprana. Se debe estar ciego para no ver las desigualdades que aún existen entre blancos y negros en este país, que afectan negativamente a estos últimos".

Hay una tendencia, en ciertos círculos académicos, a defender que las razones del atraso afroamericano obedecen a indicadores culturales. Es decir, hay quienes defienden que existe una cultura que, carente de ambiciones, fomenta la pobreza y la dependencia del Estado. No es algo nuevo: el senador demócrata Daniel Patrick Moynihan ya publicó, en 1965, un estudio en el que detallaba las razones y las consecuencias de esa cultura de la pobreza negra. Sin rubor, el senador escribió: "La comunidad negra se ha visto empujada hacia una estructura matriarcal que, dado que no está en consonancia con el resto de la sociedad americana, impone un serio retraso en el progreso de ese grupo en general, e impone un aplastante peso sobre el varón negro". Es decir, padres ausentes, que no trabajan, y madres que deben cuidar de sus hijos a solas, dependientes de la seguridad social.

El diario The New York Times decía recientemente que esa teoría cultural, que está viviendo cierto resurgimiento, es como el pérfido Lord Voldemort en la saga de Harry Potter: "Su nombre no puede ser pronunciado en círculos académicos". Según el sociólogo Charles Gallagher, "de entre todos los argumentos que en el pasado han sustentado las teorías racistas, ahora se ha elegido el de la cultura. Algunos grupos, blancos en su gran mayoría, dicen que las razones de la desigualdad son culturales. Es decir: apuntan hacia comportamientos gregarios de grupo para justificar las elevadas cifras de encarcelamientos o de pobreza entre los afroamericanos. Afirman que esas realidades obedecen a una cultura, la afroamericana, que fomenta el abandono o el absentismo laboral".

El profesor, como otros intelectuales y políticos progresistas de EE UU, disiente. "Lo que se les debería preguntar a aquellos que defienden esa tesis cultural, que esconde un racismo ya clásico, es si los 40 millones de personas que viven bajo el nivel de la pobreza en EE UU son todos vagos", explica. "Lo cierto es que hay toda una serie de indicadores que demuestran que los niños afroamericanos siguen teniendo muchas barreras sociales y educativas, que aún son estructurales, para llegar tan lejos como los blancos. Las respuestas no pueden ser solo culturales o de estilo de vida".

¿Es usted racista sin darse cuenta?
Discriminar con motivo de raza no es algo que siempre se haga de forma reflexiva y consciente. En la mayoría de ocasiones la preferencia de la raza blanca sobre la negra se hace de forma automática e irreflexiva. La Universidad de Harvard lanzó, en 1998, un proyecto online de análisis de las preferencias instantáneas de la ciudadanía, abierto a cualquier internauta, bautizado como Project Implicit. Después de 13 años y 4,5 millones de pruebas efectuadas en países de todo el mundo, una de las conclusiones principales confirma que existe en la sociedad norteamericana una discriminación institucionalizada: entre el 75% y el 80% de las personas caucásicas y asiáticas muestran una preferencia implícita automática de la raza blanca sobre la negra. En el proyecto participan también las universidades de Washington y Virginia.

El test es muy sencillo, y funciona con la asociación de fotos de personas blancas y negras con vocablos y conceptos como bueno o malo, paz y guerra, éxito o fracaso. Aun en personas que creen y defienden que no prefieren una raza sobre la otra, los resultados entre los caucásicos son en su mayoría de preferencia débil, moderada o fuerte hacia su propia raza. Los investigadores aseguran que entre las personas de raza negra las respuestas son más variadas: algunas registran una mayor tendencia a ver positivamente a las personas de su raza y otras prefieren la raza blanca sobre la suya propia.

Fuente: Diario El País (España). Martes, 23/8/2011.

Recomendado:

Libro: "La discriminación positiva en el mundo", Thomas Sowell.

domingo, 7 de agosto de 2011

Relación de la densidad del Estado con el índice de desarrollo humano en las poblaciones.

Estado y desarrollo

Por: Sinesio López (Sociólogo)

Si se relaciona la densidad del Estado con el índice de desarrollo humano en el Perú, el resultado es el siguiente: a más Estado, más desarrollo humano; y a menos Estado, menos desarrollo. Para decirlo con más precisión: aquellas regiones, provincias y distritos que tienen más y mejor Estado tienen también un mayor nivel de desarrollo humano. El año pasado, el PNUD publicó los resultados de una investigación revolucionaria (que comenté oportunamente en esta columna semanal) sobre lo que ese organismo internacional denomina densidad del Estado.

Con este concepto y su respectiva operacionalización, el PNUD medía la presencia del Estado y de sus políticas sociales en las diversas regiones y provincias del país. Se utilizaron diversos indicadores: educación, salud, saneamiento (agua y desagüe) y electricidad; pero se dejaron de lado otras políticas igualmente importantes (seguridad y justicia) probablemente porque son difíciles de cuantificar. Mi hipótesis es que, si hubieran tomado indicadores de justicia (legalidad efectiva) y de seguridad para los ciudadanos, el mapa de la densidad estatal habría presentado contornos más acentuados y precisos.

Desde hace más de una década, el PNUD publica anualmente el índice de desarrollo humano que mide el nivel de bienestar de la población utilizando diversos indicadores de educación, salud (esperanza de vida) y economía (PBI per cápita). Debido a que se repiten los indicadores de educación en ambas mediciones, es mejor relacionar la densidad del Estado con los ingresos familiares per cápita y el resultado es más intenso: a más Estado, más ingresos familiares per cápita, esto es, más desarrollo; y a menos Estado, menos desarrollo. Sociológicamente se puede sostener fundadamente lo siguiente: el nivel de densidad del Estado acompaña la estratificación social, esto es, las clases sociales acomodadas tienen más Estado (salud, educación, justicia y seguridad) que los pobres.

¿Indica la relación entre la densidad del Estado y el nivel de desarrollo (ingresos familiares per cápita) algún tipo de causalidad? Mi hipótesis es que existe entre ambos fenómenos una relación causal que no es lineal sino circular. Es probable, sin embargo, que el primer impulso haya sido lineal y haya provenido del Estado. En efecto, sin seguridad jurídica y sin promoción estatal (políticas económicas monetarias y fiscales, estabilidad macroeconómica, inversión en infraestructura, calificación de la mano de obra) a la acumulación privada (capitalista) no hay crecimiento económico. Esta es la parte del Estado que les encanta a los grandes grupos empresariales y a la derecha. Es su paraíso estatal.

Hay otras partes del Estado que no les gustan para nada (los impuestos para sostener el Estado) y hay otras que francamente rechazan (el reconocimiento de los derechos sociales universales y las políticas de igualdad de oportunidades: educación, salud, justicia y seguridad de calidad para todos). Quieren un Estado sólo para ellos. Ese que actualmente existe, según el mapa de densidad estatal del PNUD. Que los pobres se mueran sin mercado y sin Estado. Y si el Estado pretende asumir un rol promotor del desarrollo de algunos sectores deprimidos de la economía lanzan alaridos como posesos en defensa de la sagrada Constitución de 1993 (promovida por los organismos financieros empresariales, por asaltantes del fisco y por golpistas que querían perpetuarse en el poder).

Tengo la impresión de que la grita proviene más de la derecha política (ignara y primitiva) que de los grandes grupos empresariales, que son pragmáticos. A ellos el actual gobierno les ha garantizado no solo reglas de juego claras y precisas (el Estado que les gusta) para que inviertan y acumulen, sino que también les ha aceptado representantes en el gabinete y en los aparatos económicos. La relación entre el Estado y el mercado (y el desarrollo) depende de la correlación política de fuerzas en el país. Si estas han cambiado, es normal que esa relación cambie de igual modo. Así de simple.

Fuente: Diario La República. Sáb, 06/08/2011.