domingo, 29 de abril de 2012

Liberales y libertarios en los partidos políticos de derecha.


La soledad de los liberales (1)


Por: Martín Tanaka (Politólogo)


Desde hace algunas semanas, diversos columnistas hemos abordado el tema del liberalismo en el Perú, lamentando la no existencia de un derecha liberal democrática con arraigo popular en nuestro país. En una conferencia reciente en la Universidad Católica, Enrique Ghersi decía que los liberales peruanos son tan pocos que pueden reunirse cómodamente en un chifa, a pesar  de contar con figuras como Mario Vargas Llosa o Hernando de Soto.
En América Latina en general, cuando las derechas son fuertes políticamente suelen ser más conservadoras que liberales; y cuando han encabezado agendas reformistas liberales, como la implantación de modelos orientados al mercado desde la década de los años noventa, han tenido de un lado que compartir el crédito con otras fuerzas políticas, que también asumieron la necesidad de implementarlas y, del otro, han tenido que asumir totalmente la carga de los costos sociales que esas políticas implicaron. Una razón adicional para entender la soledad de los liberales en nuestro país está en el hecho de que sus tradiciones intelectuales son más “libertarias” que liberales. Me explico.
El liberalismo como corriente de pensamiento que inspiró políticas gubernamentales específicas en el mundo tuvo un periodo de hegemonía, en términos generales, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX. Se trató de un periodo de expansión de la economía mundial sobre la base de políticas de libre comercio y protagonismo de actores privados, con Estados “mínimos”. Este modelo entró en una gravísima crisis en 1929, y los socialistas y comunistas pensaron que se asistía al final del capitalismo y al advenimiento de una revolución social. Sin embargo, el capitalismo salió de esa crisis sobre la base de una solución de compromiso, que dio origen a los “Estados de bienestar”: se mantuvieron políticas orientadas al mercado, pero el Estado asumió un papel regulador, promotor e integrador muy importante. A esto se le podría llamar el consenso socialdemócrata. A él llegaron algunos desde el liberalismo, como Karl Polanyi o John M. Keynes; y desde el socialismo, como Eduard Bernstein y luego la Internacional Socialista. Muchos filósofos liberales reflexionaron posteriormente sobre la importancia de hacer convivir la libertad con la solidaridad y sobre cómo generar igualdad de oportunidades, como John Rawls, Richard Rorty o Amartya Sen.
El problema es que los liberales peruanos a los que alude Ghersi no siguen estas corrientes, sino a otras más radicales que se ubicaron mucho más a la derecha: Hayek, Friedman, y los libertarios estadounidenses, que podríamos considerar algo así como el ala derecha del Partido Republicano, para quienes Barack Obama es un presidente socialista. Me parece que el liberalismo así entendido siempre tendrá dificultades para desarrollarse en países tan desiguales como el nuestro, en donde no basta la iniciativa individual y en donde se suele considerar que la intervención del Estado es clave para compensar la debilidad de los sectores desfavorecidos.
Fuente: Diario La República. 22 de abril del 2012.

 La soledad de los liberales (2)
Por Martín Tanaka (Politólogo)
La semana pasada me preguntaba sobre las razones por las cuales no tenemos una derecha liberal democrática con arraigo popular en nuestro país, y decía que una de las razones podría ser que las tradiciones intelectuales de nuestros liberales se alimentaban principalmente de corrientes “libertarias”.
Mencionaba que después de la crisis de 1929 la economía capitalista y la democracia como régimen se legitimaron ampliamente en el mundo noroccidental en torno a un gran consenso socialdemócrata (que competía con el socialismo como modelo alternativo), en donde la libertad individual se construía sobre la noción de que correspondía al Estado generar las oportunidades para el desarrollo de la ciudadanía, base a su vez de la legitimidad democrática. El medio para ello fueron las políticas sociales y de bienestar.

El asunto es que desde la década de los años setenta el consenso socialdemócrata empezó a crujir, manifestándose problemas de inflación, déficits fiscales, recesión, estancamiento de la productividad, lo que llevaba a crecientes niveles de protesta y movilización social. Es en este marco que se desarrollaron las corrientes libertarias que tuvieron como preocupación principal la reducción al mínimo del papel del Estado y la ampliación máxima de los mercados y de la iniciativa privada. Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra durante la década de los años ochenta fueron los grandes referentes políticos de estas propuestas. La década de los años noventa fueron años de búsqueda de un equilibrio entre mercado y Estado (expresión política de ello fueron las presidencias de Bill Clinton y Tony Blair), que todavía no se ha logrado, de allí que en la actualidad tanto el capitalismo neoliberal como la socialdemocracia aparezcan deslegitimadas y en crisis, y eso es lo que está en discusión en el actual contexto electoral en los Estados Unidos o en Francia.
El debate está abierto. El tema es que las principales posiciones liberales en el mundo se sitúan ya sea a la derecha o a la izquierda de las alternativas principales de los sistemas de partidos, mientras que las posiciones libertarias se ubican en el extremo derecho, en posiciones cada vez más radicales, y es de esas posiciones de las que parecen alimentarse muchos de nuestros liberales nacionales. Una cosa es ser liberal criticando al Estado y promoviendo la privatización de empresas y actividades públicas, y otra muy distinta es ser liberal combatiendo los monopolios y los privilegios que obtienen actores privados poderosos coludidos con funcionarios públicos inescrupulosos. Una cosa es defender la libertad individual contra la intromisión del Estado, y otra luchar por el reconocimiento de la igualdad de todos los ciudadanos y estar en contra de la discriminación. Todas estas posturas se inspiran en nociones liberales, pero sus consecuencias políticas son muy diferentes. El problema con esto es que nuestra derecha tiende a ser más conservadora y defensora del statu quo que liberal y reformista.
Fuente: Diario La República. 29 de abril del 2012.

jueves, 26 de abril de 2012

El sistema electoral de origen francés y su mala importación en América Latina.



El Ballotage francés: una mala importación

Por: Fernando Tuesta Soldevilla (Sociólogo)

Ahora que los franceses se encaminan a elegir, en una segunda vuelta electoral, entre Nicolas Sarkozy y François Hollande, este 6 de mayo, vale la pena mirar con detenimiento esta mecánica electoral, que ha tenido gran impacto en nuestra región.
Este sistema electoral, de origen francés, fue importado a América Latina, en el período de las transiciones democráticas, por la mayoría de los países. Sin embargo, este sistema francés tiene un contexto institucional que no fue tomado en cuenta, en el momento de la importación.
El Ballotage francés tiene su nacimiento en 1852, durante el Imperio de Napoleón III y reapareció en la III y V República. Lo que se buscaba era que se acotara el número de partidos significativos, en la Asamblea Nacional, para sostener la gobernabilidad y fortalecer la figura del Presidente de la República. Tenía también el propósito de impedir el acceso al poder, del Partido Socialista, bajo la mecánica de todos contra él, en la segunda vuelta. Cosa que se cumplió hasta 1981.
Pero, este diseño institucional es coherente por el sistema electoral escogido y el propósito que busca conseguir. Por ejemplo, a diferencia de América Latina, el Presidente de la República francesa no tiene tanto poder. Es el jefe de Estado, pero no de gobierno. Sí le está reservada la política exterior y la de defensa. El jefe de gobierno, es un primer ministro que lo elige la Cámara baja (Asamblea Nacional).
En nuestra región, allí donde hay primer ministro, como el Perú, lo elige el presidente y es un jefe de gabinete y vocero de gobierno, pero no gobierna. En Francia, puede ocurrir que se elija a un primer ministro opositor, con lo que se constituye la cohabitación. Es decir, la convivencia de un presidente y un primer ministro de distinto color político. Eso es impensable en un diseño presidencialista latinoamericano.
Las dos vueltas electorales son parte de una misma dinámica política, por lo que solo las separa dos semanas. En América Latina, la diferencia en la realización entre una y otra vuelta electoral ha sido, incluso, de más de dos meses, constituyéndose en casi dos procesos eleccionarios distintos. Se rompe así, la dinámica única.
De la misma manera, las elecciones presidenciales son previas a las parlamentarias, que se realizarán en Francia a mediados de junio. De esta manera, la incidencia de las primeras sobre las segundas, es alto. Desarrolla una tendencia a concentrar las preferencias en los grandes partidos, sobre todo de gobierno y oposición.  En América Latina, no es así. En muchos casos, Perú o Bolivia, por citar solo dos casos, las elecciones son simultáneas, por lo que el elector vota ciego. Es decir, sin conocer quién es el Presidente de la República. En Colombia, incluso, es a la inversa. Primero son las elecciones parlamentarias y luego las presidenciales.
Finalmente, pero muy importante, el Ballotage francés también se aplica a las elecciones parlamentarias. De esta manera, a mediados de junio los franceses elegirán a sus 577 asambleístas, a través del Ballotage, en circunscripciones uninominales. Si nadie logra la mayoría absoluta, los candidatos que superan el 12,5% pasan a competir, a los pocos días, en una segunda vuelta. En América Latina, no hay país que eso suceda.
De esta manera, la probabilidad que el presidente francés logre una mayoría en la Asamblea Nacional propia o en coaliciones, es pues alta. En consecuencia el diseño institucional francés permite lograr una mayoría de gobierno y una relación fluida entre gobierno y oposición.
En América Latina, la aplicación amputada del Ballotage ha traído como consecuencia no la disminución de los partidos, sino la proliferación de ellos. De la misma manera,  se  ha  fortalecido  el  hiperpresidencialismo y, en no pocos casos, el Parlamento ha sido una fuente de obstrucción, incrementándose los elementos de ingobernabilidad. Es decir, tres décadas de experiencia de Ballotage, en América Latina, han demostrado que no se logró el objetivo deseado, por la mala importación del diseño.
Fuente: Diario La República (Perú). 26 de abril del 2012.
Recomendado:

Libro: "Elecciones y sistemas electorales", Dieter Nohlen.

domingo, 15 de abril de 2012

La Socialdemocracia y el Fascismo, hermanos gemelos, uno bueno y otro malvado, construidos a inicios del siglo XX en oposición al capitalismo y al comunismo.

Fascismo

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

Un miembro de la familia Le Pen vuelve a demostrar el poder del Frente Nacional en Francia. Peleando el tercer lugar con el izquierdista Mélenchon, Marine Le Pen obtiene hoy cerca del 15% de intención de voto. Ocupa el segundo lugar entre jóvenes de 18 a 20 años, los más afectados por el desempleo. Varias de las propuestas de Le Pen probablemente sorprenderían a otras derechas en el mundo. Si bien defiende una agenda conservadora en temas de seguridad y moral que, con matices, son familiares en varias derechas, también promete más derechos sociales y proteccionismo económico, propuestas que asociaríamos a la izquierda si no fuera por un gran “pero”: todos esos beneficios serán para franceses. La inmigración se convierte en la bestia negra de esta derecha que, aunque más moderada que la de papá Jean-Marie, explota el nacionalismo a niveles nauseabundos.

Nos hemos acostumbrado a asociar hoy a la derecha, democrática o no, con partidos conservadores en lo moral y liberales en lo económico (aunque la tensión entre las alas libertarias y conservadoras de estas coaliciones nos recuerde que esta alianza no es tan “natural”). Pero sabemos bien que una derecha que combine nacionalismo, valores conservadores y Estado del Bienestar no es nueva en la historia. El fascismo muestra que esta combinación también cabe entre lo que calificamos como derecha política. Parte del enorme atractivo electoral y posterior legitimidad autoritaria del fascismo se explica precisamente por su anticapitalismo.

En La primacía de la política (Cambridge U.P., 2006), Sheri Berman explica la importancia de esta dimensión económica para comprender al fascismo. La autora presenta a la socialdemocracia y al fascismo como hermanos gemelos, uno bueno y otro malvado, construidos a inicios del siglo XX en oposición al capitalismo y al comunismo. Ambos rechazaron desde posiciones comunitarias la inseguridad producida por un capitalismo en crecimiento que desarticulaba jerarquías tradicionales, culturas, religiones y formas de vida. Pero ambos movimientos objetaron también las máximas marxistas de lucha de clases y revolución anticapitalista. Para la autora, lo que socialdemócratas y fascistas buscaban no era expropiar al capital privado, sino controlarlo para aprovechar su enorme energía: establecer la primacía de la política sobre la economía.

Las diferencias entre los dos modelos también son muchas, por supuesto. La socialdemocracia propone que del conflicto entre empresarios y trabajadores puede surgir una sólida comunidad construida sobre la base de derechos civiles y políticos, capaz de resolver sus diferencias en la arena electoral. Para el autoritarismo fascista la comunidad nacional tenía un rostro más uniforme y excluyente, donde lo bueno para la sociedad lo determinaban los líderes y no el voto ciudadano. Esos rasgos explican el encanto del fascismo entre sectores conservadores y reaccionarios que encontraron en él una versión popular de su desprecio y miedo a la democracia liberal y al comunismo. A pesar de desconfiar de otros aspectos del fascismo, como la movilización popular o el liderazgo de gorilas sin cultura, la seducción del poder atrajo a muchos conservadores.

La segunda guerra mundial acabó con los regímenes fascistas. Su carga histórica de horrores y fracasos hace difícil que un fascismo como los de antaño pueda llegar al poder en elecciones. La derecha nacionalista europea tiene en su similitud con el discurso fascista uno de sus principales límites electorales. E incluso si gana una elección, probablemente tendría que moderarse para adaptarse a sociedades más plurales, fragmentadas y globalizadas (como sucedió en Austria en el año 2000 cuando la extrema derecha llegó al gobierno como parte de una coalición).

Pero parece saludable mantener las alarmas encendidas, especialmente en estos tiempos. El fascismo ganó fuerza originalmente cuando crisis económicas afectaron a clases medias y trabajadoras, incrementando el sentimiento anticapitalista simbolizado en los banqueros de Wall Street. Y explotar el sentimiento antiinmigración, el desempleo y el costo de los salvatajes de la Unión Europea le dan a estos grupos municiones para atraer votos. Mejor pecar de alarmistas que de complacientes.

Fuente: Diario 16 (Perú). 15/04/2012.

viernes, 13 de abril de 2012

De la “utopía socialista” a la “utopía democrática”. Crítica la incompatibilidad global entre capitalismo y democracia.

El futuro de la cuestión democrática

La izquierda actual no logra vincular la lucha por la igualdad social a la defensa de la democracia.

Por: Tarso Genro. Ex-ministro de Educación, de Relaciones Institucionales y de Justicia en los Gobiernos brasileños del presidente Lula (2002-2009). Actualmente es gobernador de Rio Grande do Sul por el Partido del Trabajo.

El debate ideológico sobre el socialismo en la época industrial constituyó un rico patrimonio de ideas para el desarrollo del sistema de derechos y sus instrumentos de protección en las sociedades democráticas contemporáneas. Este debate no solamente enriqueció el sistema de protección social de los respectivos Estados, sino que sirvió también de estímulo a un ciclo de reformas y revoluciones nacional-democráticas durante el siglo pasado.

Su contenido libertario influyó significativamente, por ejemplo, en el fin de la guerra de Vietnam, en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos (formando allí una izquierda socialdemócrata, de la cual el presidente Obama es hijo ilustre) e influyó también en la revolución cubana y en las revueltas de Mayo del 68.

En las diversas formas de lucha que los demócratas radicales, los socialistas y los comunistas desarrollaron en América Latina en los años sesenta y setenta estuvieron siempre presentes los argumentos sobre la incompatibilidad de la democracia con el capitalismo, que hoy sigue debatiéndose. Actualmente, los derechos sociales conquistados duramente y el sistema de protección que les corresponde no están solamente amenazados sino que, incluso, pueden sucumbir a través de mecanismos internos del propio sistema democrático. Cómo conservar esos derechos sociales conquistados dentro del capitalismo es en el presente la cuestión de mayor controversia.

Desde los años ochenta hasta hoy han cambiado pocas cosas. Ha quedado claro que una nueva sociedad de clases emergió del mundo digital, “globalizado”, que redujo —si es que no aniquiló— el potencial universalista de las luchas de las clases trabajadoras. Estas empezaron a retroceder cada vez más hacia el interior de las fronteras nacionales para proteger las conquistas históricas del movimiento obrero, “nacionalizando” así las luchas por el salario y el empleo.

La reacción para internacionalizar la tutela financiera ha sido tardía: el capital ha radicalizado sus estrategias de especulación, superando las fronteras nacionales; los trabajadores, de manera reactiva, han llevado la defensa de sus conquistas al ámbito de sus respectivos territorios a través de la forma abstracta de la “defensa de unos derechos” que se han incorporado a las Constituciones nacionales.

Hacer compatibles las luchas democráticas con la globalización financiera, tal como ahora se concibe, no es algo viable mientras no se produzca una internacionalización de la lucha con el objetivo de que los Estados nacionales recuperen sus funciones públicas internas. O sea, más que “ceder soberanía”, como reza la cartilla de la Unión Europea, deberían ajustarse cooperaciones soberanas e interdependientes,Con obligaciones y responsabilidades proporcionales.

Resulta evidente, en ese contexto, que incluso las democracias más consolidadas han sido amenazadas por la crisis del sistema financiero global. Es cada vez más clara la incompatibilidad objetiva entre el proceso de enriquecimiento sin trabajo (propia de la actual fase del capitalismo global) con los sistemas sociales democráticos establecidos. Cabe preguntarse si no es lícito abrir un debate honesto sobre las relaciones entre la democracia y el socialismo (y lo que quedó de la socialdemocracia), considerándolos no conceptos herméticos y “cerrados” (o como modos de producción “pre-configurados”), sino más bien tomándolos como ideas reguladoras.

Las disputas ideológicas sobre el futuro de la idea socialista que surgió con las grandes revoluciones y reformas del siglo XX parecen no conmover ya a la izquierda mundial. Con excepción de algunas corrientes autorreferenciales, como los representantes del viejo proletariado del siglo XX —que radicalizan un economicismo tardío a través de viejas ideas, de un “marxismo” cada vez mas positivista-naturalista—, los socialistas actuales, diseminados alrededor de los diversos partidos comunistas, socialistas y socialdemócratas del mundo, poco han avanzado en este debate.

De ese modo, la mayoría de estas organizaciones políticas, de forma voluntaria o forzada, se plegaron al poder normativo del capital financiero.

Mi tesis es que el debate no se promueve por dos motivos fundamentales: primero, porque la dirección de los Gobiernos de estas izquierdas se enfrentan a la cuestión de la gobernabilidad democrática a partir de acuerdos bastante amplios con aliados a los que este tema les pondría los pelos de punta; y segundo, porque las tareas de gobierno tienden a sustituir la reflexión teórica por la necesidad empírica de “resolver las cosas”.

Pero resolverlas para responder a exigencias que son ajenas a la “construcción de la igualdad” o, incluso, a un sistema neosocial-demócrata. La vieja socialdemocracia está sin respiración en Europa y el socialismo no existe ya en ningún lugar de Occidente, salvo que se considere como tal el de Cuba.

Hay, sin embargo, una razón de fondo que oculta las dos citadas anteriormente y que provoca pasividad y silencio en la cultura socialista de izquierda en la actual coyuntura mundial: es el rechazo, consciente o inconsciente —por incapacidad u opción— de abordar la cuestión de la igualdad social junto a la cuestión democrática.

Con este ejercicio se manifestaría claramente la dificultad, hoy, de mantener las bases electorales mayoritarias para “soportar” un régimen económico-social que tendiese fuertemente a suprimir desigualdades a través de una distribución socialista, dentro de la democracia política y con elecciones periódicas. El casino neoliberal ha conseguido formar una sociedad que es dueña de una cultura mayoritariamente contraria a la igualdad y a la solidaridad social.

Queda claro por qué la social-democracia típicamente moderada y reformista —que asumieron los Gobiernos de izquierda en este período— retrocedió en la cuestión de la “utopía socialista” para preservarse en la cuestión de la “utopía democrática”. Abdicó, así, de la idea de la “igualdad” en el interior del proyecto democrático —siempre presente en las diversas propuestas socialistas y reformistas históricas— para asumir la idea de “fraternidad” en abstracto, presente en la idea de solidaridad genérica contenida en el Estado social de derecho.

Esta fraternidad solo funciona en el sistema global actual como exigencia de renuncia para los “de abajo”. No como sacrificio compartido con los “de arriba”. Y funciona, en momentos de bonanza, como distribución limitada de recursos “para los de abajo” (a través del salario u otras prestaciones sociales) y como acumulación ilimitada de riqueza para los “de arriba” (a través del lucro y de la especulación financiera). Esta contradicción es la que viene generando una incompatibilidad global entre capitalismo y democracia, y es la que lanza una justificada inquietud sobre el futuro de las democracias, incluso en Europa.

Las experiencias socialistas “reales” resolvieron autoritariamente este dilema (de máxima desigualdad aceptable y de máxima igualdad posible) a través de los privilegios regulados en el aparato de Estado y en el partido. Sus cuadros, de esta manera, se fueron liberando de sus compromisos originarios y simulando que la “igualdad verdadera” llegaría “enseguida allí”, en un futuro indeterminado. La socialdemocracia “de izquierda” —Suiza, Suecia, Dinamarca, Noruega— reguló la “desigualdad máxima” y organizó una economía y unos modos de vida más duraderos que supusieron para sus destinatarios menos renuncias que las experiencias soviéticas.

Puede decirse que ambas experiencias, tanto la socialdemócrata como la socialista durante el siglo XX —independientemente de su legitimidad democrática—, fueron formas específicas de capitalismo (de “Estado” o “mixto”), que promovieron parámetros importantes de igualdad social. Dejaron, sin embargo, abierta la cuestión de una verdadera democracia socialista como modelo universal, en la cual la diferencia entre “máxima desigualdad aceptable” y “mínima igualdad exigible” sea establecida como proyecto universal para un mundo fundado en la paz y en la justicia.

La democracia pierde cada vez más su prestigio frente a los pobres y empobrecidos. El socialismo deja de ser recordado como una utopía posible de igualdad. La izquierda tiene el deber ético de retomar este debate y también esta utopía.

Fuente: Diario El País (España). 13 de abril del 2012.

domingo, 8 de abril de 2012

Análisis del fenómeno Fujimori. Entre el neoliberalismo y el neopopulismo.

El fujimorismo en su lugar

Por: Sinesio López (Sociólogo)

Fujimori no es un genio ni un tonto. Tampoco es el gran pacificador y el gran reformador del capitalismo como piensan sus admiradores ni es solo el monstruo asesino y corrupto como piensan sus detractores.

A 20 años del golpe fujimorista es necesario poner las cosas en su lugar. Fujimori ha sido un modesto profesor universitario de matemáticas que tenía grandes ambiciones y muy pocos escrúpulos para entrar al campo pantanoso de la política. Tampoco fue un protagonista de gestas históricas ni un pelele de fuerzas oscuras. Fue un político mediano y mediocre que logró catalizar conflictos socio-políticos, miedos, esperanzas, situaciones, intereses, ambiciones políticas, voracidades económicas, y los expresó en su persona (y en la de su congénere Montesinos) y en las políticas que desplegó. Fue un presidente que gobernó para los ricos con el apoyo de los pobres pues logró ensamblar más o menos bien el neoliberalismo con el neopopulismo.

El fujimorismo ha dejado de ser un referente puramente peruano para tener un alcance relativamente universal. En su momento se llegó a decir que Yeltsin era una especie de Fujimori ruso o que el candidato norteamericano Perot era el Fujimori norteamericano. El mismo calificativo ha sido usado para referirse a otros candidatos o presidentes latinoamericanos que han llegado al gobierno sin contar con un partido que los respalde. El fujimorismo alude, pues, a un fenómeno político que es producto de la crisis de representación (de las diversas clases en el campo de la política) que desguarnece a la sociedad, la desprotege y la pone en disponibilidad política para que cualquier individuo audaz y muchas veces mediocre termine apoderándose de ella.

En este sentido, el fujimorismo no es obra de un hombre o de un genio político sino que es el resultado de una situación. Fujimori no era un político cuajado ni tenía un proyecto de gran aliento histórico sino que era un profesor universitario con ciertas ambiciones políticas y con un proyecto rudimentario de país. Si tuvo éxito, este no se debió a sus cualidades y sus méritos (que eran escasos) sino a las peculiaridades de la situación de crisis y colapso del sistema de partidos. Fujimori no era un hombre orgánico a una clase o una coalición de clases sociales sino el resultado de una situación crítica de la representación política. Todos los partidos habían fracasado en la tarea de acabar con el caos económico (la hiperinflación, la crisis de la deuda, el agotamiento de la sustitución de importaciones como modelo de desarrollo) y de derrotar al terrorismo.

Cada fracaso del gobierno y de sus respectivas oposiciones traía consigo la desautorización y el alejamiento de las clases sociales de sus partidos hasta llegar al rechazo antipartido. Todo ello produjo la ruptura de las lealtades partidarias, la personalización de la política y caudillismo, la fragmentación y la volatilidad electoral y partidaria, la falta de predictibilidad de la política, la preeminencia de los medios y de los poderes fácticos. Asociado al fujimorismo aparece un conjunto de fenómenos políticos que no forman parte sustantiva de él, pero que lo acompañan y lo tiñen: el golpismo, el tipo coaliciones sociales y políticas que lo sostuvieron, la pacificación, la reforma neoliberal, la perpetuación en el poder, la corrupción desbordada e impune, las características del régimen político fujimorista, la antipolítica.

En muchos de ellos, Fujimori no ha sido el héroe ni el villano sino sólo un participante secundario. En el golpe, el protagonismo central reposa en Montesinos y en la cúpula de las FFAA de entonces. En la conformación de las coaliciones él es un protagonista juntamente con los poderes fácticos. Fujimori cogobierna con ellos. La reforma neoliberal extrema fue concebida e impulsada por los organismos financieros internacionales, por los inversionistas extranjeros y por la burguesía local. En la pacificación, además de las FFAA, han jugado un papel central los servicios de inteligencia de la policía y las rondas campesinas. En la corrupción toda la cúpula fue protagonista.

Fujimori está preso, el fujimorismo sobrevive, pero la situación política que le dio origen sigue en pie. La crisis de los partidos y el colapso posterior del sistema de partidos constituyen un semillero de fenómenos como el fujimorismo. Sólo la configuración de un nuevo y vigoroso sistema de partidos puede acabar con él. Sospecho que los ciudadanos y los políticos que quieran superar esa situación van a recibir fuego graneado de los poderes fácticos, especialmente de los medios de derecha. Esa es la verdadera disputa por el poder. Lo otro (el gobierno) viene por añadidura.

Fuente: Diario La República (Perú). Domingo, 08 de abril de 2012.

Recomendado:

Diez libros para entender el fujimorismo (Historiaglobalonline)

jueves, 5 de abril de 2012

Reflexiones sobre el significado del Autogolpe del 5 de abril. La Democradura fujimorista.

El 5 de abril del 92

Por: Juan Carlos Tafur (Periodista)

Hay fechas que marcan un hito en la trayectoria política de un país. En el Perú de las últimas décadas, bajo la consideración de su mayor o menor vigencia, pero vigencia al fin y al cabo, son recordables el 3 de octubre de 1968, fecha del golpe militar de Juan Velasco Alvarado, el 28 de julio de 1980, cuando retornamos a la democracia luego de doce años de dictadura, el 5 de abril de 1992 con el autogolpe de Fujimori, y el 22 de noviembre del 2000, cuando luego de que el gobierno fujimorista hiciera implosión, se designa a Valentín Paniagua Presidente del gobierno de transición.

Mañana se cumplen veinte años del autogolpe de Fujimori y si bien las encuestas muestran un rechazo mayoritario a tal hecho, la calificación subjetiva indica que un importante sector considera que fue necesario. No hay, pues, la calificación negativa que uno hubiese esperado luego de transcurridos los años suficientes como para que queden desbaratados los argumentos que entonces se emplearon para justificar el golpe, ninguno de ellos válido.

No se necesitaba el golpe para derrotar al terrorismo. Tampoco para iniciar las reformas económicas que el fujimorismo emprendió. Ambas cosas se pudieron hacer democráticamente. Con más dificultad, sin duda, pero se pudieron hacer. Hay que recordar que con los votos parlamentarios del entonces Fredemo se podía alcanzar los votos para gobernar sin sobresaltos y dicho ofrecimiento le fue hecho saber a Fujimori de distintas formas.

Si el fujimorismo hubiese seguido los cánones constitucionales no solo habría logrado buena parte de los actos positivos que se le conceden sino que, sin duda, habría tenido la fiscalización necesaria para no incurrir en el desmadre corrupto en el que terminó convertido su régimen.

A propósito del reciente intento de inscripción electoral del Movadef surgieron voces cívicas que clamaron justamente por hacer memoria en el país. Las fuerzas democráticas están llamadas a hacer lo propio respecto de lo que significó el 5 de abril del 92. Más allá del hecho estadístico de que, si no hubiese ocurrido tal despropósito, el próximo 28 de julio estaríamos celebrando 32 años ininterrumpidos de democracia, con seguridad el Perú ya estaría a salvo de los remanentes antisistema que cada cinco años siguen reapareciendo en las elecciones.

Y lo más importante sería que desde dentro del propio fujimorismo, de su propia entraña, surjan voces autocríticas en ese sentido. Lamentablemente, mañana, lejos de avergonzarse, seguramente la mayoría de sus miembros celebrará la supuesta gesta.

Fuente: Diario 16 (Perú). 04 de abril del 2012.


Fecha para recordar

Por: Juan Carlos Tafur (Periodista)

Otra de las consecuencias lamentables del golpe del 5 de abril del 92, ocurrido hace 20 años (y que algunos aún celebran), es que se creó un sistema político nefasto, que ha prendido sobre todo en nuestra región. Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales no son hijos de Fidel Castro. Son hijos de Fujimori.

Si algún modelo han calcado es aquel que se instauró en el Perú en la década de los 90. El esquema es sencillo. Se respeta una aparente formalidad democrática, pero se controla con subterfugios legales todos los poderes del Estado que pudieran servir de contrapeso: el Poder Judicial, el Ministerio Público y el Congreso de la República. Hecho eso, se convoca a una Asamblea Constituyente y santo remedio. Todo listo para sumarle al control de la sociedad –sumado al amedrentamiento o soborno a la prensa- y la clase política, la perennización en el poder.

Es sumamente curioso, dicho sea de paso, cómo algunos sectores de la derecha peruana advertían histéricos que Ollanta Humala, una vez en el poder, iba a hacer eso: cerrar el Congreso, convocar una Constituyente, reelegirse indefinidamente y amordazar la libertad de prensa. ¡¡¡Y son los mismos que hoy celebran que no lo haya hecho, los que no solo aplaudieron el golpe del 92 sino que lo siguen haciendo!!!

Es curioso también, por decir lo menos, que muchos que siguen elogiando el autogolpe hayan tenido que verse obligados a pasar por el aro de la salita del SIN para resolver problemas legales. Los hubo claramente corruptos y purgaron o purgan merecida cárcel. Pero también existieron quienes tuvieron que hacerlo obligados por las circunstancias. Si no acudías, te reventaban. Ese era el mensaje. ¿Ese manejo de la cosa pública es digno de encomio?

Y si hablamos de empresarios no tan grandes, hubo centenares a quienes se sometió a prácticas extorsivas hamponescas. Se les inventaba delitos y luego aparecían milagrosamente los abogados vinculados al Doc a ofrecer sus servicios para resolver el impasse.

¿Cómo es posible que esos sectores hoy sigan considerando que si Fujimori no daba el golpe que dio pie a ese modus operandi, el Perú iba camino al despeñadero? Quien escribe siempre ha sostenido que en esa época el país requería soluciones duras, quizás al filo del reglamento. Pero siempre dentro de la cancha democrática. Lo que se instaló no fue eso. Fue un sistema diseñado para pervertir la democracia, concentrar el poder y hacer de la corrupción un estilo “facilitador” de la gobernabilidad.

Fuente: Diario 16 (Perú). 05 de abril del 2012.

Recomendado:

lunes, 2 de abril de 2012

El Estado frente a los movimientos sociales de protesta. Tipo de relación entre el Estado y los ciudadanos.

Movimientos de protesta y cambio del estado

Por: Sinesio López (Sociólogo)

La actitud de los ciudadanos y de los políticos frente a los movimientos sociales es un buen indicador de su orientación ideológica. La derecha detesta generalmente a los movimientos sociales, les atribuye un carácter subversivo y exige su represión. La izquierda, en cambio, los ve con simpatía, los alienta y exige que el Estado los respete y atienda sus demandas. Más allá de las actitudes de la gente hacia los movimientos sociales, lo cierto es que entre éstos y el Estado existe una tensión relativamente permanente que muchas veces se transforma en contradicción y en conflicto abierto. Esto es lo que está pasando en el Perú desde hace un buen tiempo. ¿Por qué? Hay varias razones, unas de carácter estructural y otras tienen sólo un alcance coyuntural.

Entre las primeras está la distinta naturaleza de las cosas. El Estado es una macroestructura (integrada por el monopolio de la fuerza, la burocracia, la producción del sistema legal, la capacidad impositiva, la distribución del poder en el territorio, el sistema de identidades y referencias) que busca imponer su dominio e instaurar y mantener el orden. Ese es su papel. Los movimientos sociales, por el contrario, buscan la atención política de sus demandas, el cambio y, con frecuencia (no siempre), una mayor democratización en su relación con el Estado. Los elementos coyunturales que avivan los conflictos pueden ser múltiples: crisis económicas, medidas estatales, incumplimientos de acuerdos, corrupción, voracidad empresarial, etc.

Un tema central es el modo como el Estado trata a los movimientos sociales. Ese modo depende de los regímenes políticos (democráticos y no democráticos) que son justamente el resultado del tipo de relación entre el Estado y los ciudadanos. Cuando “las relaciones políticas entre el Estado y sus ciudadanos se demuestran con consultas mutuamente vinculantes, amplias, iguales y protegidas” (Tilly, Democracy, 2007:13-14) estamos frente a un régimen democrático. Cuando esas relaciones, en cambio, se caracterizan por ausencia de consultas o por consultas no vinculantes, no protegidas, desiguales y excluyentes estamos frente a un régimen no democrático.

Todos los políticos y los medios, sin embargo, se llenan la boca con el Estado de Derecho, pero en el Perú, independientemente de lo que diga la Constitución, no existe un dominio efectivo de la ley en todo el territorio y para toda la población. Lo que predomina aquí es el monopolio de la violencia. Eso explica quizá que los gobiernos de los regímenes democráticos se comporten en forma autoritaria frente a los movimientos sociales. García incluso los llamó abusivamente “perros del hortelano” y criminalizó a renglón seguido la protesta social. En el gobierno de Ollanta Humala hay dos momentos diferentes. El del gabinete Lerner que reconoció las justas demandas de los movimientos de protesta y que buscó instaurar el diálogo como forma de atenderlos y de solucionar sus demandas y el del gabinete Valdés que ha impuesto una forma autoritaria de resolver los conflictos sociales. Hoy la consigna es disparar y matar.

Lo que llama la atención en el Perú es el alto nivel de agresividad con el que se desarrollan los movimientos de protesta. Eso tiene que ver, por un lado, con la indiferencia o la violencia con las que el Estado, los políticos de derecha, las élites económicas tratan las demandas de los movimientos de protesta y, por otro, con el bajo nivel de desarrollo de las instituciones políticas. Los movimientos de protesta saben que sólo en forma agresiva (quemando llantas, ocupando carreteras, tirando piedras) pueden colocar sus demandas en la agenda pública. Los protestatarios no quieren destruir el sistema: sólo quieren hacerlo funcionar. Si existiera un sistema de partidos y vigorosas reglas de juego que todos acepten y respeten, las protestas serían menos desbordantes y menos desestabilizadoras.

Los movimientos sociales, cuando son vigorosos y más o menos articulados, tienen efectos poderosos en la política y en el Estado. Uno de los nervios centrales del cambio del Estado Oligárquico fue el vasto y agresivo movimiento campesino de los 50 y los 60 del siglo pasado. El Perú no se hubiera desembarazado de la dictadura de Morales Bermúdez si los movimientos clasistas de entonces no hubieran desplegado grandes movilizaciones. La imposición del Estado neoliberal extremo en el Perú se debió a la ausencia de protesta social que la limitara. Es probable que su cambio tenga en los masivos movimientos de protesta, especialmente en los socioambientalistas, uno de los motores principales.

Fuente: Diario La República (Perú). Domingo, 01 de abril de 2012.