domingo, 8 de diciembre de 2013

Comentario al libro ¿Qué es nación? de Hugo Neira. Martín Tanaka.

¿Qué es nación?

Martín Tanaka (Politólogo)
Hugo Neira vuelve a sorprendernos con un libro desmesurado,¿Qué es nación? (Lima, Universidad de San Martín de Porres, 2013), continuación de una saga iniciada con ¿Qué es República? (2012) y que sin duda seguirá dándonos más sorpresas en el futuro. El libro puede verse como un ambicioso manual de enseñanza universitaria, que combina discusiones teóricas y conceptuales con una reconstrucción histórica de los procesos de formación nacional “occidentales” (Francia, Gran Bretaña, Alemania) y “no occidentales” (Japón, India, México); sin embargo, no es un manual en sentido estricto, porque en el libro el autor interviene permanentemente con reflexiones que amplían, complejizan, establecen relaciones con otros asuntos, desde su punto de vista y experiencias personales. Digamos que es como asistir a un curso de Hugo Neira sobre el tema de la nación, en el que se exploran “los fundamentos”, “ajenos a la inmediatez y a la politiquería”.
La opción de Neira por centrarse en los fundamentos hace que la pregunta por el Perú esté presente en todo el libro, pero nunca de manera explícita, salvo en unas breves páginas en las que el autor compara Apatzingán de la Constitución en Michoacán, pueblo ubicado en el epicentro de las luchas agrarias y revolucionarias de la segunda década del siglo XX en México, con San Lorenzo de Quinti y Huayopampa, en la sierra de Lima, estudiadas por Julio Cotler y Fernando Fuenzalida, respectivamente, en el marco de un ambicioso proyecto de investigación liderado por José Matos Mar en la década de los años sesenta, en los orígenes del Instituto de Estudios Peruanos. La comparación entre estos pueblos, siguiendo su evolución hasta la situación actual, le permite a Neira esbozar los límites de la modernidad y de los procesos de integración social en el Perú.
A pesar de esto, la apuesta por centrarse en los fundamentos resulta muy pertinente. En nuestra cultura política, mucha gente tiende a manejar un discurso en el que la idea de nación podría llamarse “primordialista”, donde lo que definiría “lo auténticamente peruano” sería una mezcla de elementos “raciales” de raíz andina prehispánica, en donde tendería a buscarse la homogeneidad, y en donde lo percibido como “foráneo”, “extranjero”, tiende a verse con desconfianza y como una pérdida de “autenticidad”. Resulta muy instructivo llamar la atención sobre el hecho de que esta manera de ver lo nacional resulta perniciosa, y que hay muchas otras maneras de entender lo nacional: la pertenencia a una comunidad articulada por un gran acuerdo político colectivo, en donde puede haber una enorme diversidad (la India, por ejemplo), y en donde lo “tradicional” para nada está reñido con lo “moderno”, donde lo autóctono y lo foráneo se mezclan para dar lugar a un “sincretismo” particular (Japón, por ejemplo). Vistas así las cosas, el libro de Neira es también un aporte importante al debate que debemos sostener de cara al bicentenario de nuestra república.
Fuente: Diario La República. 17 de noviembre del 2013.

¿Qué es nación? (2)

Martín Tanaka (Politólogo)
Hace tres semanas comenté sobre el último libro de Hugo Neira, ¿Qué es nación? Quería seguir con el tema, pero temas de la “coyuntura” se interpusieron. El libro de Neira es muy bienvenido porque, me parece, solemos manejar nociones muy desencaminadas de la idea de nación y de la identidad nacional peruana, que debemos poner en discusión, y para esto el libro ofrece herramientas útiles.
Hay una manera de pensar el Perú que podríamos llamar “primordialista”: existiría algo así como lo “verdaderamente peruano”, anclado en una raíz andina prehispánica, en donde lo “foráneo” o “extranjero” tiende a verse con desconfianza y como una pérdida de “autenticidad”. No seríamos una nación porque estaríamos “sojuzgados” por elementos “extraños” (blancos, criollos, occidentales). Casi está demás decir que estas visiones esencialistas son la base de los nacionalismos más nefastos, que han generado guerras, autoritarismos, “limpiezas étnicas”. El “etnocacerismo” sería nuestra versión local de esto.
Otras visiones comunes, si bien se alejan de definiciones primordialistas también comparten ideas de nación basadas en alguna forma de homogeneidad: para ser nación no tendría que haber desigualdad, deberíamos contar con valores o intereses comunes, y dada la fragmentación y desigualdad del país, no seríamos “todavía” una nación. Al respecto es pertinente la discusión que plantea Neira en su “rescate” del austríaco Otto Bauer, sobre la influencia del marxismo convencional en cierto menosprecio del tema nacional, para privilegiar consideraciones clasistas o socioeconómicas.
Hace bien Neira en cuestionar estas ideas, y llamar la atención, siguiendo a Gellner, Hobsbawm y otros, que las naciones son en realidad construcciones modernas, en donde la voluntad política de las elites, los liderazgos, resultan fundamentales; así, los nacionalismos crean a las naciones, no al revés. También al apuntar que las naciones no tienen por qué ser homogéneas: pensar en el caso de la India, con su diversidad de idiomas, religiones y castas; y que es posible conciliar lo más “tradicional” con lo más “moderno”, como ocurrió en Japón. Para todo esto, es clave el papel que juega la escuela pública: tanto para generar igualdad de oportunidades, como para proponer una narrativa incluyente y veraz históricamente de lo que somos como nación.
Si los nacionalismos construyen la nación, ¿a qué tipo de nación deberíamos aspirar? A estas alturas, parece claro que cualquier definición debería aspirar a ser democrática, pluralista, incluyente, en donde nuestra diversidad sea vista con justicia como uno de nuestros más valiosos activos, en donde lo tradicional se articule con lo moderno, y lo nacional con lo global. Como dijera José María Arguedas, “no por gusto (…) se formaron aquí Pachacámac y Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra…”.
Fuente: Diario La República. 08 de diciembre del 2013.

martes, 19 de noviembre de 2013

Entre el "idiotes" y el "polites". La democracia y los idiotas.


Disidencias. A propósito de los idiotas


Alberto Adrianzén Merino (Sociólogo)
Hoy la palabra idiota está de moda. Según el Diccionario de la Real Academia Española, idiota es aquella persona "tonta, carente de entendimiento". Sin embargo, hay otro significado de idiota e idiotez, que va más allá del simplismo y del insulto. Incluso, de los idiotas llamados "carnívoros" o "herbívoros".

Giovanni Sartori, en su obra más importante: Teoría de la democracia, define la idiotez como lo opuesto a la "polites": "para los griegos, hombre y ciudadano significaban exactamente lo mismo, de la misma forma que participar en la vida de la polis, de su ciudad, significaba vivir. Lo que no quiere decir que el polites no gozara de libertad individual en el sentido de un espacio privado existente de facto. Pero el significado y el valor de esta noción lo revelan el término latín privatus y su equivalente griego idion. En latín privatus, es decir, privado, significa privado (del verbo privare, privar de algo), y el término se empleaba para designar una existencia incompleta e imperfecta en relación con la comunidad. El vocablo griego idion (privado), en contraste con koinon (el elemento común), denota aún con mayor intensidad el sentido de privación. De acuerdo con ello, "idiotes" era un término peyorativo que designaba al que no era polites "un no ciudadano y, en consecuencia, un hombre vulgar, ignorante y sin valor, que solo se interesaba por sí mismo" (págs. 352-353). Se puede definir, por lo tanto, al idiota como aquella persona que no se ocupa de los asuntos públicos sino solo de sus intereses privados. 

Y si bien es cierto que ese debate fue planteado por los griegos hace ya muchos siglos, cierto es también que la teoría y la filosofía políticas modernas (llámese liberal), representan el triunfo de la "idiotes" (en sentido griego). Dicho en palabras simples: es el nacimiento del individuo disociado del ciudadano y de la pertenencia a una comunidad. El individuo tiene un valor en sí mismo. Por ello, el paradigma del hombre moderno es Robinson Crusoe, personaje que no requiere de otro individuo para reconocerse como tal, salvo su convivencia con un perro que le recuerda su condición de humano. Su humanidad está en él mismo y no en los otros. Fue el francés Benjamín Constant, crítico de la Revolución Francesa, en su famoso discurso en el Ateneo de París en 1819: "Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos", el que le da, finalmente, la partida pública de nacimiento a este individuo moderno.

Hoy pocos discuten la importancia de la "idiotes", es decir del individuo y del individualismo en la vida democrática y social. Ahí no radica el problema; más aún, cuando sabemos que la "polites", es decir, este esfuerzo por vivir en una comunidad imaginada, muchas veces, ha conducido a los hombres al terror y al totalitarismo al invadir la esfera privada. Otro es el problema.

Es que estos "idiotas" modernos, por llamarlos de algún modo, creen que la justicia (incluyendo la social), como un acto consciente de los hombres, es un error. La idea de que la justicia es un contrato (o pacto) para no hacer mal y evitar sufrirlo, como dirían los griegos y más adelante Hobbes, no es posible. Ello supondría "corregir" un orden social que es concebido, como dice Hayek, como "el resultado de las acciones de los hombres pero no de sus propósitos". La realidad, se convierte en una "externalidad" que los hombres no pueden controlar ni cambiar. No es posible una sociedad autorreflexiva capaz de reformar el orden social. 

La otra idea, como dice el propio Constant, es que los hombres modernos "no podemos gozar de la libertad de los antiguos, la cual se componía de la participación activa y constante del poder colectivo. Nuestra libertad debe componerse del goce pacífico y de la independencia privada". Por eso, siguiendo a Constant, el hombre moderno no puede dedicarle su tiempo y energía al ejercicio de los derechos políticos y sí más bien al de sus derechos privados, incluyendo la libertad. Todo esto fundamentado en unos supuestos "derechos naturales" (entre ellos el de la propiedad privada) preexistentes al hombre y no, como diría Leo Strauss, expresión del "deber civil" de los propios hombres.

Por ello, la propuesta de estos nuevos "idiotas" es simple: preocúpate de ti mismo y que el resto no te importe. Es el crepúsculo del deber cívico y político, bajo el supuesto, idiota por lo demás, que si a mí me va bien al resto también. 

www.albertoadrianzen.org

Fuente: Diario La República. 03 de marzo del 2007.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La trampa de el voto voluntario en el Perú.

¿Voto voluntario? Voto en contra
Hugo Neira (Sociólogo)
"Hay que ir a votar, y votar bien. Y aceptar al menos eso, el privilegio del error 
compartido, si volvemos, otra vez, a equivocarnos"

¿A quién le gusta la obligación? A nadie. Pero por imposición, cada día, acudimos a muchas cosas, al trabajo por ejemplo. Somos libres, pero, qué duda cabe, al vivir en sociedad, en nuestras pobladas ciudades o en la más modesta de nuestras aldeas, no lo somos del todo. No podemos salir desnudos por las calles, ni podemos aparcar –o cuadrar como decimos– el auto en medio de una plaza de armas. No podemos hacer lo que nos viene en gana. Ahora lo que no surge del íntimo querer es coerción y norma. Pagar impuestos, pararse ante la luz roja (para no matar a alguien) y, aunque discrepe de muchos, ir a votar aun no quiera hacerlo. Escribo estas líneas cuando el voto voluntario vuelve a la agenda del Congreso.  Reforma constitucional a la que me opongo. Con las armas de la razón. Dos son las tesis para adoptarlo.
Se argumenta, en primer lugar, la no obligación del voto en Estados Unidos. Ciertamente, los ciudadanos norteamericanos no están obligados a ir a urnas, pero lo que no se está diciendo, lo que se escamotea, es señalar que en realidad votan muchas veces entre una presidencial  y la siguiente, votan para elegir jueces, comisarios, sheriffs, para gobernadores, alcaldes; votan, votan, votan, van a las urnas unas 17 veces. Ninguna democracia exige mayor participación. Se entiende entonces el voto voluntario. Y he dejado fuera del debate el que en el Norte cuenten con instituciones que no tenemos, una tradición y costumbres democráticas desde el siglo XIX, como lo explica Tocqueville. Un poco, pues, de sinceridad. Aquí estamos en el comienzo de la construcción de Estado y ciudadanía y no para lujosas abstenciones. ¿A este país, al borde de la desobediencia, lo empujan además a no votar?
¿Qué es votar?  No es solo darse mandatarios que luego nos traicionen, algo hay de cierto, y es eso que alimenta la desconfianza general. Pero señalo, el voto es un contrato, un acuerdo. Algo entre un Estado y quienes habitan un territorio y una sociedad, o sea, los ciudadanos. Ahora bien, un ciudadano no es un individuo, que puede aspirar a la felicidad de no tener obligaciones, sino el mismo individuo con derechos y deberes. En fin, no me alcanza el espacio para explicar, ahora, a Rousseau. Así las cosas, me preguntaba si el sentido común había emigrado del debate. Felizmente no. Hojeando diarios, hallé una carta de lector, muy cuerda. La firma Rolando Calderón, a quien no conozco personalmente. “¿Qué representatividad puede tener –pregunta– un gobernante elegido por una real minoría de ciudadanos?”. En el colofón a su carta añaden los editores: “En la encuesta de Apoyo, el 62 por ciento de los limeños está a favor del voto voluntario, pero tiene usted razón, el tema merece pensarse antes de una reforma definitiva”. Vaya, es lo que aquí hacemos.
El segundo argumento a favor del voto voluntario es una brillante falacia. ¿Cómo va a ser bueno algo que nos imponen? Lo usan algunos políticos; eso es coerción, dicen escandalizados. Pero mi querido Víctor Andrés, la práctica del Estado es eso mismo, “el uso de la violencia legítima” (Max Weber). Violencia real y simbólica, se entiende. Claro que puede obligarse a muchas cosas, a ir a la guerra por ejemplo, que es peor que votar, y en nombre del bien común. Sí, pues, ¿donde está la novedad? ¿No sustenta aquí y en todo lugar, juzgados, fronteras, y cobranzas coactivas? El Estado emergió como esa fuerza que impuso la ley en sociedades del tumulto, eso es Hobbes, el Leviatán, un mal necesario. Así nació el Estado liberal, ante el  desorden.  Pero claro, en este país en que hubo que esperar a Fujimori para aceptar la obligación del impuesto y donde nos pasamos la era republicana sin el servicio militar obligatorio, solo reclutaban a los pobres inditos, el argumento que estimula la dejadez cae a pelo. En fin, otros muy calculadores esperan sacar provecho de la tendencia al no-voto que llaman “facultativo” a sabiendas que, si se aprueba, los que acudan a urnas serán pocos. Es un pobre cálculo. Espero que no lo suscriban partidos y tendencias populares. Sería casi confesar desconfianza en el sentido común de esas mismas masas populares. No hay que creerlas irracionales. No lo son las 1,800 mesas de diálogo en este país. Hay que dejar de soñar que se pueden manejar los retrasos. En fin, pienso lo peor. El derecho al no voto, en las circunstancias peruanas, otorga legitimidad por entero al desapego, a la anomia. Sería una ley para separar y no integrar sociedad e instituciones. Un tiro a la sien de la República. Un truco de politiqueros. Una trampa. Cuidado, peruanos: los invitan a vivir como extraños en su propio país. Ya llegarán tiempos felices en que merezcamos, como decía Borges, no tener gobiernos. No en el Perú actual. Las condiciones históricas, anímicas, morales, que impusieron como sentido común el voto obligatorio en 1931 no han desaparecido. Hay que ir a votar, y votar bien. Y aceptar al menos eso, el privilegio del error compartido, si volvemos, otra vez, a equivocarnos.

Fuente: Diario La República. 30 de abril del 2005.

lunes, 7 de octubre de 2013

Neoliberalismo y su incompatibilidad con el republicanismo.

Neoliberalismo y republicanismo

Martín Tanaka (Politólogo)
Mi estimado colega Félix Jiménez, en su columna sabatina de hace dos semanas en el diario La Primera, critica tanto al reciente libro de Alberto Vergara, Ciudadanos sin república, como a la breve reseña que escribí del mismo en este espacio a inicios de este mes, por supuestamente compartir su diagnóstico, según el cual “Mientras que el neoliberalismo dio lugar a un inédito crecimiento económico, la precariedad del republicanismo pone en riesgo lo avanzado”. Creo que discutir sobre los temas que plantea Jiménez puede ser de interés para los lectores.
Primero, el balance sobre el neoliberalismo. Para Jiménez, sus supuestos “éxitos” no serían tales. Una mirada amplia vería que, por ejemplo, entre 1959 y 1967 (sin neoliberalismo, por supuesto) hubo tasas de crecimiento aún mayores a las de los últimos años; el crecimiento neoliberal siempre habría sido frágil, como lo demostraría la crisis del periodo 1998-2002. Finalmente, parte de sus supuestos “éxitos” serían consecuencia de iniciativas planteadas por “economistas críticos con el neoliberalismo” entre 2001 y 2003, con lo cual Jiménez reivindica su participación como funcionario dentro del gobierno de Alejandro Toledo.
Segundo, cómo construir una alternativa al neoliberalismo. Para Jiménez, el crecimiento 1959-67 sería más “sano” porque fue liderado por el sector manufacturero y estuvo acompañado de mejoras en los ingresos de los trabajadores, mientras que el reciente se basa en sectores extractivos con ingresos laborales estancados. ¿Qué hacer? Cuando Jiménez se refiere a las decisiones implementadas entre 2001 y 2003 habla de reformas que, entre otras cosas, “recuperaron el papel del tipo de cambio como instrumento de diversificación productiva”. Más adelante, lamenta que durante el gobierno de García “se dejó caer el tipo de cambio real, afectando a la producción manufacturera”. En la línea de lo propuesto en el documento “La Gran Transformación”, se apunta a promover un crecimiento más diversificado en general y la industrialización en particular.
Tercero, la relación entre neoliberalismo y republicanismo. Para Jiménez, no sería cierto que el neoliberalismo haya “ampliado la ciudadanía”; más bien, durante los veinte años de gobiernos neoliberales habríamos visto impostura y corrupción, envilecimiento de la política, alianza entre poder político y poder económico en contra de la voluntad ciudadana; el neoliberalismo “ha sido y es responsable de la pérdida de la virtud cívica, de la pérdida de la conciencia civil de los electores que los ha llevado a aceptar prácticas clientelares y corruptas como forma de gobierno”. Desde este ángulo, pedir que el republicanismo acompañe al neoliberalismo es pedir “la cuadratura del círculo”. Para Jiménez, rescatar los valores republicanos implica necesariamente construir una alternativa al neoliberalismo.
Creo que Jiménez acierta en algunas cosas, confunde otras, pero plantea temas muy pertinentes. Seguiré la próxima semana.

Fuente: Diario La República. 29 de septiembre del 2013.

Neoliberalismo y republicanismo (2)

Martín Tanaka (Politólogo)
La semana pasada resumí los puntos de debate que planteó recientemente el colega Félix Jiménez: critica los supuestos logros del neoliberalismo, sostiene que el republicanismo es incompatible con aquel, y plantea la necesidad de un desarrollo más diversificado.
El término “neoliberalismo” se presta a malos entendidos. Por lo general, se le atribuyen sentidos intrínsecamente negativos, y esto tiene cierta razón de ser: muchos gobiernos neoliberales han sido muy corruptos e ineficientes, en particular el fujimorismo ha ayudado a crear la asociación neoliberalismo = autoritarismo = corrupción. Desde este ángulo, el neoliberalismo es incompatible con el desarrollo de la ciudadanía y los valores republicanos.
Sin embargo, hay muchos gobiernos que pueden considerarse ilustraciones emblemáticas del neoliberalismo que no han sido autoritarios ni particularmente corruptos (Chile en los últimos años, Brasil con Cardoso, Colombia con Gaviria, etc.). Más todavía, podría decirse que ellos implementaron reformas fundamentales para el logro de un crecimiento sostenido, reducciones importantes de pobreza, fortalecimiento de instituciones; incluso, de políticas de desarrollo que buscan la diversificación productiva y menor dependencia de recursos naturales.
Me parece que la mejor manera de entender el neoliberalismo es relacionarlo con el llamado “Consenso de Washington”, término acuñado por John Williamson para referirse a políticas que enfatizan la estabilidad macroeconómica, la apertura comercial, el estímulo a la inversión privada y a la acción de las fuerzas del mercado. Williamson, Joseph Stiglitz y muchos han señalado que el problema no estaría tanto en esas políticas, sino en el “fundamentalismo” o irresponsabilidad en su implementación, siguiendo presiones o modelos importados sin considerar los intereses y contextos específicos de los países.
Vistas las cosas así, me parece que en Perú el neoliberalismo ha tenido éxitos evidentes (crecimiento, reducción de la pobreza sin aumento de la desigualdad) que han permitido que muchos peruanos sean más ciudadanos (conscientes de sus derechos y deberes), aunque su aplicación haya sido escamoteada por sus componentes autoritarios y corruptos, y ciertamente también por la debilidad de nuestras instituciones y valores republicanos. Esto implicaría, me parece, que la izquierda debería dejar de pelearse tanto con “el modelo” en abstracto (pedir la renuncia de Castilla), para concentrarse en hacer propuestas específicas en lo tributario, fiscal, monetario, institucional, en políticas sociales, etc.
Finalmente, es muy importante que desde la izquierda se reivindique el republicanismo. Si miramos alrededor (Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Argentina) encontraremos que son los gobiernos de izquierda los que suelen atentar contra las instituciones republicanas (respecto a la ley, independencia de los poderes del Estado), en nombre de un mayoritarismo plebiscitario.
Fuente: Diario La República. 06 de octubre del 2013.

jueves, 29 de agosto de 2013

Teoría del diálogo político. La democracia deliberativa y la democracia participativa.

El diálogo y la izquierda

Por: Sinesio López (Sociólogo)
El diálogo es un componente central de la política. En la democracia clásica (Atenas) la palabra (lexis) y la acción (praxis) eran momentos indisolubles de la política. En Roma republicana y en las ciudades-repúblicas italianas del Medioevo las comunidades de ciudadanos discutían y al mismo tiempo actuaban políticamente. A diferencia del mundo clásico (democrático y republicano) en donde los ciudadanos desplegaban el debate (y la acción) en el espacio público (la polis, la civitas), el diálogo en el mundo moderno surge del espacio privado en donde los individuos discuten sobre los asuntos de interés general y critican al espacio público estatal (la monarquía absoluta) dando origen a lo que Habermas llama la esfera pública.
La esfera pública (la crítica de los ciudadanos y de la ilustración) y la acción de las logias contribuyeron decisivamente a la transformación de las monarquías absolutas en monarquías constitucionales. Las democracias liberales, ayudadas por la complejidad y extensión del mundo moderno, han institucionalizado y en la práctica han expropiado el debate  público enclaustrándolo en sus recintos parlamentarios que devinieron foros públicos. Esta función parlamentaria, sin embargo, hoy ha sido francamente devaluada y ha sido asumida, de manera deficiente, por los medios que están claramente limitados por las ideas y los intereses de sus propietarios y de las élites.  De esa manera, el debate y la acción de los ciudadanos han quedado prácticamente fuera de la política. Los ciudadanos que deliberaban y actuaban políticamente han sido transformados en electores y en votos. Eso explica, en gran medida, la emergencia y los reclamos de la democracia deliberativa y de la democracia participativa.
El diálogo parte de dos grandes supuestos. El primero sostiene que la verdad y el error están democráticamente repartidos y nadie puede reivindicar su monopolio. El segundo afirma que nadie posee tampoco el monopolio de las soluciones de los problemas y que todos, incluidos los pobres, pueden contribuir a resolverlos. El diálogo importa, además, más que por la calidad de los argumentos que se esgrimen, por la consideración de los otros que intervienen en él. El diálogo expresa una racionalidad comunicativa que toma en cuenta los deseos, las creencias, las preferencias y demandas de la gente.
La racionalidad comunicativa no elimina, pero sí controla los efectos destructivos de la racionalidad instrumental (propia del mundo moderno) que considera a las personas como cosas y las trata como tales. Un claro ejemplo de esta es el empresario capitalista que se propone como objetivo la rentabilidad y que convoca a los trabajadores (medios) para este fin y que los despide cuando ya no le son útiles. En la política pasa lo mismo. Las políticas públicas, sobre todo las políticas sociales, tratan a los peruanos y a los pobres como cosas. Los gobernantes pretenden dirigir la educación sin los maestros y contra los maestros, organizar eficientemente el Estado sin y contra la burocracia, reformar la salud sin y contra los médicos. Es una locura.
Lo peculiar del diálogo de la izquierda es que ella llevará como agenda, además de algunos puntos consensuales con otros partidos (corrupción, seguridad, reforma política), otros puntos que ni la derecha ni el gobierno quieren discutir: crisis y desarrollo sostenible, consulta previa, defensa de los derechos de los trabajadores, etc.
Fuente: Diario La República. 29 de agosto del 2013.

sábado, 17 de agosto de 2013

La clase media y su rol político en el Perú. Entre el individualismo y el carácter pluricultural del país.

El mito de la clase salvadora

Por: Sinesio López (Sociólogo)
Previendo el fin del ciclo exportador de minerales, nuestros liberales criollos se han echado a buscar a los salvadores del posible naufragio y creen haberlos encontrado en la clase media que es consumidora y al mismo tiempo semillero de emprendedores.
Esta búsqueda forma parte del mito de la clase salvadora. Hernando de Soto creyó encontrarla en los informales; el marxismo, en el proletariado; los liberales de los países avanzados, en la burguesía. A esta  nueva clase media se le atribuye una función económica, diferente a la de la clase media tradicional (compuesta de profesionales liberales y de burócratas) cuya función ha sido principalmente política. Como  sostuvo alguna vez Carlos Franco, la clase media tradicional distribuye conciencias, ideologías y cuadros políticos a las otras clases sociales. Era y es una clase media ilustrada mientras la nueva clase media (que nace del comercio y los servicios) está constituida por cachueleros exitosos, pero iletrados.
Más allá de los mitos, las sociedades modernas (de individuos y clases sociales) más o menos integradas han tenido y tienen élites dirigentes que han construido un orden social (económico, político, cultural) a través de un proyecto nacional que toda la sociedad comparte y hace suyo. Ellas son las clases dirigentes de las que hablaba Gramsci. Esta es justamente la carencia peruana (y de otros países de América Latina) que es la fuente permanente de inestabilidad. Montesquieu sostenía que los equilibrios políticos no se basan solo en las instituciones sino también en los equilibrios sociales. Este es otro tema de  la agenda posneoliberal.
Otro tema de agenda con incidencia política es el cambio cultural. Dos problemas  han surgido en este campo en las últimas décadas: el individualismo y el carácter pluricultural del país. Por un lado, el avance en la sociedad de mercado implica un avance en la sociedad de individuos y, en menor medida, del individualismo posesivo, pero este no es tan importante como creen los neoliberales. La demanda de Estado y de comunidad (estatismo-comunitarismo: 38%) y la de Estado y mercado y  libertades individuales (estatismo-liberalismo: 43%) siguen siendo de lejos las más importantes en una encuesta del 2005. Por otro lado, lo que caracteriza al Perú es una multiculturalidad compleja (plural en el caso de la Selva y semi-plural en el caso de  los quechuas y los aimaras usando los términos del politólogo Lijphart).
El terrorismo sigue siendo un problema que marca la agenda y ha traído una serie de consecuencias que hasta hoy perduran. Por un lado, produjo lo que Schmitt llamó una situación excepcional (caos legal, político, militar) y de ella nacieron la dictadura y el fujimorismo. Por otro, el miedo al terror generó más conservadurismo (y más antiizquierdismo) en la sociedad, la desmovilización de los sectores populares y la desdemocratización del país.
Finalmente, el neoliberalismo no ha resuelto ninguna de las grandes divisiones estructurales o clivajes (étnico-racial, centralismo-descentralización, nación-imperio, social o de desigualdad, la brecha Estado-territorio, etc.) que ponen en tensión a las diversas fuerzas sociales del país. Ellas seguirán motorizando los diversos conflictos sociopolíticos en los próximos años.
Fuente: Diario La República. 15 de agosto del 2013.

domingo, 11 de agosto de 2013

Republicanismo, liberalismo y democracia. Distinciones conceptuales.

En pos de La República

Por: Martín Tanaka (Politólogo)
El año pasado comenté el libro de Hugo Neira, ¿Qué es república? Acaba de aparecer el indispensable libro de Carmen McEvoy, En pos de la República. Ensayos de historia política e intelectual (Lima, Centro de Estudios Bicentenario, Municipalidad de Lima, Asociación Antonio Raimondi, 2013). Pronto aparecerá el libro de Alberto Vergara, Ciudadanos sin República, que espero comentar más adelante. Acaso pueda decirse que, desde vertientes diversas, empieza a darse una reconsideración del ideal republicano como clave no solo para entender mejor la naturaleza de nuestros problemas históricos y actuales, también para pensar en sus soluciones.
Pero corresponde empezar estableciendo en qué consiste ese ideal republicano, y sus similitudes y diferencias con las tradiciones liberal y democrática. Es que en la democracia como régimen político, en el ideario representativo, las tres tradiciones se encuentran fundidas, aunque correspondan a orígenes y tengan contornos diferentes. Para esto resulta muy útil un texto de Guillermo O’Donnell, Accountability horizontal (1998). Para O’Donnell, lo central en el credo liberal es la idea de que existen ciertos derechos que ningún poder puede transgredir; en el republicano, la noción de servicio público, basada en el respeto a la ley y en la consideración del bien común. Así, para el liberalismo, la vida se desarrolla más plenamente en el ámbito privado; para el republicanismo, en la esfera pública; el primero es defensivo, el segundo elitista, está a la búsqueda de una elite virtuosa. La tradición democrática, por el contrario, es esencialmente igualitaria y participativa. La democracia tiene su origen en Atenas; la república en Roma; el liberalismo en la sociedad feudal y más adelante en la Inglaterra de Locke y la Francia de Montesquieu.
El renovado interés por la tradición republicana sería consecuencia, como sugiere O’Donnell, del hecho de que los desafios políticos que enfrentan nuestros países provengan tanto de un criterio democratista mayoritario, de raigambre populista, que impone una dinámica confrontacional y autoritaria, así como de un neoliberalismo que en nombre del mercado ha debilitado las instituciones y empobrecido la esfera pública.
El libro de McEvoy cubre el periodo que va desde la fundación de la república hasta las primeras décadas del siglo XX, a través del seguimiento de personajes que simbolizan y encarnan la búsqueda de los ideales republicanos (Bernardo de Monteagudo, Juan Espinoza, José Arnaldo Márquez, Juan Bustamante, Pardo, Antonio Raimondi, Francisco García Calderón y Abraham Valdelomar). Aun en un contexto adverso, tienen algunos logros: el convencionalismo liberal de 1855, que llevó a la abolición de la esclavitud y del tributo indígena, y la “república práctica” de Manuel Pardo (1872-1876). Para McEvoy, son referentes que deben ser rescatados y ladrillos necesarios para “formular un proyecto nacional de cara al siglo XXI”. Seguiré con el tema.
Fuente: Diario La República (Perú). 11 de agosto del 2013.

domingo, 7 de julio de 2013

Francisco Durand y el libro “Los Romero: Fe, Fama y Fortuna”.


“LOS ROMERO: FE, FAMA Y FORTUNA” (ENTREVISTA)

* Una entrevista de Quehacer a Francisco Durand, a raíz de su último libro
En la última edición de la revista Quehacer, publican una extensa entrevista al sociólogo Francisco Durand, a raíz de la reciente aparición de su libro “Los Romero: Fe, Fama y Fortuna”, escrita durante las dos últimas décadas en que ejerció la docencia en la Universidad Texas en San Antonio, Estados Unidos. Se trata de una investigación sobre los orígenes de la familia Romero, el importante grupo de poder económico que llegó de España a Piura, “para construir una importante fortuna, y erigirse en un grupo que ha dialogado con los diversos presidentes del país”. diario16 lo reproduce por ser de interés.
-¿Qué opinas de la última ofensiva empresarial contra Humala para evitar que el Estado compre Repsol?
Hace tiempo que no se veía tal manifestación de poder de las fuerzas vivas. Me recuerda el intento de estatización de la banca de 1987, por cómo movilizaron a la Confiep y orquestaron a políticos, periodistas, congresistas y a un sinfín de comentaristas, dándole duro al presidente, aprovechando que manejan los principales medios de comunicación de masas. La impresión que esto deja es que las grandes corporaciones, cuando quieren, movilizan sus milicias y manejan la agenda política.
Esta ofensiva tiene algo de lo que hizo la vieja oligarquía en los años sesenta, cuando demostró intransigencia con una reforma agraria limitada que hizo que el país se hartara de su arrogancia. Cuando llegó Velasco, se quedaron solos. Es una forma intolerante, poco equilibrada, de defensa de intereses sobre un recurso que es nacional. No veo por qué el Estado no pueda intervenir, siempre y cuando actúe con eficiencia y honestidad, y que la decisión tenga base técnica. Es un error no acceder a esta fabulosa renta, y de paso contrabalancear el enorme peso que tiene el sector privado. Al abandonar sus planes, Humala ha mantenido la asimetría con los privados, hecho que no conviene al país.
-¿La que estaba detrás era la nueva oligarquía, como sugieres, o algún grupo o empresa en particular?
Creo que ambos. La sensación que queda es que toda esta orquesta de indignados defensores de los derechos del sector privado, a tener la exclusiva sobre los recursos naturales nacionales, ha sido dirigida por los interesados en adquirir esos activos (la refinería y, sobre todo, los grifos), que es Primax, empresa del grupo Romero, socio menor de Enap (Empresa Nacional del Petróleo) de Chile. Hace unos meses, le pregunté a un exconsultor de Repsol quién sería el lógico comprador, y me dijo que el principal, por los activos que tiene y sus intereses en el país, era Enap. Tuvo razón, pero ahora se esconde detrás del coro de sicofantes y áulicos, que han salido a frenar la compra estatal manejando las noticias a su antojo, sin abrir un debate, luego del cargamontón, haciendo encuestas.
-¿Victoria que trae cola?
Puede traer mucha cola, pero en cámara lenta, hasta que se instale la idea de que el país vuelve a ser presa de intereses privados y extranjeros, que dejan de lado el interés nacional e impiden adoptar consideraciones estratégicas de acceso a las rentas petroleras y gasíferas, así como cuestiones de seguridad nacional. Se pudo discutir los pros y los contras técnicos y financieros con los temas estratégicos; ese debate era bueno, pero predominó el ruido de la derecha. Han actuado como dueños del país e impedido un debate a fondo, que hubiera continuado si Ollanta y Nadine no retrocedían. Este volverá a surgir cuando se sepa quién compra finalmente, y si es Enap de Chile, la indignación y protesta nacional podrían rebrotar. Y si no pagan los impuestos como debieran, más todavía. En realidad, este asunto recién está comenzando y tiene para rato. Habrá que ver, sin embargo, si quienes defienden el rol del Estado pueden romper el cerco mediático y encontrar la forma de hacerse oír. En todo caso, tras la lamentable muerte de Javier Diez Canseco, su reemplazante, Manuel Dammert, versado en el tema, puede colocarlo en la agenda.
-¿Y qué papel juegan los Romero en todo esto?
Como siempre, actúan a través de terceros, no salen al frente. Es un ejercicio del poder indirecto, al cual se han acostumbrado hace mucho tiempo. Esta modalidad se desarrolló a partir del momento en que la familia se vino a Lima en los setenta, y aprendió a manejar los hilos del poder financiero y político, a “palanquear”. Ahora son socios menores de grandes grupos chilenos y suelen, gracias al palanqueo, allanarles el camino para que entren a los puertos, a las distribuidoras de gasolina, al sistema financiero, y ahora, si ganan, a Repsol. Hasta han apoyado a Enotria, otro de sus socios, para que fabriquen DNI, hecho que ha pasado desapercibido, pero que es un buen ejemplo de cómo trabajan con sus socios chilenos.
-¿El grupo está separado del gobierno de Humala? ¿Grupos como los Romero ejercen solo una presión desde afuera?
No lo puedo decir con precisión. Se trata de una relación compleja y poco conocida que se establece a puerta cerrada, y los operadores la manejan en paralelo con ministros y asesores que están dentro o logran conectarse con el Gobierno. Ese es el juego del grupo establecido por Dionisio Romero Seminario hace décadas, y que hoy continúa su hijo sin mayores variaciones. Es su modus operandi.
-Pero, ¿ha habido contacto personal primero entre Humala y los Romero?
Sí, y me lo dijo el propio Humala en una ocasión.
-¿Cómo así? ¿Durante la campaña del 2011?
Antes, en 2009, cuando el BCP informó a García y a la prensa que una de las cuentas de Nadine Heredia mostraba ingresos provenientes de Venezuela. Ello motivó una amenaza de juicio, hasta que Dionisio hijo hizo una gestión para “explicárselo personalmente”. Humala accedió y hablaron en privado. Me lo contó él mismo, poco después. Me llamó la atención que Ollanta pareciera impresionado de haber trabado relación. Indicó que, por ser de la misma edad, tenían cosas en común, que eran “de la misma generación”. No sé si después habrá habido contribuciones a su campaña. Ese, como sabes, es el secreto político mejor guardado y lo manejó un hermano de Nadine. Tampoco, me extrañaría. Lo cierto es que, durante el reinado de los Dionisios, el grupo Romero ha conocido personalmente a todos los presidentes, desde Belaunde a Humala. La única excepción ha sido Valentín Paniagua, a quien le desagradaban esos manejos. Incluso, una vez me dijo orgulloso: “Nunca he viajado en una avioneta del grupo Romero”, pues era común que candidatos como Toledo, Flores, García y otros, volaran en sus campañas o fueran invitados al famoso tour aéreo a Palmas del Espino. Si esos aviones de ATSA pudieran hablar…
-Y ahora que has terminado tu libro, “Los Romero: Fe, Fama y Fortuna”, ¿ves continuidad o cambio en la evolución histórica del grupo Romero?
Mi estudio se centra en las jefaturas y explica cómo funciona el capitalismo familiar en un caso famoso. Los dos primeros jefes, Calixto Romero y Feliciano del Campo Romero, eran españoles de origen campesino que vinieron a Perú a labrar fortuna y se concentraron en negocios en Piura (sombreros y pieles primero, algodón después). Operaban como casa comercial importadora-exportadora, bien conectada con el mercado mundial, ahorrando para invertir sus excedentes en empresas grandes, en Lima o el resto del país. Pero era una fortuna provinciana, poco metida en política (salvó la conexión que tuvieron con la Falange Española), lo que más bien refuerza la hipótesis de actuar como empresarios extranjeros. Después, con Dionisio Romero Seminario a partir de 1967 y su hijo desde 2009, es decir con las jefaturas peruanas, los Romero hacen la transición de grupo algodonero-comercial a grupo financiero-industrial y se van a vivir a Lima. Esta mudanza es muy simbólica de sus cambios. Y a partir de ahí, Dionisio el viejo entra en las esferas del poder político. Primero, en los setenta y los ochenta, lo hace personalmente en directorios y consejos consultivos, y luego, desde los noventa, aunque sigue tratando con presidentes y ministros cara a cara, comienza a apoyarse en gestores, lobistas, abogados, amigos, consultores; en fin, ese ejército que se ha visto hace poco movilizado para frenar la compra estatal de activos de Repsol y que solía salir en su defensa en la época de los ‘vladivideos’. Es un cambio de la política tradicional a la política que se construye a partir de un proceso de error y prueba, pero que les permite penetrar en las entrañas del poder y aprovecharlas para ampliar sus negocios, comprar tierras, lograr concesiones tributarias, favores judiciales, al punto que se dice “los Romero nunca pierden un juicio”.
-Pero, muchos peruanos no comparten esta percepción, más crítica, de la evolución o involución de los Romero. No faltará quien diga que “les tienes bronca”, que ves lo negativo.
Al poder económico hay que estudiarlo desde todos sus ángulos. El que he expuesto es uno más crítico, cierto, pero construido no por rabia o con ganas de ajuste de cuentas. Lo hago sociológicamente, como interpretación que emana de una larga investigación que no oculta sus logros, pero que, a diferencia de la gran mayoría de lo que se escribe sobre los Romero, no tiene impedimentos ni temores para ver lo negativo. Me ha tomado cuatro años terminar este libro, y mientras investigaba me ha asombrado siempre constatar que mucha gente tiene ideas fijas sobre los Romero. Algunos les tienen enorme admiración y respeto, mientras otros los cuestionan y rechazan, pero pocos se preocupan por conocer su historia, por averiguar cómo operan.
Eso es lo que hago en el libro: un proceso penoso y paciente que es indispensable para juzgar la trayectoria de los grupos de poder, desde todos los ángulos posibles. Y justamente, hablando de sociología, por eso me ocupo no solo de la fortuna sino también de la fama que, cierta o falsa, borrosa o precisa, se puede decir que es parte de la realidad, y hasta de la fe y las tradiciones que guían a la familia e inspiran a las jefaturas. Se busca separar y relacionar lo objetivo y lo subjetivo.
-¿Y a qué viene lo de la fe?
Esa es otra dimensión objetiva-subjetiva. Me explico. Los Romero son católicos de Castilla La Vieja y expresan ese catolicismo rural ancestral, que mezcla religión y tradición. Es lo que trajeron a Perú y lo que han traspasado de una generación a otra. Se puede decir que hay cosas en las cuales los Romero de todos los tiempos creen, para señalar una continuidad: empresas y religión, propiedades y fe. La primera la construyeron en Perú y es cada vez más grande y la segunda la heredaron y, como la fortuna, la mantienen y les ha ayudado a vincularse con la Iglesia. La fe y la tradición, en su versión conservadora, ordenan la vida familiar, definen el rol de los varones y las mujeres, justifican una división sexual del trabajo ancestral. De allí que, en el caso de los Romero, los varones sean gerentes y las mujeres amas de casa, para que ayuden a “educar a los hijos y les trasmitan valores”, de modo que ellos “puedan desplegar todas sus energías en las empresas”. Eso sigue invariable y es muy típico de esta expresión curiosa de capitalismo familiar de los Romero.
-¿Pero esta familia nunca ha tenido líos, broncas? ¿Son acaso católicos ejemplares?
La familia se ha mantenido unida, me refiero a casi todas las ramas, y las principales, aquellas con acciones; lo que a su vez ha preservado intacta gran parte de la fortuna familiar durante ciento cincuenta años, manejada colectivamente por los jefes varones, para seguir agrandándola. Esto es parte de la unión. Se ha creado de ese modo una sinergia: mantén a la familia unida para que la propiedad la maneje como un todo el jefe empresarial-familiar, para que la aumente y diversifique en beneficio del colectivo.
Pero hay líos, como ocurre hasta en las mejores familias. Destacan dos. Uno, la bronca entre Calixto Romero y Ramón, su primogénito, nacido en Catacaos de una campesina Navarro, con quien tuvo una relación antes de casarse con Rufina Iturrospe. Ramón se llevó mal con su padre y también con Feliciano, el segundo jefe. El incendio de Almacenes Romero de Piura en 1933, incidente que causó que ambos bandos se acusaran de maldades, rompió la relación entre Ramón y el grupo Romero. Luego, en tiempos más recientes, una de las descendientes de los Del Campo Romero, heredera de Feliciano, acusa a Dionisio Romero Seminario, su primo segundo, de haberle quitado acciones de este legado. El lío ha dado origen a denuncias y litigios de Margarita Del Campo Vegas y su esposo, que Dionisio, para variar, siempre ha ganado. Pero, en ninguno de los dos casos se afectó lo central de la fortuna.
-¿Has podido hablar con los Romero y su gente de confianza sobre estos temas?
Hasta donde he podido. He hablado con parientes y gerentes, amigos y enemigos o gente que conocía personalmente ciertos detalles de la historia del grupo, como las gestiones que hiciera Dionisio en el Banco Industrial del Perú para lograr capitalizar los bonos de la reforma agraria, su primer gran éxito en Lima.
Con los Dionisios no he hablado ni creo que lo vaya a hacer. Son muy cerrados y solo conceden contadas entrevistas, calculando cuidosamente de qué hablan y con quién hablan. Envié una carta al cuarto jefe, a Dioni, y no me llegó respuesta.
A falta de ella, he tratado de verificar los datos con cuanta fuente hablada y escrita de calidad he podido descubrir, y lo que encuentro es fascinante. Es una historia increíble, pero no solo de dinero y empresas, que es lo que atrae a gran parte de los analistas, sino de vida familiar, influencias, manejo del poder que se entremezcla con compra de propiedades y reorganización de empresas.
-Y en materia de fuentes, Montesinos sí que dio una ayudita.
Muy cierto y hay que “agradecerle” haber hecho esas grabaciones, cuyas revelaciones luego dan origen a las comisiones investigadoras del Congreso, frente a las cuales Dionisio tuvo que declarar. Lo que lamento es que no se haya hecho público el video de la conversación entre Arturo Woodman, Dionisio Romero Seminario y Montesinos, en 1996, sobre los problemas con Sendero en Palmas del Espino, que resultó en el envío del grupo Colina a “limpiar” la zona. Creo que jamás será difundido, aunque guardo las esperanzas de que un día aparezca una de las copias. No hay que olvidar que Montesinos no hacía favores gratis y le gustaba guardar archivos. Me pregunto, ¿son esos archivos los que explican su exigencia de viajar en el avión de los Romero a Panamá en el año 2000?
La fortuna de los Romero se estima en dos mil millones de dólares aproximadamente 
- Y viendo a los cuatro jefes Romero en el largo plazo, ¿cuál es el mejor y cuál el peor?
Depende de qué tiempos y factores estemos hablando. Si nos centramos en la calidad de la jefatura y los resultados, el mejor es Feliciano del Campo Romero: con él se inicia la expansión al algodón, el paso a la industria, la entrada a directorios de bancos; en realidad, es el creador del grupo Romero. Sin embargo, es el menos mencionado, quizá porque su brillo opaca a los Romero Iturrospe, hijos legítimos de Calixto, el fundador, o porque no tuvo descendencia y tuvo que pasarle el mando a Dionisio. ¿El peor? Es difícil decirlo porque la información no es uniforme, pero está entre Dionisio padre e hijo. El padre expandió y globalizó este imperio en momentos difíciles y salió triunfante, sobre todo cuando se convirtió en presidente ejecutivo del BCP y lo defendió de la estatización de 1987, logrando revertirla un 100% hacia 1990, y con ello, recuperar las acciones y su puesto. Fue su mejor momento. Pero, él mismo provocó su peor momento con sus frecuentes relaciones con Montesinos, y fruto de ellas, el envío del grupo Colina a limpiar la zona de Tocache de senderistas, y cuando autoriza personalmente que Montesinos se vaya del país en una avioneta de ATSA. De Dioni, Dionisio junior, es muy temprano para hablar. Todavía, tiene que hacerse jefe. No parece muy seguro de sí mismo y está expandiendo demasiado al grupo. En todo caso, su peor momento es cuando el frente de anconeros lo derrota, en 2011, al impedir la construcción del puerto de Alicorp en Ancón, autorizado gracias a la untuosa relación con el presidente García en su segundo gobierno.
-¿Y qué le depara el futuro? Las noticias y los rankings lo ponen por todo lo alto.
Los rankings se hacen para impresionar. Son para ilusos y admiradores del dinero. A los Romero y sus dos conglomerados, Credicorp y Alicorp, ahora les va bien. Creo que la fortuna de los Romero, colectivamente, se estima en cerca de dos mil millones de dólares y están entre los primeros cincuenta grupos del continente. Suena impresionante, ¿no? Lideran el sistema financiero, son el mayor conglomerado alimentario del Perú y están penetrando en Sudamérica, tienen alianzas estratégicas con capitales chilenos hasta con los chinos, son los principales latifundistas de la selva; y están entrando en gasolineras, pesquería, minería. Pero si te fijas bien, te das cuenta de que las propiedades y las empresas están muy dispersas y que la familia, al reorganizarse para globalizarse, tiene cada vez menos control accionario. Por otra parte, la historia te enseña que existen tres fuentes de vulnerabilidad: ciclos económicos y políticos negativos y problemas internos que todavía no se han presentado…
-Bueno, justamente y para terminar, ¿cuál crees que será su futuro si se presentan esas vulnerabilidades?
Desde que Dioni asumió el mando, los planetas han estado bien alineados. El ciclo político, gracias a Toledo, García y Humala, les ha sido favorable pues el gobierno ha continuado en piloto automático promoviendo las inversiones, es decir, las grandes corporaciones. El ciclo económico, con la bonanza exportadora de los años 2002-2012, no ha podido ser mejor. Ambos factores han hecho que la fortuna crezca y pase de millones a miles de millones, y por lo mismo la jefatura de Dioni no se ha probado. La mayor vulnerabilidad ahora viene de afuera y es económica. Ya lo probó la crisis de 1998, que casi quiebra a Alicorp pues la agarró endeudada al fusionarse con Nicolini y puso en aprietos a Credicorp, por lo que un desesperado Dionisio tuvo que recurrir a Montesinos. Una clave es la jefatura. Dioni tiene que hacerse jefe en tiempos difíciles. Si falla, podría perder la dirección de Credicorp, donde los Romero solo tienen el 16% y donde han atado muchas de sus otras empresas, las de seguros por ejemplo. Igual, si tiene éxito, un pez más grande puede comprarlos. Veremos, pero eso será materia de otro libro.


Fuente: Diario 16. 07 de julio del 2013.

domingo, 26 de mayo de 2013

Democracia peruana, entre los Insider y los Outsider.

¿Una Democracia de los Insider?

Por: Steven Levitsky (Politólogo y profesor de la Universidad de Harvard)
Hace 25 años que reina la política de los “outsider” en el Perú. Con el colapso de los partidos, el juego electoral se abrió, permitiendo la elección de novatos políticos a la presidencia (Fujimori, Toledo, Humala), al Congreso (empresarios, voleibolistas, pastores, comentaristas deportivos, vendedores de fotocopiadoras) y a un gran número de alcaldías y gobiernos regionales. 
Nos acostumbramos a esperar el nuevo outsider en cada elección. Ya empezó la especulación para 2016. ¿Será Antauro? ¿Gregorio Santos? ¿El padre de Ciro Castillo? 
Pero en realidad, las elecciones presidenciales ya no son juegos de outsiders. Al contrario: como observa Mauricio Zavaleta, son dominados cada vez más por los “viejos conocidos de la política”. En 2001, compitió un ex presidente (García) con Alejandro Toledo y Lourdes Flores. En 2006, compitieron dos ex presidentes (García y Paniagua), Flores de nuevo, y un outsider (Humala). En 2011, no hubo outsider entre los candidatos mayores: solo un ex presidente (Toledo), la hija de un ex presidente (Keiko), dos ex candidatos presidenciales (Castañeda y Humala) y un ex premier (PPK). Y si los precandidatos no se matan entre ellos antes de tiempo, 2016 sería muy parecido: dos ex presidentes (Toledo, García), la hija del ex presidente y quizás la esposa del presidente. Lejos de la política de los “outsider,” las elecciones presidenciales peruanas se han convertido en un juego de los “insider.” 
¿Qué pasa? Creo que la creciente sensación de déjà vu en las elecciones presidenciales se debe a una combinación de dos factores. Primero, con el colapso de los partidos desaparecieron las carreras políticas en el Perú. En las democracias establecidas, casi todos los políticos nacionales siguen una carrera política. Ascienden por las filas de su partido y ocupan varios cargos electivos antes de convertirse en “presidenciables”. Han sido líderes partidarios (Lula, Lagos, Calderón), gobernadores (Néstor Kirchner, Peña Nieto, Uribe) o congresistas (Cardoso, Mujica). Estas carreras institucionales garantizan un flujo más o menos constante de nuevos políticos nacionales.
En el Perú, estos caminos institucionales no existen. Los partidos ya no generan nuevos políticos nacionales, como alguna vez hicieron con políticos como García, Flores y Paniagua. Gracias, en parte, a la debilidad de los partidos, el Congreso tampoco sirve para hacer una carrera política. En 2006 y 2011, solo 18% de los congresistas fueron re-elegidos. Es un Congreso lleno de novatos, no de políticos profesionales. 
Ningún presidente regional ha saltado con éxito a las grandes ligas. Intentaron algunos (Yehude Simon, Vladimiro Huaroc), pero sin demasiado éxito. 
Con la excepción de Lima, las alcaldías tampoco sirven para lanzar una carrera política nacional. De hecho, la alcaldía de Lima es el único cargo electo que sí sirve como trampolín a la política nacional. 
No existen, entonces, caminos institucionales a la presidencia en el Perú. Ni los partidos ni el Congreso ni los gobiernos locales generan un flujo de nuevos políticos nacionales. Como consecuencia, la puerta queda abierta para los outsiders.
Pero –y este es el segundo factor– ya no estamos en el Perú de 1990. Hace 25 años, debido a la profunda crisis que vivía el país, muchos peruanos estaban dispuestos a apostar por un “outsider”, un desconocido total. La elección de 1990 fue un verdadero salto al vacío. Mucha gente que votó por el desconocido Fujimori lo hizo porque creía que cualquier cosa sería mejor que el statu quo. Si el statu quo es el colapso económico, la hiperinflación y la creciente violencia senderista, y si la clase política parece incapaz de cambiarlo, un salto al vacío no es una locura. Para una gran parte del electorado, no había mucho que perder. 
Veintitrés años después, la situación es distinta. Ya no hay crisis. Después de una década de boom económico el electorado se ha vuelto más conservador, no (solo) en términos ideológicos sino también en su comportamiento político. Hoy, muchos peruanos consideran que sí tienen algo que perder, y como consecuencia, pocos quieren la incertidumbre de un desconocido total. Los votantes no son tontos. Como escribe Mauricio Zavaleta, quieren información sobre los candidatos. En la mayoría de las democracias, los partidos son la fuente principal de esta información. Donde no hay partidos, la información sobre los candidatos es escasa y mucha gente termina optando entre los “viejos conocidos.”
Si la ausencia de partidos y carreras políticas dificulta la generación de nuevos políticos nacionales, y al mismo tiempo el electorado ya no está tan dispuesto a apostar por los outsider, el universo de presidenciables se reduce a un grupo pequeño de figuras conocidas: ex presidentes; hijos de los presidentes; esposas de los presidentes; burgomaestres limeños (Castañeda); y algunos ex premier (PPK). César Acuña intenta unirse al club a través de una extraordinaria inversión de su propio dinero, pero hasta ahora no ha logrado hacerlo.
Sin la renovación política generada por partidos institucionalizados, pero sin ganas de apostar por los desconocidos, el electorado peruano enfrenta, cada cinco años, una especie de déjà vu electoral. Si se mantiene esta tendencia, es probable que se profundice el descontento político en un país que ya sufre demasiado descontento político. La gente se quejará de los “mismos políticos de siempre.” Eventualmente, la percepción de una clase política atrincherada en el poder podría favorecer el surgimiento de un outsider populista que promete tumbarla. 
Pero si surge el populismo de nuevo, no será culpa de los partidos. No es la partidocracia la que mantiene a los “viejos conocidos de la política”. Es la ausencia de los partidos.
Nota aparte: la denuncia de Fernando Rospigliosi de que el gobierno está espiando a políticos y periodistas a través de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) es preocupante. ¿Quién la va a investigar? En el Perú, el Congreso, el Poder Judicial y los medios siempre investigan con más entusiasmo a los ex gobernantes que a los gobernantes actuales. Eso no está bien.
Fuente: Diario La República. 26 de mayo del 2013.

sábado, 9 de marzo de 2013

El pensamiento de Maquiavelo aplicado a la actualidad.


Maquiavelo, nuestro contemporáneo

Hace quinientos años, terminó un pequeño tratado, ‘El Príncipe’, que sigue conservando su influencia intacta: nadie supo distinguir con tanta nitidez cómo funciona de hecho la política y cómo nos gustaría que lo hiciera.


Por: Fernando Vallespín
Hace 500 años, en el otoño-invierno de 1513, un apesadumbrado Maquiavelo, exiliado en su finca de Sant’Andrea tras la caída de la república florentina, consiguió escribir lo que acabaría siendo uno de los más grandes libros de la historia de la teoría política, El príncipe. Era un pequeño tratado de no más de 30.000 palabras en el que se hablaba de los diferentes tipos de principados y de los atributos que deben acompañar a los hombres de Estado. A los ojos de hoy, tanto el estilo como la continua sucesión de ejemplos históricos no ofrecen una lectura fácil. Esto contrasta, sin embargo, con la vigencia que desde entonces siguen teniendo sus principales mensajes. Ya se sabe, un clásico es un autor del pasado con el que dialogamos como si fuese un contemporáneo, alguien que sigue presente entre nosotros a pesar de la distancia temporal que se abre entre su tiempo y el nuestro. Seguramente porque todavía tiene algo que decirnos y sigue siendo escuchado cuando abordamos ciertos temas o nos adentramos en algunos problemas o discusiones.
Las cuestiones centrales del libro giran todas en torno al poder. Es un perfecto manual de las técnicas de poder, y de cómo toda acción política debe ser evaluada en función de su capacidad para obtenerlo y mantenerlo, no de su ajuste más o menos cabal a los imperativos de la moralidad. Lo que importa es el éxito a la hora de buscar este objetivo, y aquel condiciona la naturaleza de los medios que sean necesarios para alcanzarlo. “El que quiere el fin debe querer los medios”, que diría Nietzsche. Y los medios que se requieren para el sustento y la protección del Estado —o la conservación del poder por parte del príncipe— no siempre se prestan a los dictados de la acción moral. Es más, si un gobernante no está dispuesto a renunciar a la moral cuando las circunstancias así lo exijan, más vale que se dedique a otra cosa. “Un príncipe que quiera mantenerse como tal debe aprender a no ser necesariamente bueno, y usar esto o no según lo precise”. Vicio y virtud serían así categorías de la moral, no de la política. Porque la política exige mancharse las manos, es irreconciliable con una visión de la realidad en la que la acción moral siempre nos ofrece una alternativa a lo que se impone como necesario, que haya algo así como una armonía entre principios éticos y las consecuencias específicas derivadas de aplicarlos .
A la vista de esto, no es de extrañar que Maquiavelo fuera visto desde siempre como el “maestro del mal” (L.Strauss), como un a-moralista a quien había que combatir por todos los medios. El cardenal Pole llegó incluso a decir que su libro había sido escrito “por la mano de Satanás”. Otros lo absuelven, porque en sus Discursos, el tratado sobre las repúblicas que comenzara a escribir en ese mismo año de 1513, cambia de perspectiva y traslada el fin de la acción política desde la conservación del poder del príncipe al vivere civile y libero republicano, y subraya la necesidad del apoyo del pueblo como fundamento de la fuerza del gobernante. Aunque, todo sea dicho, con ello no cambia lo más sustancial de su enfoque. La razón de Estado sigue presente —si está en peligro la patria deja de constreñirnos la moral y el derecho—, y, sobre todo, sigue manteniendo que la política, aun bajo condiciones republicanas, no nos enfrenta a un mundo reconciliado. La maldad del hombre es inextricable —“un hombre olvida antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”— y nunca podremos liberarnos del engaño y la mentira como medios fundamentales de la acción política.
Maquiavelo nos ofrece, en efecto, una política exenta de moralina, que diría Nietzsche, y ha pasado a la historia, como el primer realista político. Nadie supo distinguir con tanta nitidez la distancia que se abre entre cómo funciona de hecho la política y cómo nos gustaría que lo hiciera. Su mensaje no puede ser más meridiano, la política siempre es estratégica, siempre ha de vérselas con actores que tratan de maximizar sus intereses con todos los medios a su alcance, y ninguno de ellos hace aspavientos a los instrumentos que sean necesarios para alcanzarlos. Es preciso observar, sin embargo, que al presentarnos este dato fundamental de lo político, nuestro autor contribuye a desvelarnos la naturaleza profunda del poder, desprovista ya de mitos e ideologías legitimadoras, su rostro desnudo. Y, como ya observaba Gramsci, esto es lo que nos permite actuar para eludir sus peores consecuencias y buscar “otra política”.
La constatación de que Maquiavelo en eso tiene razón es, en definitiva, lo que nos ha llevado a diseñar todos los diques posibles para evitar que la razón de Estado o la persecución del interés propio, tanto por parte de los gobernantes como de los grupos de interés, traspase ciertos límites. Esa ha sido la labor tradicional de la democracia y de las instituciones del Estado de derecho. Hoy, junto con la exigencia de ética pública, funcionan como algunos de los condicionantes externos de la acción política. Exactamente igual que eso que teorizaba en su libro cuando se refería a la necessitá o la fortuna.
La virtú del gobernante no solo consiste en saber operar bajo esos condicionantes, sino en tener conciencia también de cuál es la qualità de’ tempi, las peculiaridades de cada contexto y el estilo de gobierno que encaja con ellas. En este sentido, la política de los drones de Obama sería más maquiavélica que la de Guantánamo o de las empresas bélicas de Bush. En ambos casos, el fin, la seguridad, condiciona los medios, pero una es mucho más aceptable para la moralidad pública de un país como Estados Unidos que otra y, por tanto, más eficaz. El fin se impone a pesar de su inmoralidad, pero unos son más digeribles para las “circunstancias del tiempo” que otros. Como se ve, lo importante es el éxito de la acción, no su adecuación a principios. O, desde otra perspectiva y por quedarnos en nuestro país, las nuevas medidas dirigidas a evitar la corrupción, que son una respuesta a la tendencia de un sector de la clase política a perseguir sus propios intereses a expensas del interés público, responden a una clara presión ciudadana para imponer un nuevo dique a los políticos. Maquiavelo diría que lo hacen más por ser reelegidos que porque crean en ellos, pero lo que importa a la postre es que existan y constriñan su acción.
Sea como fuere, el mensaje fundamental de Maquiavelo es que el punto de partida de lo político debe ser siempre la necesidad de atender a las consecuencias de las decisiones políticas, una variante, mucho más cruda, de la ética de la responsabilidad weberiana. El problema estriba en que —sin caer en el hipermoralismo— seamos capaces de escoger los medios, que aun permitiéndonos la consecución de un fin concreto, no atenten contra lo que deben ser los objetivos fundamentales de nuestra vida en común y dotan de identidad y sentido a la vida democrática, el vivere civile e libero adecuado a nuestra época. Es algo que no podemos ignorar en estos momentos en los que casi todo vale con tal de salir de la crisis económica, el fin hipostasiado, o en el que los presupuestos básicos de la ética pública aparecen hechos jirones. Puede que el mal no pueda ser erradicado de la política, pero lo que está claro es que el mejor antídoto contra el burdo maquiavelismo es una ciudadanía vigilante con capacidad para la reflexión y la crítica. No podemos olvidar que, como decía el profesor Del Águila, uno de nuestros mayores expertos sobre Maquiavelo, al final “somos nosotros quienes trazamos la línea de lo intolerable”.
Fuente: Diario El País (España). 03 de marzo del 2013.
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