domingo, 23 de septiembre de 2012

La ultraderecha peruana, el término "Caviar" y los valores post-materialistas.

Los Caviares Desde Otro ángulo

Por: Steven Levitsky (Politólogo y profesor en la Universidad de Harvard)

Simpatizo con el magistrado de la CIDH que preguntó por el significado de “caviar” en el “idioma peruano”. Nunca entendí bien qué era. Primero, pensaba que era una copia  del término francés “izquierda (gauche) caviar.” Parecía una expresión del marxismo bruto, en lo cual nuestra ideología debería corresponder a nuestra clase social. Desde esa óptica, el caviarismo era una especie de “falsa conciencia,” dado que solo los obreros, y no los acomodados, deben ser de izquierda.  Pero en el Perú, no eran los marxistas ortodoxos que hablaban de la izquierda caviar. Era la derecha, que supuestamente abraza la idea –liberal– de que cada individuo forma libremente sus opiniones.  

Mi confusión se ha profundizado en los últimos años.  “Caviar” ya no se aplica solo a figuras de centro-izquierda, sino también a liberales del centro y centro-derecha, como Augusto Álvarez, Rosa María Palacios, Beatriz Merino y hasta Mario Vargas Llosa.  Hoy en día, no es necesario hablar a favor de los pobres y la redistribución para ser caviar.

¿Qué es lo que distingue a los caviares del resto del mundo, entonces?  Según Carlos Meléndez, los caviares combinan el liberalismo político (defensa de las instituciones democráticas y los derechos ciudadanos) con un “estilo de vida acomodada”, un “desviado sentido de la realidad”, y cierta intolerancia (el caviar “siempre cree tener la razón”). En otras palabras, combinan elementos ideológicos con elementos sociales, culturales y hasta socio-psicológicos.  

Quizás la parte social tenía significancia en el pasado, cuando “caviar” se utilizaba de una manera más precisa, pero hoy en día carece de sentido.   Los caviares forman–igual que sus rivales– parte de la élite limeña.  Y nadie en esa élite tiene monopolio sobre la vida acomodada, un desviado sentido de la realidad, o la intolerancia.   Todos tienen un estilo de vida más o menos acomodado.  Y el desviado sentido de la realidad es un problema para toda la élite limeña.  Claro que hay caviares con poco conocimiento de la realidad social y política, pero hay una enorme cantidad de anticaviares que sufren de exactamente lo mismo.  ¿Acaso los PPKausas o los lectores de Aldo Mariátegui conocen mejor la realidad de Cajamarca o de Puno?   Tampoco los caviares se distinguen por su intolerancia.  Hay, sin duda, caviares que están poco dispuestos a reflexionar (o repensar sus opiniones) sobre lo ocurrido en los años 90 –y la falta de reflexión esta mal–.  Pero no me vengan a decir que los figuras anticaviares (Mariátegui, Rey, Cipriani, Martha Chávez) son más tolerantes.

Si nadie en la élite limeña tiene monopolio sobre la vida acomodada, un desviado sentido de la realidad, o la intolerancia, estas no son características que distinguen a los caviares de los no caviares.   Son cojudeces.  Las diferencias reales –por lo menos hoy en día–son políticas e ideológicas.  Lo que sí comparten Villarán, García- Sayán, Álvarez Rodrich y mis amigos de la PUCP son ciertos valores, sobre todo un fuerte compromiso con los derechos ciudadanos y las instituciones democráticas.  En muchas democracias, esa orientación no es polémica, pero en el Perú lo es.  Y lo es porque la experiencia de los años ochenta y noventa generó un contexto político distinto.  A diferencia de Argentina, Brasil, Chile o Colombia, una defensa rigurosa de los derechos humanos en el Perú genera conflicto con actores importantes, como el fujimorismo, las fuerzas armadas, y hasta el Arzobispo.  Y peor aún, choca con la opinión pública. Los peruanos enfrentaron un “tradeoff” (o selección) muy duro en los noventa: entre los derechos y la institucionalidad democrática, por un lado, y el orden y la seguridad por el otro.  Después de una década de violencia, una mayoría optó –junto con Fujimori– por el orden y la seguridad.  La minoría que seguía (y sigue) priorizando los derechos humanos y las instituciones democráticas son, hoy en día, los caviares.  Es una orientación políticamente incorrecta en el Perú.  Defender los derechos de los que son acusados de terrorismo, o de los activistas radicales que quieren acabar con la minería, choca fuertemente en una sociedad que sufrió Sendero y el tremendo colapso económico de los ochenta.  Me parece que el verdadero pecado de los caviares no es tomar café en La Baguette sino priorizar los derechos en una sociedad que, en su mayoría, opta por el orden.  

Pero la historia podría darle la razón a los caviares.  Si ser caviar es defender los derechos y las instituciones, hay evidencia empírica que el caviarismo beneficia al país.  Según varios estudios publicados en la última década (por ejemplo, los de Dani Rodrik y Daron Acemoglu y James Robinson), la institucionalización de los derechos y la fortaleza de las instituciones son claves para el éxito económico en el largo plazo.  Si los caviares son los que luchan por la institucionalización de los derechos y la fortaleza de las instituciones en el Perú, hay que aplaudirlos.

Y hay más: el desarrollo económico genera más caviares. Los valores caviares –sobre todo, la defensa de los derechos y su extensión a grupos que históricamente no han gozado de ellos (mujeres, homosexuales, indígenas)–son valores posmaterialistas. Son banderas que tienen poco que ver con los propios intereses materiales, como el trabajo o mejores salarios.  Como ha demostrado el politólogo Ronald Inglehart, el posmaterialismo solo surge en los sectores que tienen sus necesidades materiales satisfechas: la clase media-alta.  (Los que tienen que preocuparse todos los días para mantener a su familia no tienen el lujo de luchar en defensa del medio ambiente o los derechos de los homosexuales.) Por eso, el posmaterialismo es mucho más fuerte en las sociedades industrializadas, donde casi todos son de clase media para arriba.   Según Inglehart, el porcentaje del electorado español, alemán, francés y norteamericano que es “posmaterialista” creció de 10% en 1970 a 25% en 2000. Este cambio fue producto del desarrollo socioeconómico.  En todos los países del mundo, hay una fuerte relación entre la riqueza y la educación, por un lado, y las orientaciones posmaterialistas por el otro.

El Perú sigue siendo mayoritariamente materialista.  Pero el cambio se viene, y el crecimiento económico lo acelera.  Más riqueza y más acceso a la educación generan más liberales posmaterialistas –o, traducido en idioma peruano, caviares–.  Un Perú desarrollado será un país mucho más caviar que hoy.

Fuente: Diario La República (Perú). 16 de septiembre del 2012.

Intentando explicar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos que es un "Caviar" en el Perú.



El caviar en las cortes internacionales

Por: Pablo Quintanilla (Filósofo y profesor de la PUCP)

Lamentable fue escuchar a nuestros compatriotas intentando explicar, a un magistrado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el significado de la palabra “caviar” en el argot limeño, al haber sido empleado por el juez Villa Stein. Pero también es interesante la contribución de Aldo Mariátegui al debate (Correo, 28/08/2012).

Según Aldo, caviares son aquellos sesentones con un pasado (o presente) de izquierda, que se sienten mal “por vivir en un país pobre” y que trabajan en ONGs, defienden los derechos humanos y la ecología, y tienen gustos burgueses como el vino, la playa y los viajes. Sostiene que, por extensión, el término se aplica a los jóvenes que creen en los derechos humanos y la ecología “porque está de moda”, son panteístas y les gustan los gatos, los anteojos raros y las bufandas. Considera factible que la Democracia Cristiana haya sido la cuna de la caviarada y que Bustamante y Rivero haya sido un protocaviar. Los escépticos pueden consultar: diariocorreo.pe/opinion/noticias/1114612/columnistas/caviar-dicese-de 

Ahora bien, si eliminamos lo anecdótico (como gatos y bufandas), nada de eso es objetable, excepto ser de izquierda para quien no lo es. Pero es una obvia petitio principi cuestionar a un izquierdista por ser de izquierda. Por eso, la discusión debe pasar al terreno empírico para determinar qué políticas socialistas, si alguna, pueden ser viables. Ese debe ser un debate técnico y no basado en prejuicios.

En cuanto a los derechos humanos, estos se han ido poniendo progresivamente “de moda” desde, por lo menos, la Declaración Inglesa de Derechos de 1689, que estableció ciertos principios que limitaban el poder del soberano y protegían a los ciudadanos. En 1789 la Revolución Francesa dio origen a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y la actual Declaración de los Derechos Humanos fue promulgada en 1946 por la Naciones Unidas. Así, los derechos humanos “están de moda” desde el siglo XVII, por lo menos para quienes no los lesionan. Si los jóvenes de hoy tienen más convicción en ellos que las generaciones pasadas, el mundo está progresando. Si además son ecologistas, mejor aún.

Lo que molesta a Aldo es que alguien con un discurso socialista tenga gustos burgueses, pues lo considera incompatible. Pero no lo es, especialmente si son gustos pequeñoburgueses y universales como los derechos humanos mismos, como el vino o la playa. El problema real está en tener un discurso superficial y hueco, adquiriendo poses inauténticas y frívolas, ya sea si estas son marxistas, fascistas o monárquicas. Así como hay una frivolidad de izquierda, también hay una de derecha, y ambas son desagradables por la misma razón: la pose, no la ideología, que en ambos casos debe ser materia de debate académico. Por ello, mi definición de caviar es más corta: palabra empleada por la derecha autoritaria peruana, para descalificar a quien tenga la osadía de cuestionar algún detalle de lo que esta considera que es la verdad absoluta.

Fuente: Diario 16 (Perú). 06 de septiembre del 2012.

Aldo Mariátegui y la descalificación política a través del término "Caviar".


Caviar: Dícese de...

Por: Aldo Mariátegui (Director del diario Correo)

Ya lo hemos hecho anteriormente, pero dada la ignorancia jurídica de nuestro procurador ante la CIDH y para gozo de mi querida gallada de fans en la web (JM Robles, Víctor Hugo, José Carlos G, Ángel, Godoy, Ángel García Catalá, Natilla, Aldo Cadillo, Morsa, Scarface, JC Palacios, Goyo, Fernando Muñoz, Chinaski, Roberto Lazarte, Delvis Sánchez, Carlos, Alan Ele, Carlos Aguilar, Artemisa Luna, Adrián Lazarte, Ricardo Reátegui, Oscar Baldeón, Aiapaec, Marcos Oporto, etc...), vamos a volver a definir -muy superficialmente- qué es un caviar.

El término procede de la Francia socialista de Mitterrand y fue importado aquí por Hebert Mujica. Inicialmente definía a todo ese segmento de limeños, blancos o blancones; pudientes o clasemedieros; que nacieron en la década de los 40 y hasta comienzos de los 50; de apellidos "bien" muchas veces (o unidos para que suenen así, como García con Sayán); que estudiaron en colegios religiosos (muchos marcados por el rojerío jesuita); que de adolescentes fueron a menudo católicos culposos (se sentían mal por vivir bien en un país pobre); que de jóvenes militaron en la extrema izquierda o la Democracia Cristiana (hay quienes dicen que la cantera auroral fue ésta, con Bustamante y Rivero como un protocaviar) y también fueron rabiosamente antiapristas como única herencia ideológica paterna; que no se atrevieron a ser Javier Heraud; que se dedicaron a fundar grupúsculos radicales (la emblemática Vanguardia Revolucionaria. PCR, PUM); que se dedicaron a estudiar carreras típicas (sociología, antropología, sicoanálisis, siquiatría, historia... muy pocos Derecho) básicamente en la PUCP y bajo la tutela del cura MacGregor; que se sentían hijos del 68 e intelectuales con referentes franceses (Sartre, Foucalt, Godard, Lacan, Althusser), que se deslumbraron con Castro, el Che, Allende y el sandinismo; que despreciaron a Patria Roja por cholos; que ya mayores encontraron un cómodo modo de vida como consultores en el sistema de ONGs de Derechos Humanos, ecologistas, etc. y también les encanta trabajar en el Estado (muchos anduvieron incluso metidos con el fujimorismo) y que ya maduros han descubierto el discreto encanto de la burguesía (las 4x4, la casa en la playa, los colegios caros, los viajes, los buenos restoranes, el buen vino, la ropa ficha) sin las culpas de la juventud. Debieron nacer en Chile o Uruguay.

Los caviares lograron -sin éxito electoral, pero en base a infiltrarse- una hegemonía en la cultura diaria tras la caída de Fujimori. Infiltraron al gobierno toledista, se hicieron muy fuertes -y aún lo son- en el PJ, la DP y la fiscalía (y otros entes, como Reniec), controlaron El Comercio y P-21 por un buen tiempo (aunque su fortín eterno es La República) y sus ONGs tuvieron su apogeo. Su gran pulmón es la ex PUCP (allí se dan chambas, se publican, se consiguen becas, etc... Por eso la pelean como gato panza arriba, ya que los europeos y gringos -USAID, Fundación Ford- han apretado la bolsa a las ONGs). Y han tenido como compañeros de viaje a los "fujicaviares" o gente vinculada a ese gobierno que se han vuelto caviarones para pasar piola (por ejemplo RMP, AAR, Umberto Jara) frente a su pasado. Y también hubo supuestos liberales que les coquetean para sentirse como muy abiertos de pensamiento (tipo Beatriz Merino). Esta caviarada típica se casó con Humala (sin que les importe el "Capitán Carlos") y ganaron Lima gracias a Bayly y el torpe pepecismo (y la han retenido gracias a Reniec).

Por extensión, ahora se le aplica también el término caviar -o caviarines- a toda esta nueva hornada de jóvenes y weberitos que subyugados por lo "políticamente correcto" porque se sienten especiales, inteligentes, interesantes y nada generosos si son zurdillos; porque sus románticos idealismos los vuelven "socialconfusos"; porque no han gozado de las "mieles" de las políticas de izquierda (Velasco, Sendero, la hiperinflación) y han tenido todo fácil; porque los derechos humanos están de moda; porque hay que dar la contra; porque les gustan las marchas; porque la moda zurda (anteojitos raros, bufandas, etc...) es más chic; porque hay que ser ecologistas, gatófilos y hasta medios panteístas con los cerros y lagunas; porque la izquierda es supuestamente más permisiva con las conductas sexuales y las drogas. Webonadas...

Fuente: Diario Correo (Perú). 28 de agosto del 2012.

Origen y trayectoria del término "Caviar". Pablo Quintanilla.

¿QUÉ ES SER UN CAVIAR?

Por: Pablo Quintanilla (Filósofo y profesor de la PUCP)

La palabra caviar fue acuñada a principios de los ochenta en Francia, durante el gobierno de François Mitterrand, básicamente por los sindicalistas y comunistas franceses. Estos veían con cierta sospecha e incomodidad —y probablemente con algo de envidia— que un grupo de entonces jóvenes intelectuales, con muy buena formación universitaria y de procedencia burguesa, tuviera el atrevimiento de considerarse de izquierda, algo que, según los comunistas, solo ellos podrían ser: gente del pueblo trabajador. Para el determinismo histórico de la ortodoxia marxista, “el ser social determina la conciencia social”, con lo cual resulta inauténtico que se considere de izquierda a alguien que no pertenece al proletariado. Un joven y fino intelectual de izquierda sería un bobó, contracción de bourgeois-bohème, o un caviar.

La palabra caviar fue acuñada a principios de los ochenta en Francia, durante el gobierno de François Mitterrand, básicamente por los sindicalistas y comunistas franceses.

A esos intelectuales se les acusaba de atribuirse a sí mismos una mayor conciencia política o responsabilidad social, dada su formación intelectual, y un cierto, aunque nunca reconocido, desdén por el proletariado poco educado. Algunos de estos célebres caviares, egresados del exclusivo colegio Henri IV de París, fueron ministros de Mitterrand, como Laurent Fabius, Jacques Lang y el ahora célebre Dominique Strauss Kahn. Es interesante que la acusación de caviar procediera de una ultraizquierda poco sofisticada intelectualmente y celosa de la preparación intelectual de los supuestos caviares. Más interesante aún es que el calificativo de caviar presuponga, de parte de quien lo emplea, una concepción marxista ortodoxa de la historia según la cual hay incompatibilidad entre proceder de los sectores burgueses y tener un pensamiento progresista.

En el caso peruano, quienes usan el término caviar, además de evidenciar poca creatividad y desconocimiento del origen de la palabra, también son ultras, aunque del lado opuesto del espectro político, y envidian una preparación intelectual que ciertamente no tienen y quisieran tener. Se mantiene el uso francés descalificador que sugiere cierta absurda incompatibilidad entre ser de origen burgués y considerarse progresista. Debo confesar que el término caviar siempre me ha parecido frívolo y esnob, o sea bobó. En el Perú solo lo he escuchado en boca de pequeños burgueses fundamentalistas poco cultivados y con apenas algunas lecturas en su haber. Lo he leído en personas que, o no han pasado por ninguna universidad de prestigio, o lo han hecho a trompicones, salvándose de ser expulsados de ellas gracias al azar o a la mala suerte. Esto último puede ser demostrado empíricamente.

En el contexto francés el término sugiere incompatibilidad entre ser burgués y tener convicciones políticas de izquierda; en el caso peruano esa connotación también está presente, pero no parece lo principal. De hecho, muchos de quienes son acusados de caviares son de clase media, pero los hay también de extracción popular. Quienes usan el término en el Perú lo emplean sobre todo de manera ideológica y aludiendo a una supuesta inconsistencia existencial: se califica a alguien de caviar si tiene opiniones de izquierda pero vive con cierta comodidad; por ejemplo, si tiene una casa, un auto y manda a sus hijos a un colegio privado. Es evidente que aquí no hay incompatibilidad de ningún tipo, lo que hay es solo supervivencia, pero me parece que en el Perú el solo uso de la palabra implica cierta mauvaise foi, en el sentido habitual y en el sartreano: mala intención y autoengaño.  

En algunos casos, con el término caviar se alude a quienes tuvieron un pasado marxista y ahora trabajan en ONG, intentando construir instituciones, aliviar en algo la pobreza del país o defender la democracia y los derechos humanos. Me pregunto cuál es el problema con ello. Debería haber más gente cuyo trabajo tenga esos objetivos, independientemente de su ideología política y de su pasado. También se suele utilizar la palabra para calificar a aquellos que supuestamente “se enriquecen” trabajando en instituciones sociales o defendiendo los derechos humanos. Debo confesar que me parece impensable que alguien pueda enriquecerse de esa manera, sabiendo cuáles son los salarios habituales en esas instituciones. Más fácil sería enriquecerse vendiendo la línea editorial de un diario al mejor postor, decidir convertirlo en un medio de prensa de entretenimiento o, simplemente, alquilar el lapicero que uno usa, con mano y todo. 

Dado que es absurdo censurar a alguien por trabajar en lo que él o ella considera que es el bien del país. Sospecho que lo que en verdad se reprocha cuando se acusa a alguien de caviar es otra cosa. En el imaginario de los nuevos talibanes peruanos, es caviar quien no está satisfecho con que el mercado lo regule todo y cree que el Estado debe tener algún tipo de responsabilidad en que la sociedad sea algo más justa. Es caviar quien osa cuestionar algún rasgo de la sociedad capitalista y sospecha que Occidente tiene cierta responsabilidad en la pobreza del tercer mundo. Es caviar quien ha leído los libros prohibidos escritos por Marx o Mariátegui, incluso si lo ha hecho para cultivarse, para cuestionarlos o, simplemente, para saber por qué son tan peligrosos. Es caviar quien no se resigna a que el mundo sea un sitio doloroso, inhóspito y absurdo para mucha gente, mientras que para otros es un ridículo y aburrido parque de diversiones.

hoy día son liberales que piensan que lo único que debe estar en manos del Estado son las Fuerzas Armadas, pues todo lo demás debe ser privado. Conozco a alguien que piensa que se debe privatizar Machu Picchu para construir al lado de este un parque temático.

Para ciertos sectores sociales y políticos del Perú, quien no cree que la privatización absoluta resolverá todos los problemas del país está al borde del delirio, es un tonto o un caviar, de la misma manera como en los setenta quien no era marxista era un despreciable enemigo del pueblo. Si uno piensa que el Perú tiene demasiadas diferencias de partida como para que el liberalismo funcione bien sin suficiente presencia del Estado, o si uno cree que el desarrollo no se logra solamente con crecimiento económico, casi debe pedir disculpas ante quienes han convertido al mercado en un templo de adoración del dinero. Estos talibanes criollos son económicamente pero no intelectualmente liberales, es decir, no aceptan realmente la libertad de pensamiento. Son tan sectarios como Stalin, Mao, G. W. Bush o el doctor Goebbels.

Estos talibanes criollos son económicamente pero no intelectualmente liberales, es decir, no aceptan realmente la libertad de pensamiento. Son tan sectarios como Stalin, Mao, G. W. Bush o el doctor Goebbels.

Percibo en el Perú, por tanto, una nueva invasión bárbara, semejante a aquellas que tuvieron que soportar en diversos momentos de la historia distintos epicentros culturales cuando se vieron obligados a protegerse de oleadas de desinformados truhanes, enemigos de la vida intelectual por falta de comprensión de ella. Esta asonada bárbara es el producto de una triple alianza: el más inculto sector de la derecha política, un grupo de periodistas mercenarios que tiene una larga historia de recibir salario de la mafia, y una facción ideológica ultraconservadora. De esta última podría considerar la posibilidad de que actúe con buena intención, pero no tengo dudas de que es intelectualmente menesterosa.

Si es un caviar aquel que, teniendo buena educación y posición económica, piensa que el Perú tiene estructuras sociales injustas que deben ser reformadas desde el Estado y no solamente por el mercado, supongo que el primer caviar fue Garcilaso de la Vega y otro caviar connotado habría sido Huamán Poma de Ayala, no se diga nada de Túpac Amaru, el deán Gualberto Valdivia o Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. También lo serían, algo más reciente, Ricardo Palma y Jorge Basadre, además de los hermanos Miró Quesada, ya fallecidos y, estoy seguro, deprimidos en su tumba al ver el rumbo que ha tomado lo que ellos con tanto esfuerzo construyeron. Todos ellos cometieron un terrible error: notaron que la sociedad peruana era injusta y lo denunciaron. A quienes se beneficiaban de esas injusticias eso no les gustó, pero lo aceptaron porque sabían que dicha denuncia tenía por lo menos un elemento de verdad. Ahora, sin embargo, la triple alianza arremete con desfachatez, con lo cual, para ella, casi todos los intelectuales que ha dado el país pasarían a formar parte de una gran caviarada. Según la triple alianza, es caviar quien tiene el desparpajo de sugerir que el mercado no resuelve todos los males del universo y que, de vez en cuando, el Estado tiene que intervenir, como el fantasma del padre de Hamlet, para recordarnos que algo huele mal en Cajamarca.

Es particularmente desafortunado que el nieto de uno de los más interesantes intelectuales que ha dado el país (cosa que hay que reconocerle al autor de los Siete ensayos, incluso si uno no coincide con sus posiciones políticas, como es mi caso), esté entre quienes más ha hecho por destruir el legado intelectual de su abuelo, pero no con ideas sutiles y finos argumentos, como lo haría el intelectual que murió demasiado joven, sino con atropellado ‘achoramiento’, como lo hace el periodista de envejecidas ideas. Pienso que en ese Edipo transgeneracional hay el sentimiento, verdadero, por otra parte, de que mientras el abuelo seguirá siendo estudiado internacionalmente dentro de doscientos años como un clásico de las letras peruanas, el nieto no será leído al día siguiente de que su diario cierre por coprofágica indigestión. Como el nieto no puede competir con el abuelo en el terreno de las ideas, trata de diferenciarse de él cultivando un camorrero estilo de bravucón. No es extraño que, así como los comunistas franceses envidiaran la formación intelectual de aquellos a quienes llamaban caviares, este personaje utilice el mismo calificativo para describir a los académicos que tienen una formación intelectual mayor de la que él jamás podría alcanzar.

A pesar de la furiosa arremetida de la triple alianza, el Perú está pasando por una importante transformación. Remando en contra de la corriente y navegando con viento de proa, los estratos sociales emergentes se las están arreglando, con el esfuerzo tenaz de su trabajo y el mérito de su imaginación, para educar a sus hijos y ponerlos en una mejor situación de la que ellos tuvieron, de manera que puedan competir en un partido que empieza con la cancha desnivelada y el árbitro en contra. Esta transformación se va dando pero a paso lento, porque acontece en contra de todas las políticas gubernamentales de los últimos quinientos años. Si el actual gobierno continuará esa estrategia o no, es algo aún por verse.

REFLEXIÓN

Debo confesar que cuando escucho la palabra caviar en su sentido político figurado (en el otro sentido casi no la escucho), inmediatamente pienso que estoy frente a una persona con muy poca preparación intelectual, bastante frívola, con un coeficiente intelectual más bien discreto y que se deja manipular por una prensa venal que se alió durante una década a la mafia más vil y corrupta que ha conocido el Perú. Nunca he escuchado el término en boca de un intelectual fino, independientemente de su posición política, solo lo he leído en la prensa amarilla o lo he escuchado en alguna reunión social en boca de personas cuya educación se reduce al mínimo para poder sobrevivir en el mercado. Jamás he oído a Mario Vargas Llosa hablar de los caviares. Durante muchos años él fue el oráculo de Apolo délfico de los liberales criollos, hasta que decidió no votar en segunda vuelta por un grupo probadamente corrupto y prefirió correr el riesgo de apoyar a un impredecible grupo de centroizquierda. Cuando eso ocurrió, inmediatamente fue catalogado de neocaviar, fue cubierto de insultos y su familia fue amenazada. No se le reconoció su derecho de opinar. Así actuaron los cazadores de caviares, en nombre de la libertad.   

No soy de izquierda y nunca lo he sido, nunca he estado inscrito en partido político alguno, aunque siempre me he considerado una combinación de socialcristiano y socialdemócrata. En la década de los ochenta, muchos de mis amigos y conocidos se consideraban de izquierda y me veían a su derecha porque yo pensaba que el mercado es el mejor regulador de la economía. Pero siempre defendí, y sigo haciéndolo, que el Estado tiene un rol pedagógico y corrector de las distorsiones que el mercado, casi inevitablemente, generará. El mercado no es perfecto y, sin duda, no es un agente moral; con frecuencia produce y mantiene situaciones inhumanas, injustas, indignas y aberrantes. Por ejemplo, si uno sobrepone el mapa minero del Perú al mapa de la pobreza descubrirá con sorpresa ingenua que las regiones que producen la riqueza minera de la que vive todo el país y que posibilita el crecimiento económico de los sectores A y B, son las zonas más empobrecidas del Perú. Esa obvia paradoja prueba que el mercado no lo resuelve todo. Si la mano invisible fuera perfecta y condujera inevitablemente al bien común, ya lo habría hecho. ¿Por qué se demora tanto? La mejor prueba de que la mano invisible no es perfecta es que la economía mundial no es perfecta. La mano invisible no es la mano de Dios, es una superposición de muchas manos humanas y, como actualmente resulta obvio, genera crisis y situaciones injustas. ¿Quién debe resolver esos problemas, si se producen? Naturalmente el Estado, que sí es o, por lo menos, debe ser un agente moral. Quienes administran el Estado nos representan y actúan en nuestro nombre. Les hemos concedido, a través de un pacto social tácito que incluye su financiamiento con nuestros impuestos, el derecho de gobernarnos, de impartir justicia, de regular la vida social y la educación, de decidir en algunos aspectos puntuales qué podemos hacer con nuestras vidas y qué no. Tenemos, por tanto, el derecho de exigirles que hagan lo indispensable para que la libertad económica no produzca perversiones. Los coyunturales administradores del Estado tienen la obligación de ocuparse en convertir a nuestra sociedad en una comunidad digna y justa, de seres humanos responsables y comprometidos moralmente.

Creo todo esto desde que tenía aproximadamente dieciséis años y conversaba sobre estos temas con mi padre frente al mar. Ahora bien, cuando yo sostenía estas tesis durante los ochenta, tenía amigos que se consideraban socialistas y que me acusaban, afectuosamente, de ser un conservador enmascarado, un derechista encubierto y, por tanto, un enemigo del pueblo. Yo nunca pensé serlo. Lo curioso, en todo caso, es que muchos de esos amigos ahora se han convertido al liberalismo económico más fundamentalista y están largamente a mi derecha. Yo no me he movido en el espectro político, pero los he visto desplazarse desde mi izquierda extrema hacia mi derecha más radical como un toro que pasa a la velocidad de un rayo al lado de un torero sin capa, el cual, atónito, observa una rapidez inesperada. Estos amigos que alguna vez defendieron honestamente la dictadura y las estatizaciones de Velasco Alvarado.

Fuente: Diario 16 (Perú). Abril 2012.