Disidencias. A propósito de los idiotas
Alberto Adrianzén Merino (Sociólogo)
Hoy la palabra idiota está de moda. Según el Diccionario de la Real Academia Española, idiota es aquella persona "tonta, carente de entendimiento". Sin embargo, hay otro significado de idiota e idiotez, que va más allá del simplismo y del insulto. Incluso, de los idiotas llamados "carnívoros" o "herbívoros".
Giovanni Sartori, en su obra más importante: Teoría de la democracia, define la idiotez como lo opuesto a la "polites": "para los griegos, hombre y ciudadano significaban exactamente lo mismo, de la misma forma que participar en la vida de la polis, de su ciudad, significaba vivir. Lo que no quiere decir que el polites no gozara de libertad individual en el sentido de un espacio privado existente de facto. Pero el significado y el valor de esta noción lo revelan el término latín privatus y su equivalente griego idion. En latín privatus, es decir, privado, significa privado (del verbo privare, privar de algo), y el término se empleaba para designar una existencia incompleta e imperfecta en relación con la comunidad. El vocablo griego idion (privado), en contraste con koinon (el elemento común), denota aún con mayor intensidad el sentido de privación. De acuerdo con ello, "idiotes" era un término peyorativo que designaba al que no era polites "un no ciudadano y, en consecuencia, un hombre vulgar, ignorante y sin valor, que solo se interesaba por sí mismo" (págs. 352-353). Se puede definir, por lo tanto, al idiota como aquella persona que no se ocupa de los asuntos públicos sino solo de sus intereses privados.
Y si bien es cierto que ese debate fue planteado por los griegos hace ya muchos siglos, cierto es también que la teoría y la filosofía políticas modernas (llámese liberal), representan el triunfo de la "idiotes" (en sentido griego). Dicho en palabras simples: es el nacimiento del individuo disociado del ciudadano y de la pertenencia a una comunidad. El individuo tiene un valor en sí mismo. Por ello, el paradigma del hombre moderno es Robinson Crusoe, personaje que no requiere de otro individuo para reconocerse como tal, salvo su convivencia con un perro que le recuerda su condición de humano. Su humanidad está en él mismo y no en los otros. Fue el francés Benjamín Constant, crítico de la Revolución Francesa, en su famoso discurso en el Ateneo de París en 1819: "Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos", el que le da, finalmente, la partida pública de nacimiento a este individuo moderno.
Hoy pocos discuten la importancia de la "idiotes", es decir del individuo y del individualismo en la vida democrática y social. Ahí no radica el problema; más aún, cuando sabemos que la "polites", es decir, este esfuerzo por vivir en una comunidad imaginada, muchas veces, ha conducido a los hombres al terror y al totalitarismo al invadir la esfera privada. Otro es el problema.
Es que estos "idiotas" modernos, por llamarlos de algún modo, creen que la justicia (incluyendo la social), como un acto consciente de los hombres, es un error. La idea de que la justicia es un contrato (o pacto) para no hacer mal y evitar sufrirlo, como dirían los griegos y más adelante Hobbes, no es posible. Ello supondría "corregir" un orden social que es concebido, como dice Hayek, como "el resultado de las acciones de los hombres pero no de sus propósitos". La realidad, se convierte en una "externalidad" que los hombres no pueden controlar ni cambiar. No es posible una sociedad autorreflexiva capaz de reformar el orden social.
www.albertoadrianzen.org
Fuente: Diario La República. 03 de marzo del 2007.