jueves, 22 de noviembre de 2012

La política peruana, entre la virtud y la perversión. Sinesio López.

¿Cuándo se jodió la política?



Por. Sinesio López Jiménez (Sociólogo)
Como toda actividad humana, la política tiene claros y oscuros y una escala de matices para todos los gustos. Algunos pensadores modernos (los contractualistas) colocaron la política en la naturaleza humana y vieron en ella una forma de salir de esta (Hobbes, Rousseau) o una forma de mantenerla y prolongarla (Locke). Hobbes identificaba la naturaleza humana con el estado de guerra del que se salía a través del contrato para establecer la política y el Estado moderno “que es la voluntad de todos expresada en la voluntad de uno solo o de pocos”. Rousseau pensaba que el estado de naturaleza del hombre era imperfecto y que adquiría su perfección en la comunidad política  a través del pacto social. Locke sostenía que el estado de naturaleza del hombre era de libertad, igualdad y soberanía que había que prolongar en la sociedad civil y en el gobierno.
Otros pensadores modernos (Maquiavelo, Montesquieu, Hegel, Marx) ubicaron la política en la historia en donde se desarrollaba como un proceso abierto en la búsqueda de la realización humana a través de conflictos y acuerdos. Más allá de las diferencias, los historicistas sostenían que la política era una manera de hacer la historia, construir sociedades, organizar estados y proponer modos de vida más llevaderos. Como respuesta a contractualistas e historicistas, surgieron los pensadores conservadores (Burke, De Bonald, de Maistre) que ubicaron la política en la tradición y los reaccionarios (Carl Schmitt, Donoso Cortés) que fundaron la política en una decisión (dictadura) para resolver situaciones de excepción. Donoso Cortés, por ejemplo, creía que todo el siglo XIX era una situación de excepción o de caos. 
Algunos políticos peruanos de hoy parecen colocar la política en la perversión. Ello no obstante, la política ha tenido momentos de gloria y momentos perversos. También momentos grises y aburridos. El Apra de los 30, los movimientos clasemedieros de los 50, los movimientos campesinos de los 60, el clasismo de los 70, las luchas democráticas son momentos de gloria. La fastuosidad oligárquica, la exclusión total, las dictaduras y las persecuciones políticas constituyen abismos depresivos. Por encima de cimas y simas, la política del siglo XX ha sido un espacio para realizar nuestros sueños, algunos de los cuales devinieron pesadillas. El senderismo de los 80 transformó la utopía revolucionaria en un infierno del terror y la liquidó. García convirtió el sueño de la inclusión populista en una pesadilla a la que nadie quiere retornar. Fujimori y Montesinos encontraron en la búsqueda del orden una ocasión para el asesinato y el robo.
La política se pervirtió. Los senderistas  pretenden pasar piola y participar en los procesos electorales  a través del Movadef manteniendo la ideología terrorista. Los defensores del presidente más corrupto de la historia se han autoerigido en los guardianes de la moralidad pública. Los sicarios mediáticos, defensores de corruptos o corruptos ellos mismos, pretenden encarnar la opinión pública. Los traidores acusan de falta de lealtad a los que mantienen sus principios y respetan la voluntad de los electores. Estas son las fuerzas oscuras contra las que tenemos que luchar y a las que tenemos que derrotar.
Fuente: Diario La República (Perú). 22 de noviembre del 2012.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El "EE.UU Tradicional" republicano frente al "EE.UU Cosmopolita" demócrata.

La Nueva Mayoría Norteamericana
Por: Steve Levitsky (Politólogo y profesor de la Universidad de Harvard)
Si la elección entre Barack Obama y Mitt Romney hubiera ocurrido hace 150 años, Romney habría ganado de una manera aplastante.  En 1862, la gran mayoría de los votantes norteamericanos eran hombres blancos, protestantes, y rurales –grupos que votaron masivamente por Romney–.  Pero en 2012, esa coalición no fue suficiente.  
Las razones por las cuales ganó Obama son conocidas. Primero, la economía empezó a recuperarse, y como consecuencia, el malestar público se disminuyó. Entre noviembre de 2011 y noviembre de 2012, el porcentaje de norteamericanos que cree que el país “va bien” subió de 19% a 42%, y la aprobación presidencial subió de 40% a  50%.  Segundo, la derechización del Partido Republicano –el ascenso del Tea Party y de candidatos con posiciones extremistas contra el aborto, los homosexuales y los inmigrantes– limitó su capacidad de captar votos moderados. Aunque Romney era un moderado, tuvo que derechizarse para ganar la candidatura Republicana. Giró hacia el centro en las últimas semanas de la campaña, pero no pudo escaparse de la imagen derechista de su partido.
Pero la elección señaló un problema más profundo para el Partido Republicano: se ha convertido en un partido del Siglo XIX: un partido de hombres blancos y protestantes.
En términos electorales, hay dos Estados Unidos: un EEUU profundo y un EEUU cosmopolita. El EEUU profundo se concentra en el interior del país, en zonas rurales y pueblos pequeños.  Es la parte del país que más se aproxima a la población fundadora: blanca, rural, y protestante.  La población es más religiosa, y tiene menos contacto con personas, culturas, idiomas, e ideas extranjeras.  
El EEUU cosmopolita se concentra en las costas y las grandes ciudades. Su población es mucho más diversa. De hecho, es un mosaico de minorías: católicos descendientes de inmigrantes italianos e irlandeses; negros; judíos, asiáticos; latinos. Hay blancos protestantes, pero son más urbanos, profesionales, y seculares.  Entre ellos, muchos son minorías culturales (ateos, homosexuales, mujeres profesionales). Es una población menos religiosa, y con más contacto con personas, idiomas, culturas, e ideas distintas.  
En las últimas décadas, el Partido Republicano se ha convertido en el representante del EEUU profundo.  Bajo Nixon y Reagan, el partido se enfocó en el electorado blanco, rural, y evangélico, que se sentía amenazado por los cambios sociales, culturales, y demográficos de los años sesenta y setenta. Lo hizo atacando a varios grupos que hoy pertenecen a la coalición cosmopolita: los negros, los inmigrantes, los homosexuales, las mujeres pro aborto, los hippies.  Funcionó. En los estados con grandes concentraciones de blancos rurales y evangélicos, como Kansas, Oklahoma, Wyoming, Mississippi, Alabama, y Carolina del Sur, el Partido Republicano se volvió casi hegemónico.
El problema para los Republicanos es que el EEUU profundo se esta achicando.  La sociedad norteamericana es cada vez menos blanca, protestante, y rural.   La porción blanca del electorado cayó de casi 90% en 1976 a 72% en 2012.  Y las minorías (sobre todo los negros, latinos, y asiáticos) crecieron de menos de 10% del electorado en 1976 a casi 30% hoy.  Según pronósticos basados en los datos del censo, las minorías serán una mayoría dentro de 30 años.
Ante el avance del EEUU cosmopolita, el EEUU profundo se ha vuelto cada vez más reaccionario. Aferrado a una visión de la sociedad basada en el pasado, milita contra la inmigración, la diversidad racial y lingüística, y los cambios (como la legalización del aborto y el matrimonio gay) que chocan con los “valores tradicionales.”   Los representantes del EEUU profundo se oponen a los impuestos y las políticas sociales, en parte porque creen que los beneficiarios de la redistribución son grupos (negros, inmigrantes) que no son “verdaderos americanos” como ellos. Para muchos de ellos, la elección de Obama en 2008 significó nada menos que “perder el país”.  Una gran parte de la base Republicana se convenció de que Obama no nació en Estados Unidos (requisito legal para ser presidente), y que no era cristiano, sino musulmán.  Por eso, los militantes del Tea Party –el movimiento que mejor representa el EEUU profundo– hablaba de la necesidad de “recuperar” el país.  
Así que el Partido Republicano está atado a un sector del electorado que se vuelve más chico y más reaccionario. Es una receta para la derrota.  
Romney arrasó en el EEUU profundo.  Ganó 60% del voto blanco, 70% del voto blanco y protestante, y casi 80% del voto blanco y evangélico. Entre el electorado del Siglo XIX, masculino, blanco, y protestante, Romney le ganó a Obama casi 3 a 1.
Pero el resto del país votó masivamente por Obama. Según las encuestas de boca de urna, el presidente arrasó entre los negros (93%), los asiáticos (74%), los latinos (71-75%), los judíos (69%), los ateos (70%), los homosexuales (76%), los pobres (63%), los urbanitos (62%), los jóvenes (60%), y las mujeres (55%).  El Partido Republicano pagó el precio por contentarse con una coalición estrecha en una sociedad cada vez más diversa.

Algunos Republicanos siguen con su cabeza en la arena, echando la culpa a Huracán Sandy (según las encuestas que predijeron los resultados con mucha precisión, Obama ya ganaba sin problema antes de Sandy). Pero como reconoció el comentarista conservador Bill O’Reilly, “la América tradicional ya no existe.” Si el Partido Republicano no se adapta a esta nueva realidad, está condenado a ser un partido minoritario.
Los Republicanos pasaron cuatro años autoproclamándose los representantes del EEUU “auténtico” o “verdadero.” En realidad, representan el EEUU del pasado. Los demás –los negros, latinos, asiáticos, judíos, homosexuales, mujeres profesionales, y blancos urbanos y progresistas– no solo son verdaderos norteamericanos. Somos mayoría.
Fuente: Diario La República (Perú). 11 de noviembre del 2012.

Diagnóstico y reforma del Estado en el Perú.

Estado

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

Hace un par de semanas, al comentar la intervención en La Parada, resalté los problemas que tiene el Estado peruano para imponer su autoridad, especialmente en zonas donde existen grupos sociales con recursos para enfrentarlo. Si bien este es un aspecto central, hay muchos otros temas y preguntas que deberíamos explorar si queremos entender mejor las causas de la debilidad y fortaleza de nuestro Estado.

Por mencionar algunas, ¿qué explica el alto grado de profesionalismo de algunas áreas del Estado frente a la debilidad de otras? ¿Por qué los diversos intentos de reforma de pensiones militares o del empleo público suelen terminar en fracasos? ¿Y por qué ciertas municipalidades ejecutan mejor su presupuesto mientras otras mantienen niveles bajos de gasto? ¿Qué influencia tienen las empresas mineras en las oficinas del Ministerio de Energía y Minas? ¿Y qué capacidad de fiscalización tiene dicho ministerio en las áreas de extracción minera, tanto en concesiones legales como en zonas ilegales? ¿Qué sabemos sobre la burocracia en el Perú?

Estas preguntas, entre muchas otras, deberían estar en el centro de nuestras preocupaciones académicas y políticas. Podemos aprender muchos de estos contrastes, carencias y reformas fallidas. ¿Podemos identificar patrones en algunos de los temas señalados? ¿Cuáles son las mejores estrategias al acometer reformas? Y, sin embargo, el Estado, omnipresente en la discusión cotidiana, está ausente tanto en la academia como en los debates políticos. Los burócratas y tecnócratas están más preocupados en lidiar con el día a día que en entender a la bestia. En eso todos somos un poco culpables. Siempre hablamos del Estado, pero nos falta mucho para conocerlo y entenderlo en profundidad.

¿Por qué debería importarnos esta ausencia? Pues por diversas razones. La débil capacidad del Estado se ha asociado a la baja gobernabilidad democrática y poca legitimidad de nuestros representantes. Del mismo modo, incumplir con funciones básicas, como seguridad, salud o educación, incrementa la frustración de la ciudadanía. Igualmente, sin oficinas estatales capaces de hacer cumplir la ley, esta se convierte en un saludo a la bandera; y el Estado de derecho, en una promesa incumplida. Agencias estatales débiles, además, son incapaces de conducir reformas de largo aliento.

Diferentes declaraciones en meses recientes apuntan a que muy diversos actores han llegado a un cierto consenso que habría que aprovechar: si queremos romper con los límites al desarrollo que enfrenta hoy el Perú, requerimos de una profunda mirada y transformación del Estado. No un cambio que nos lleve a un Estado más grande, pero sí a uno más eficaz. Esta es una lección importante que dejan los procesos de reforma de los noventa, resaltada por el propio Francis Fukuyama. En diversos países los reformadores del ajuste fueron muy buenos para destruir varias cosas malas del viejo Estado, pero también acabaron con aspectos positivos. Dejaron, además, un legado bastante negativo: celebraron su éxito al reducir el Estado, asumiendo que era la causa de diversos problemas, pero no pusieron igual énfasis en construir un Estado capaz. Pasó en África, pasó en el Perú.

Hoy es evidente que el problema en muchos ámbitos no era el Estado y que necesitamos un mejor Estado. Lo dice bien Alberto Vergara en un trabajo reciente (Alternancia sin Alternativa; Revista Argumentos, IEP): “En el Perú, los liberales del mercado han mandado sin contrapesos, y hace un buen tiempo que hace falta un liberalismo del Estado. Al solitario Adam Smith debe acompañarlo Max Weber”. Análisis y reforma, entonces, deberían ir de la mano. Académicos, políticos y burócratas tenemos mucho que aprender unos de otros en este esfuerzo por entender y mejorar al Estado en el Perú.

Fuente: Diario 16 (Perú). 11 de noviembre del 2012.