viernes, 28 de diciembre de 2012

Las manifestaciones públicas y la democracia participativa.

El ejercicio de la democracia

Las manifestaciones testimonian una situación extrema o la ruptura del diálogo.


Por: Nicole Muchnik (Periodista y escritora)
La manifestación de Moisés sacando a los judíos de Egipto no pudo haber complacido al faraón. La del gladiador Espártaco, tampoco a la República Romana. Ni tampoco la de la segunda mitad del siglo XVIII en Londres, cuando unas 50.000 personas tomaron la calle agitando la bandera negra contra una ley que los sumía en la miseria, y arrojaron adoquines contra los ventanales de la casa del duque de Bedford porque se oponía a cambiar la ley. La manifestación no fue del gusto del Gobierno y menos aún cuando fue seguida de huelgas y movimientos con participación de todas las categorías de trabajadores, ya fueran sastres, marinos y sombrereros, hasta que esta y otras leyes injustas fueron abrogadas. En Stuttgart, de 1995 a 2010, los habitantes se manifestaron enérgicamente contra el trazado absurdo de una línea ferroviaria hasta que el Gobierno les dio la razón.
Es que los Gobiernos son duros de oídos. En Atenas, la Ekklesía se reunía tres o cuatro veces por mes durante el año griego para debatir leyes y reformas. Sobre unos 40.000 ciudadanos, cinco o seis mil participaban regularmente mediante una indemnización por el tiempo sustraído al trabajo. Democracia perfectible si bien participativa.
¿Y hoy? Según las cifras de la Prefectura de Policía, hubo 3.655 manifestaciones en Francia en 2011, o sea un aumento del 25% con respecto a 2010, de las que 1.839 tuvieron algo que ver con conflictos iniciados en el extranjero: Túnez, Libia, Egipto. Las demás estuvieron relacionadas con los indocumentados, los sin techo, la escuela, la pérdida de poder adquisitivo… Más de cuatro millones de personas ya han desfilado desde primeros del año por las calzadas de París y sus alrededores. En España se ha protestado contra el Papa, la escuela, los recortes, los desahucios… y los indignados han hecho escuela en el mundo entero. El movimiento Occupy Wall Street de mayo de 2012 ha sido algo nuevo por la claridad de sus objetivos y también por su intransigencia en no querer negociar con un poder que consideran sin legitimidad. En América Latina, las caceroladas de las clases medias y ricas han protestado contra la disminución de su tren de vida. De un signo u otro, las manifestaciones no nacen por generación espontánea. Son testimonios de una situación extrema, insostenible, y de la inexistencia o de la ruptura de un diálogo.
“La cólera es una respuesta perfectamente racional hoy a la violencia de la geopolítica; al chantaje de los mercados financieros, cuya cínicas e incompetentes especulaciones minan la economía y llevan a los productores a la hambruna; a las Administraciones autoritarias, que se burlan del debate democrático e imponen sus decisiones desde arriba; a los dogmatismos reaccionarios y asesinos, tanto islámicos como cristianos”, escribe Hans Geisser en Sapere Aude, publicado recientemente en Alemania. Agreguemos a ello la codicia de una clase social que se beneficia hasta de una crisis de la que cabe preguntarse si su finalidad no será esclavizar a los ciudadanos, aplastándolos con el pago de una deuda que ellos nunca solicitaron. “¡Vivimos una época en la que el propio Goethe se habría encaramado sobre las barricadas!”, dijo hace poco John Le Carré en Weimar.
¿Es que los problemas no tienen solución? Algunos lo han intentado. El último 6 de octubre los islandeses votaron por la elaboración de una nueva Constitución, surgida de un ejercicio de democracia directa sin precedentes. Nada de ello habría tenido lugar sin las manifestaciones populares pacíficas de 2008 contra el pago de una deuda bancaria monstruosa que evidentemente no había sido contraída por los ciudadanos que se suponía habrían de pagarla.
Ante las actuales manifestaciones pacíficas españolas, griegas y europeas, ¿hay que hablar, como ha hecho José María Lassalle, secretario de Estado de Cultura, en EL PAÍS de “griterío de la población”, de “una tempestad antipolítica que ensalza la multitud”, de “alianza entre antipolítica y culto a la multitud”, de “relato mesiánico”, y de referirse en una amalgama digna de mejor causa a “los que aplaudieron el incendio del Reichstag” y a las declaraciones nazis de Carl Schmitt contra la democracia liberal?
Pero cuando los gobernantes se niegan a la concertación, queda la salida de la ley, el palo. En Madrid, más de 300 participantes en los movimientos del 15-M serán sancionados a razón de 300 euros por cabeza. “Habrá actuación policial contundente contra quienes intenten convertir Madrid en Atenas”, declaró nuestra valiente delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes.
Sin embargo ninguna de estas manifestaciones amenazan directamente el poder. La última, la campaña y recogida de firmas para convocar un referéndum sobre los recortes, no es más que un ejercicio de democracia participativa. Lo “político” es la capacidad y el deber de imaginar el mundo de mañana. Cuando ese papel no lo llevan a cabo los gobernantes, la expresión pública de todos los “contrapoderes” —asociaciones, sindicatos, ONG, movimientos— se revela indispensable.
Para impedir drásticamente la intromisión intempestiva en la vida política de personas que no deberían sino ocuparse de sus propios asuntos, y mejor que la represión que complica las cosas, existe todavía la solución de Bertolt Brecht: “Sería probablemente más fácil disolver el pueblo y elegir otro”.
Fuente: El País (España). 28 de diciembre del 2012.

martes, 18 de diciembre de 2012

Las tradiciones en el liberalismo. Entre el "Liberalismo Optimista" y el "Liberalismo Escéptico".

LIBERALISMOS

Por. Eduardo Dargent (Politólogo y profesor de la PUCP)

Si algo permite agrupar a los diversos autores que son llamados liberales es la protección de la autonomía. Esta autonomía conlleva la necesidad de establecer límites a la potestad del Estado o cualquier otro poder para tomar decisiones en nuestro nombre. Por diversas razones, dicha idea ha ido generalizándose en los últimos siglos. El paternalismo, la preeminencia de la comunidad o la religión han perdido piso como justificaciones para regular la vida social. Por supuesto, las fronteras precisas a la intervención estatal, o qué tipo de economía es compatible con dicha autonomía, no son claras y le deseo suerte a quien pretenda encontrar en Locke, Smith o la naturaleza humana una respuesta precisa. Pero ese espacio de autonomía es lo que distingue al liberalismo de otras ideologías.

Hay, sin embargo, una tensión antigua en el liberalismo sobre cómo entender y por qué defender dicha autonomía. No es una distinción original, se ha resaltado mucho en la filosofía política. Por un lado, hay liberales optimistas, confiados en los beneficios positivos de la autonomía en el largo plazo. Para estos liberales la protección de la libertad individual tiene como resultado adicional lograr el mayor bien común, sociedades más prósperas que alcanzan el bienestar para sus miembros. Paradójicamente, entonces, estos liberales ofrecen una justificación utilitaria (el bien común) para defender valores que son antimayoritarios. J.S. Mill en “Sobre la libertad” o Kant en algunos de sus escritos políticos, por ejemplo, justifican esta protección a la autonomía en términos de un mejor futuro.

Pero hay otra tradición liberal más pesimista, escéptica. Defenderá la autonomía más por su valor intrínseco y por desconfianza al poder y los grandes proyectos comunitarios, sean conservadores o progresistas, que por convicción de que las cosas serán mejores. Esta tradición no abandona la sospecha de que, en varios casos, la libertad puede dar lugar a nuevos males sociales, dañar la esfera pública o engendrar nuevos peligros que afecten la propia autonomía. Son más conscientes, por ejemplo, de que la desigualdad económica genera desigualdad política, y tienen mucha menos confianza de que esas influencias y poderes no afectarán la libertad. Raymond Aron, Isaiah Berlin o Judith Shklar representan, entre otros, ese segundo tipo de liberalismo escéptico.

Me parece que esta distinción permite entender mejor las posiciones de algunos liberales en el país. A veces el mismo autor puede adoptar diferentes posiciones a través del tiempo. Mario Vargas Llosa en los ochenta y noventa, por ejemplo, parecía más cerca del primer liberal por su confianza en el papel transformador del mercado. Asimismo, en “La revolución capitalista en el Perú”, Jaime de Althaus también parece más cerca a este liberalismo optimista. Colocaría a Alfredo Bullard y Gonzalo Zegarra más hacia ese lado. Por supuesto, al poner a la gente en “cajas” cometo algunas injusticias: ni Alfredo ni Gonzalo, y, como veremos, ni Vargas Llosa ni De Althaus dejan de lado la necesidad de reformas en ámbitos políticos. Pero sí está presente en ellos este optimismo. Llevado a extremos, este discurso optimista puede ser civilizatorio e incluso iliberal, como en “El perro del hortelano” del expresidente García.

También encuentro algunos exponentes del lado pesimista. El tono del Vargas Llosa actual en “La civilización del espectáculo”, por ejemplo, lo aproxima más al segundo liberal, preocupado de que el costo de la autonomía sea la destrucción de otros valores y abierto a una actividad estatal más firme para promover determinados valores que considera buenos. Asimismo, en su más reciente “La promesa de la democracia”, De Althaus resalta que la revolución capitalista podría no tener efectos políticos igualitarios ni transformadores en lo social sin otras reformas. Y en un reciente artículo en la revista Poder 360º, Alberto Vergara reclama a los liberales peruanos que dejen sus miedos y apuesten por construir un Estado fuerte. El artículo ha dado lugar a varias respuestas, algunas inteligentes, otras que rayan con la paranoia estatista. Cabe añadir que entre estos liberales optimistas y pesimistas más serios también se ha desarrollado un liberalismo bastante huachafo, similar en su dogmatismo y ausencia de análisis histórico y comparado a nuestro peor marxismo.

Personalmente me siento más cerca al segundo liberalismo. Considero que en el Perú es importante mirar a otras fuentes de poder más allá del Estado y creo que la concentración de riqueza lleva a nuevas formas de exclusión difíciles de superar sin un Estado más fuerte. La esfera pública liberal hay que construirla, no asumir que ya existe y que es intocable. Por supuesto, la tensión no es fácil de resolver, los claroscuros abundan, y solo el debate permitirá delinear mejor lo que separa y une a los liberales peruanos. Me estoy refiriendo a liberales, claro, no a aquellos que apoyan caudillos que les cuiden los negocios o que son entusiastas de la mano dura. En eso, creo, estaremos de acuerdo.

Fuente: Diario 16 (Perú). 16 de diciembre del 2012.

sábado, 1 de diciembre de 2012

El neoliberalismo y la desvalorización de la política, el Estado y los partidos.

Revalorizar la política
Por: Sinesio López Jiménez (Sociólogo)
Una de las preocupaciones centrales de los académicos, los políticos y los periodistas es la construcción de partidos políticos vigorosos. Se ha pasado ya de la etapa de los diagnósticos a la de las propuestas. En este campo se plantean opciones que, bien vistas, no son alternativas sino énfasis en ciertas dimensiones de una misma tarea. Algunos analistas subrayan la necesidad de reformar los diseños de instituciones que tienen que ver con la formación y la marcha de los partidos: el sistema electoral (voto preferencial, ley de cuotas, circunscripciones electorales, etc.) y la ley de partidos (comités de electorales, la participación activa, mayor control de los partidos por los organismos electorales,etc.).
Otros analistas y políticos plantean la necesidad de encarar la formación misma de los partidos y prestan atención a dos factores: la organización y la marca (Levitsky, La República 25/11/12) y a las condiciones que  facilitan la operación de esos factores. En el caso de la organización se sostiene que la adversidad, el conflicto, la alianza con la sociedad civil ayudan a la formación de las organizaciones partidarias y en el caso de la marca se afirma que la diferencia clara y distinta de un partido con respecto a los otros  y la consistencia mantenida en el tiempo contribuyen decisivamente a definirla.
Me parece que esta gimnasia intelectual que prepara la formación de partidos vigorosos es útil pero limitada. Puede ayudar, pero no resuelve el problema. Me parece que hay una tarea previa, más estructural, que consiste en hacer de la política un espacio de realización de los sueños y un lugar en donde se resuelven los problemas de la gente. Es necesario revalorizar la política que fue desprestigiada, en el caso peruano de los 80, por el terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA y por la política desastrosa de García y que fue desvalorizada por el neoliberalismo de los 90 en adelante. El liberalismo, en general, y el neoliberalismo extremo, en particular, conllevan la desvalorización de la política, del Estado y de los partidos. 
La Revolución Francesa instaló una economía de mercado de larga duración (sólo interrumpida por las guerras napoleónicas) y una prolongada política volátil. No hay que olvidar que el siglo XIX fue el siglo de las revoluciones y restauraciones. Las fuerzas que impusieron y controlaron la economía de mercado lograron desvalorizar la política y el Estado transformándolos en realidades de segundo orden.  En la realización de esa tarea paradójicamente fueron acompañados por Marx y los anarquistas. Un poco más tarde se logró establecer un equilibrio entre la economía y la política cuando la sociedad y los trabajadores aceptaron la autorregulación de la economía de mercado y los empresarios aceptaron, a su vez, la autoprotección de los trabajadores impulsada por los sindicatos y la administración pública (Polanyi, La gran transformación). 
A diferencia de otros países de AL, en el nuestro se impuso (en el 90) el neoliberalismo extremo que estableció una economía de mercado más o menos estable y una alta volatilidad de la política que hasta ahora no se resuelve.  La solución de este problema pasa por la revalorización de la política, del Estado y de los partidos y por el establecimiento de un equilibrio estable entre el Mercado y Estado. La crisis que se avecina puede ayudar a establecerlo.
Fuente: Diario La República (Perú). 29 de noviembre del 2012.

Recomendado:

Cómo construir un partido fuerte. Steven Levitsky.

El Perú como una democracia sin partidos. La organización y la marca política como base para la construcción de partidos.

Cómo construir un partido fuerte
Por: Steven Levitsky (Politólogo y profesor de la Universidad de Harvard)
Perú sigue siendo una democracia sin partidos.  Ningún partido nacional creado desde 1980 ha echado raíces.  La lista de partidos fracasados es larga y sigue creciendo.   
Con el surgimiento de nuevos proyectos de izquierda (Fuerza Ciudadana y el Movimiento de Afirmación Social) y rumores sobre la creación de un Partido Liberal, vale la pena pensar en las condiciones que facilitan la formación de partidos.  ¿Cómo se construye un partido sólido?  La semana pasada, hubo una conferencia en Harvard sobre la construcción de partidos en América Latina (participaron dos excelentes politólogos peruanos: Paula Muñoz y Alberto Vergara), y de allí surgieron dos lecciones para los nuevos partidos.
Primero, hay que construir una organización.  Casi todos los nuevos partidos latinoamericanos que han sido exitosos a través del tiempo tienen organizaciones fuertes, con militantes en todo el país.   ¿Cuáles son los nuevos partidos que se han institucionalizado en América Latina en las últimas décadas?   Son el PT en Brasil; el Frente Amplio en Uruguay; el PRD en México; ARENA y el FMLN en El Salvador; UDI y el PPD en Chile; y quizás el MAS en Bolivia.  Salvo el PPD, todos estos partidos tienen organizaciones fuertes.    
El problema es que la construcción de organizaciones partidarias es difícil.  Pocos políticos tienen el tiempo, los recursos y la voluntad necesaria para invertir seriamente en esa tarea.  Y estarán menos dispuestos a hacerlo cuando pueden llegar al electorado a través de medios alternativos, como el Estado o los medios de comunicación.  Según Brandon Van Dyck, un estudiante de doctorado de Harvard, son los partidos sin acceso al Estado o los medios de comunicación que más invierten en organización.  Por ejemplo, el PT y el PRD, que nacieron bajo regímenes autoritarios, no tenían otra alternativa que construir organizaciones.  Paradójicamente, entonces, la adversidad–y en algunos casos, el autoritarismo–puede fomentar la construcción de organizaciones más fuertes.   
Otro factor que fortalece la organización es el conflicto.  Periodos de polarización, conflicto violento o represión fortalecen a las organizaciones partidarias porque generan solidaridad, mística e identidades fuertes.  Casi todos los partidos o sistemas de partidos más fuertes en América Latina surgieron o se consolidaron durante un conflicto fuerte: una guerra civil (Colombia, Uruguay, Costa Rica), una revolución social (México, Nicaragua) o un periodo de polarización violenta (el APRA en los años  30 y 40).  De hecho, dos de los nuevos partidos más exitosos de los últimos años, el FMLN y ARENA, surgieron de la guerra civil salvadoreña.
Otro factor que ayuda en la construcción de una organización partidaria es ser aliados de la sociedad civil.   El PT fue construido con la ayuda de sindicatos, la iglesia progresista, y varios movimientos sociales, y su crecimiento en los últimos años ha sido facilitado por su nexo con una gran cantidad de ONG y otros grupos de la sociedad civil. El MAS en Bolivia fue construido sobre sindicatos, grupos cocaleros, organizaciones indígenas, y asociaciones vecinales.  En El Salvador, ARENA fue construido sobre la infraestructura de ORDEN, una organización paramilitar que operó en los años 70.
El segundo consejo para los nuevos partidos es que necesitan establecer una marca.  El electorado tiene que poder distinguir el partido de los demás partidos y asociarlo con ciertas ideas, políticas o modos de gobernar.  Casi todos los partidos que se institucionalizan tienen una marca clara y conocida.  Según el politólogo Noam Lupu, desarrollar una marca requiere dos cosas. Primero, los partidos tienen que diferenciarse de sus rivales. Los nuevos partidos más exitosos adoptan posiciones claras y no ambiguas.  En algunos casos, son posiciones radicales.  No es casualidad que casi todos los nuevos partidos que echaron raíces en América Latina en las ultimas décadas surgieron con programas claramente de derecha (ARENA y UDI) o izquierda (PT, FA, FMLN).  Segundo, los partidos tienen que ser consistentes.  Cambios dramáticos de principios o de programa diluyen la marca, sobre todo durante los primeros años.  Según Lupu, los partidos que diluyen a sus marcas con grandes giros programáticos son vulnerables al colapso.  
En resumen, los nuevos partidos necesitan organización y una marca sólida.  ¿Conseguirán estas cosas los nuevos partidos peruanos?  Temo que no.  Las condiciones actuales en el Perú no favorecen la construcción de organizaciones partidarias.  La mayoría de los partidos no enfrentan una gran adversidad.  Tienen acceso a los medios y al Estado (sobre todo en el nivel municipal y regional).  No existe una gran polarización o conflicto, por lo menos en el nivel nacional.  Y no existen muchas organizaciones en la sociedad (sindicatos, organizaciones indígenas) capaces de contribuir a la construcción de partidos nacionales.   
Tampoco existen condiciones favorables para el desarrollo de marcas partidarias.  El actual “consenso de Lima” alrededor del statu quo ha generado una convergencia programática entre los partidos importantes.   No hay grandes debates programáticos.   Como consecuencia, los partidos no pueden diferenciarse fácilmente de sus rivales. Y los partidos con programas distintos han abandonado estos programas una vez en el poder.  Esta “alternancia sin alternativa” (tomando una frase de Alberto Vergara) ha diluido la marca de Perú Posible, APRA, y el PNP.  Para el nacionalismo, cuya marca es nueva, esta dilución podría ser fatal.  
No existen condiciones favorables para la consolidación de nuevos partidos en el Perú. Las excepciones son el fujimorismo y el MOVADEF.  El fujimorismo se reconstruyó entre 2001 y 2006 bajo condiciones de cierta adversidad y conflicto.  En algunas zonas, tenía como base organizacional los comedores populares.  Y mantiene una marca clara y consistente.  
MOVADEF esta excluido del Estado y de los medios, lo cual genera incentivos para la organización.  Está formándose en condiciones de conflicto y cierta persecución. Tiene mística y militantes con identidades fuertes. Tiene una marca clara y diferenciada de los demás partidos.  Lo que no tiene, por suerte, son votos. 
Fuente: Diario La República (Perú). 25 de noviembre del 2012.

jueves, 22 de noviembre de 2012

La política peruana, entre la virtud y la perversión. Sinesio López.

¿Cuándo se jodió la política?



Por. Sinesio López Jiménez (Sociólogo)
Como toda actividad humana, la política tiene claros y oscuros y una escala de matices para todos los gustos. Algunos pensadores modernos (los contractualistas) colocaron la política en la naturaleza humana y vieron en ella una forma de salir de esta (Hobbes, Rousseau) o una forma de mantenerla y prolongarla (Locke). Hobbes identificaba la naturaleza humana con el estado de guerra del que se salía a través del contrato para establecer la política y el Estado moderno “que es la voluntad de todos expresada en la voluntad de uno solo o de pocos”. Rousseau pensaba que el estado de naturaleza del hombre era imperfecto y que adquiría su perfección en la comunidad política  a través del pacto social. Locke sostenía que el estado de naturaleza del hombre era de libertad, igualdad y soberanía que había que prolongar en la sociedad civil y en el gobierno.
Otros pensadores modernos (Maquiavelo, Montesquieu, Hegel, Marx) ubicaron la política en la historia en donde se desarrollaba como un proceso abierto en la búsqueda de la realización humana a través de conflictos y acuerdos. Más allá de las diferencias, los historicistas sostenían que la política era una manera de hacer la historia, construir sociedades, organizar estados y proponer modos de vida más llevaderos. Como respuesta a contractualistas e historicistas, surgieron los pensadores conservadores (Burke, De Bonald, de Maistre) que ubicaron la política en la tradición y los reaccionarios (Carl Schmitt, Donoso Cortés) que fundaron la política en una decisión (dictadura) para resolver situaciones de excepción. Donoso Cortés, por ejemplo, creía que todo el siglo XIX era una situación de excepción o de caos. 
Algunos políticos peruanos de hoy parecen colocar la política en la perversión. Ello no obstante, la política ha tenido momentos de gloria y momentos perversos. También momentos grises y aburridos. El Apra de los 30, los movimientos clasemedieros de los 50, los movimientos campesinos de los 60, el clasismo de los 70, las luchas democráticas son momentos de gloria. La fastuosidad oligárquica, la exclusión total, las dictaduras y las persecuciones políticas constituyen abismos depresivos. Por encima de cimas y simas, la política del siglo XX ha sido un espacio para realizar nuestros sueños, algunos de los cuales devinieron pesadillas. El senderismo de los 80 transformó la utopía revolucionaria en un infierno del terror y la liquidó. García convirtió el sueño de la inclusión populista en una pesadilla a la que nadie quiere retornar. Fujimori y Montesinos encontraron en la búsqueda del orden una ocasión para el asesinato y el robo.
La política se pervirtió. Los senderistas  pretenden pasar piola y participar en los procesos electorales  a través del Movadef manteniendo la ideología terrorista. Los defensores del presidente más corrupto de la historia se han autoerigido en los guardianes de la moralidad pública. Los sicarios mediáticos, defensores de corruptos o corruptos ellos mismos, pretenden encarnar la opinión pública. Los traidores acusan de falta de lealtad a los que mantienen sus principios y respetan la voluntad de los electores. Estas son las fuerzas oscuras contra las que tenemos que luchar y a las que tenemos que derrotar.
Fuente: Diario La República (Perú). 22 de noviembre del 2012.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El "EE.UU Tradicional" republicano frente al "EE.UU Cosmopolita" demócrata.

La Nueva Mayoría Norteamericana
Por: Steve Levitsky (Politólogo y profesor de la Universidad de Harvard)
Si la elección entre Barack Obama y Mitt Romney hubiera ocurrido hace 150 años, Romney habría ganado de una manera aplastante.  En 1862, la gran mayoría de los votantes norteamericanos eran hombres blancos, protestantes, y rurales –grupos que votaron masivamente por Romney–.  Pero en 2012, esa coalición no fue suficiente.  
Las razones por las cuales ganó Obama son conocidas. Primero, la economía empezó a recuperarse, y como consecuencia, el malestar público se disminuyó. Entre noviembre de 2011 y noviembre de 2012, el porcentaje de norteamericanos que cree que el país “va bien” subió de 19% a 42%, y la aprobación presidencial subió de 40% a  50%.  Segundo, la derechización del Partido Republicano –el ascenso del Tea Party y de candidatos con posiciones extremistas contra el aborto, los homosexuales y los inmigrantes– limitó su capacidad de captar votos moderados. Aunque Romney era un moderado, tuvo que derechizarse para ganar la candidatura Republicana. Giró hacia el centro en las últimas semanas de la campaña, pero no pudo escaparse de la imagen derechista de su partido.
Pero la elección señaló un problema más profundo para el Partido Republicano: se ha convertido en un partido del Siglo XIX: un partido de hombres blancos y protestantes.
En términos electorales, hay dos Estados Unidos: un EEUU profundo y un EEUU cosmopolita. El EEUU profundo se concentra en el interior del país, en zonas rurales y pueblos pequeños.  Es la parte del país que más se aproxima a la población fundadora: blanca, rural, y protestante.  La población es más religiosa, y tiene menos contacto con personas, culturas, idiomas, e ideas extranjeras.  
El EEUU cosmopolita se concentra en las costas y las grandes ciudades. Su población es mucho más diversa. De hecho, es un mosaico de minorías: católicos descendientes de inmigrantes italianos e irlandeses; negros; judíos, asiáticos; latinos. Hay blancos protestantes, pero son más urbanos, profesionales, y seculares.  Entre ellos, muchos son minorías culturales (ateos, homosexuales, mujeres profesionales). Es una población menos religiosa, y con más contacto con personas, idiomas, culturas, e ideas distintas.  
En las últimas décadas, el Partido Republicano se ha convertido en el representante del EEUU profundo.  Bajo Nixon y Reagan, el partido se enfocó en el electorado blanco, rural, y evangélico, que se sentía amenazado por los cambios sociales, culturales, y demográficos de los años sesenta y setenta. Lo hizo atacando a varios grupos que hoy pertenecen a la coalición cosmopolita: los negros, los inmigrantes, los homosexuales, las mujeres pro aborto, los hippies.  Funcionó. En los estados con grandes concentraciones de blancos rurales y evangélicos, como Kansas, Oklahoma, Wyoming, Mississippi, Alabama, y Carolina del Sur, el Partido Republicano se volvió casi hegemónico.
El problema para los Republicanos es que el EEUU profundo se esta achicando.  La sociedad norteamericana es cada vez menos blanca, protestante, y rural.   La porción blanca del electorado cayó de casi 90% en 1976 a 72% en 2012.  Y las minorías (sobre todo los negros, latinos, y asiáticos) crecieron de menos de 10% del electorado en 1976 a casi 30% hoy.  Según pronósticos basados en los datos del censo, las minorías serán una mayoría dentro de 30 años.
Ante el avance del EEUU cosmopolita, el EEUU profundo se ha vuelto cada vez más reaccionario. Aferrado a una visión de la sociedad basada en el pasado, milita contra la inmigración, la diversidad racial y lingüística, y los cambios (como la legalización del aborto y el matrimonio gay) que chocan con los “valores tradicionales.”   Los representantes del EEUU profundo se oponen a los impuestos y las políticas sociales, en parte porque creen que los beneficiarios de la redistribución son grupos (negros, inmigrantes) que no son “verdaderos americanos” como ellos. Para muchos de ellos, la elección de Obama en 2008 significó nada menos que “perder el país”.  Una gran parte de la base Republicana se convenció de que Obama no nació en Estados Unidos (requisito legal para ser presidente), y que no era cristiano, sino musulmán.  Por eso, los militantes del Tea Party –el movimiento que mejor representa el EEUU profundo– hablaba de la necesidad de “recuperar” el país.  
Así que el Partido Republicano está atado a un sector del electorado que se vuelve más chico y más reaccionario. Es una receta para la derrota.  
Romney arrasó en el EEUU profundo.  Ganó 60% del voto blanco, 70% del voto blanco y protestante, y casi 80% del voto blanco y evangélico. Entre el electorado del Siglo XIX, masculino, blanco, y protestante, Romney le ganó a Obama casi 3 a 1.
Pero el resto del país votó masivamente por Obama. Según las encuestas de boca de urna, el presidente arrasó entre los negros (93%), los asiáticos (74%), los latinos (71-75%), los judíos (69%), los ateos (70%), los homosexuales (76%), los pobres (63%), los urbanitos (62%), los jóvenes (60%), y las mujeres (55%).  El Partido Republicano pagó el precio por contentarse con una coalición estrecha en una sociedad cada vez más diversa.

Algunos Republicanos siguen con su cabeza en la arena, echando la culpa a Huracán Sandy (según las encuestas que predijeron los resultados con mucha precisión, Obama ya ganaba sin problema antes de Sandy). Pero como reconoció el comentarista conservador Bill O’Reilly, “la América tradicional ya no existe.” Si el Partido Republicano no se adapta a esta nueva realidad, está condenado a ser un partido minoritario.
Los Republicanos pasaron cuatro años autoproclamándose los representantes del EEUU “auténtico” o “verdadero.” En realidad, representan el EEUU del pasado. Los demás –los negros, latinos, asiáticos, judíos, homosexuales, mujeres profesionales, y blancos urbanos y progresistas– no solo son verdaderos norteamericanos. Somos mayoría.
Fuente: Diario La República (Perú). 11 de noviembre del 2012.

Diagnóstico y reforma del Estado en el Perú.

Estado

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

Hace un par de semanas, al comentar la intervención en La Parada, resalté los problemas que tiene el Estado peruano para imponer su autoridad, especialmente en zonas donde existen grupos sociales con recursos para enfrentarlo. Si bien este es un aspecto central, hay muchos otros temas y preguntas que deberíamos explorar si queremos entender mejor las causas de la debilidad y fortaleza de nuestro Estado.

Por mencionar algunas, ¿qué explica el alto grado de profesionalismo de algunas áreas del Estado frente a la debilidad de otras? ¿Por qué los diversos intentos de reforma de pensiones militares o del empleo público suelen terminar en fracasos? ¿Y por qué ciertas municipalidades ejecutan mejor su presupuesto mientras otras mantienen niveles bajos de gasto? ¿Qué influencia tienen las empresas mineras en las oficinas del Ministerio de Energía y Minas? ¿Y qué capacidad de fiscalización tiene dicho ministerio en las áreas de extracción minera, tanto en concesiones legales como en zonas ilegales? ¿Qué sabemos sobre la burocracia en el Perú?

Estas preguntas, entre muchas otras, deberían estar en el centro de nuestras preocupaciones académicas y políticas. Podemos aprender muchos de estos contrastes, carencias y reformas fallidas. ¿Podemos identificar patrones en algunos de los temas señalados? ¿Cuáles son las mejores estrategias al acometer reformas? Y, sin embargo, el Estado, omnipresente en la discusión cotidiana, está ausente tanto en la academia como en los debates políticos. Los burócratas y tecnócratas están más preocupados en lidiar con el día a día que en entender a la bestia. En eso todos somos un poco culpables. Siempre hablamos del Estado, pero nos falta mucho para conocerlo y entenderlo en profundidad.

¿Por qué debería importarnos esta ausencia? Pues por diversas razones. La débil capacidad del Estado se ha asociado a la baja gobernabilidad democrática y poca legitimidad de nuestros representantes. Del mismo modo, incumplir con funciones básicas, como seguridad, salud o educación, incrementa la frustración de la ciudadanía. Igualmente, sin oficinas estatales capaces de hacer cumplir la ley, esta se convierte en un saludo a la bandera; y el Estado de derecho, en una promesa incumplida. Agencias estatales débiles, además, son incapaces de conducir reformas de largo aliento.

Diferentes declaraciones en meses recientes apuntan a que muy diversos actores han llegado a un cierto consenso que habría que aprovechar: si queremos romper con los límites al desarrollo que enfrenta hoy el Perú, requerimos de una profunda mirada y transformación del Estado. No un cambio que nos lleve a un Estado más grande, pero sí a uno más eficaz. Esta es una lección importante que dejan los procesos de reforma de los noventa, resaltada por el propio Francis Fukuyama. En diversos países los reformadores del ajuste fueron muy buenos para destruir varias cosas malas del viejo Estado, pero también acabaron con aspectos positivos. Dejaron, además, un legado bastante negativo: celebraron su éxito al reducir el Estado, asumiendo que era la causa de diversos problemas, pero no pusieron igual énfasis en construir un Estado capaz. Pasó en África, pasó en el Perú.

Hoy es evidente que el problema en muchos ámbitos no era el Estado y que necesitamos un mejor Estado. Lo dice bien Alberto Vergara en un trabajo reciente (Alternancia sin Alternativa; Revista Argumentos, IEP): “En el Perú, los liberales del mercado han mandado sin contrapesos, y hace un buen tiempo que hace falta un liberalismo del Estado. Al solitario Adam Smith debe acompañarlo Max Weber”. Análisis y reforma, entonces, deberían ir de la mano. Académicos, políticos y burócratas tenemos mucho que aprender unos de otros en este esfuerzo por entender y mejorar al Estado en el Perú.

Fuente: Diario 16 (Perú). 11 de noviembre del 2012.

domingo, 7 de octubre de 2012

Debate sobre la "Izquierda" y lo "Popular" en el Perú. Martín Tanaka y Alberto Adriánzen.

Lecciones para la izquierda

Por: Martín Tanaka (Politólogo)

A la luz de varios acontecimientos recientes, me atrevo a sugerir algunas ideas que considero deseable que fueran asimiladas por la izquierda.

La reforma del transporte en Lima, el desalojo del mercado de La Parada y el traslado a Santa Anita y otros sugieren que operar bajo el supuesto de que sectores populares o de origen popular se identificarán con el “bien común” o el “interés general”; y de que el “pueblo organizado” y las “organizaciones de la sociedad civil”, y sus dirigentes en efecto representan a quienes dicen representar, constituye una gran ingenuidad política. Al mismo tiempo, desafíos como el de la revocatoria sugieren que la democracia directa no siempre es mejor que la representativa, y que la “iniciativa popular” puede ser “capturada” por intereses particularistas. En otras palabras la noción de que “el mundo popular” es un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente no parece ser una guía suficiente para la acción política en nuestro país. De este modo, nociones centrales en el discurso tradicional de la izquierda, que reivindican el protagonismo o “empoderamiento” popular, el trabajo con organizaciones sociales, con dirigentes populares, la promoción de la participación como alternativa o complemento a la democracia representativa está muy bien, pero resulta muy insuficiente a estas alturas. 

La izquierda necesita no solamente un programa de gobierno, también un diagnóstico actualizado de la realidad social peruana. Acaso uno de los grandes problemas que explican las desventuras de la izquierda es que no entiende el país, a pesar de contar con un importante grupo de académicos e intelectuales: más precisamente, el problema es que la visión de ese grupo aparece cada vez más alejada de lo que sucede en el país. Más precisamente aún: en general, las ciencias sociales tienen, tenemos, el reto de repensar y entender mejor el país. 

Por otro lado, diversos grupos de izquierda inician nuevamente conversaciones en función de crear nuevos partidos y constituir un nuevo frente político. ¿Cómo evitar repetir la historia que empieza con la declaración de buenos propósitos y la propuesta de construir la unidad sobre la base de un programa, sigue con debates y desacuerdos, desencadena una división en medio de acusaciones destempladas y termina con la postulación improvisada de diferentes grupos, algunos trepándose a carros ajenos y otros presentando candidaturas sin ninguna opción? Acaso habría que partir por sincerar los proyectos y preferencias políticas y no forzar la unidad de lo que no es unificable; pero ser conscientes también de que las diferentes alternativas de izquierda no están como para darse el lujo de ser excluyentes y celosamente principistas. Lo importante es que la izquierda “conecte” con una sensibilidad popular que le ha resultado esquiva, más cercana a la derecha y al populismo.

La próxima semana, lecciones para la derecha. 

Fuente: Diario La República (Perú). 23 de septiembre del 2012.

¿Qué izquierda?

Hace una semana mi amigo Martín Tanaka publicó un artículo (“Lecciones para la izquierda”, La República 23/09/12) en el cual da una serie de recomendaciones a la izquierda. Es probable que Tanaka lo haya escrito pensando en el nacimiento de Fuerza Ciudadana, justamente, un día antes de la publicación de su artículo. Me parece que todas las recomendaciones y consejos son bienvenidos. Sin embargo, es conveniente hacer algunas puntualizaciones.


"Diagnóstico de la realidad"

Por: Albero Adriánzen (Sociólogo)

Sospecho que hoy, en lo que podemos llamar izquierda –término siempre discutible- no existe mayoritariamente la visión sobre el mundo popular que dice Tanaka: “de que el mundo popular es un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los de arriba, también monocromático excluyente, no parece ser una guía suficiente para la acción política en el país”. Menos que esté representado en los transportistas o en los dirigentes del Mercado Mayorista.

En realidad, esta visión se dejó de lado hace muchos años. Como bien dice Carlos Mejía en su blog: “No hay ningún grupo de izquierda, por pequeño que sea, que esté entendiendo a los grupos económicos de La Parada o a los propietarios de las empresas de transporte como reales representantes de los sectores populares. No hay un solo documento de alguna agrupación de izquierda que defina a estos grupos como “sectores populares”.

¿Está Patria Roja en La Parada? No. ¿Ha salido la CGTP a defender a los propietarios de empresas de transporte? Tampoco. Los procesos de estratificación y diferenciación social son temas presentes en la reflexión de izquierdas” (Algunas preguntas sobre las “lecciones” de Tanaka a la izquierda). Incluso, se puede añadir que la presencia de
Fuerza Social en Fuerza Ciudadana es buen ejemplo de que la visión sobre el mundo popular que nos propone Tanaka no es compartida por todos sus miembros.

La observación y cuestionamientos sobre las relaciones entre revocatoria (a
Susana Villarán) y democracia directa no es el mejor ejemplo. En este punto también tienen razón las críticas de Mejía. Además, escoger como ejemplo la revocatoria a la alcaldesa de Lima y a su grupo de regidores para luego criticar la “democracia directa”, es, en verdad, un abuso.

Es como crear una suerte de muñeco al gusto de uno y darle de golpes. En este caso, como el anterior, la mayoría de los grupos de izquierda no solo no apoyan dicha revocatoria sino también que están abiertamente en contra. Lo mismo se puede decir del llamado “protagonismo popular”, tema que fue debatido hace muchos años en la izquierda.

En lo que sí estoy de acuerdo con Tanaka es que la izquierda no conoce lo que él mismo llama “sensibilidad popular”. Sin embargo la “sensibilidad popular” no es lo mismo que “un diagnóstico actualizado de la realidad social peruana”.

Al respecto sería bueno leer el libro de George Lakokk: No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político en el cual su interés principal es estudiar las “estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo”.

Dicho en otros términos: saber cuál es la “sensibilidad popular” corresponde a la política; tener un “diagnóstico actualizado de la realidad social peruana” a la sociología y ciencias afines.

Ahora bien, dicho esto me interesa señalar algunos puntos que podrían configurar un pensamiento y una práctica de izquierda:

a) Que el “mundo de abajo” y el “mundo de arriba”, si bien son complejos, diversos y heterogéneos, existen.

b) Que ambos mundos tienen no solo intereses diversos sino también distintos y hasta contrapuestos.

c) Que aquellos que hacen política requieren ubicarse en lo que podemos llamar una
Atalaya. Es distinto “mirar” el mundo desde arriba que desde abajo.

d) Que aquellos que quieren hacer política tienen que optar a qué mundo quieren representar. Ello supone respetar el pluralismo que requiere la política y la democracia.

e) Que la democracia no es solo un conjunto de reglas ni un régimen para tener derechos sino también un sistema y un régimen para crear nuevos espacios (políticos, sociales, culturales, económicos) y así tener nuevos derechos. Un buen ejemplo son los movimientos de los “sin tierra” o “sin techo”. Ello no obvia un problema planteado hace muchos años por José Aricó: “cuál es la desembocadura institucional de los movimientos sociales”. Dicho en otras palabras, las reglas y las instituciones, que son importantes y vitales en una democracia, se construyen conflictivamente entre los de “arriba” y los de “abajo”. En este contexto tiene sentido la democracia participativa y/o directa sin dejar de lado la importancia y preponderancia de la representativa.

f) Que dejemos de usar “populismo” como si fuese una mala palabra. Si como dice Tanaka hay populismo de izquierda y de derecha, se puede concluir que populismo no es una ideología o un programa sino más bien una forma de “articulación” de la política, de creación de un “nosotros” distinto a los otros. Como bien dice Ernesto Laclau, sin el trazado de la división social no hay política, sino administración. Soy un convencido que en este país, además de administrar, se requiere hacer política, es decir, crear un “nosotros”, transformarlo y crear un nuevo orden. Si no, veamos lo que viene sucediendo en estos días.

g) Que la democracia no es solo consecuencia de un pacto entre las élites (menos en este país) sino más bien fruto de esta “confrontación política” entre estos dos “grupos”.

h) Que si bien hay que dejar de lado el llamado “protagonismo popular”, esta suerte de idealización del mundo popular, ello no implica olvidarse de la necesidad de construir una izquierda plebeya (o popular). Ello supone un cambio de su dirección y de su composición social y generacional.

Finalmente, me parece bien que comencemos a discutir cuál debe ser el futuro de la izquierda. La razón es muy simple, este país requiere de una izquierda no solo como un contrapeso a una derecha cada vez más autoritaria y amnésica –como lo demuestran los ataques a la CVR- sino también porque el país, como lo ha expresado la mayoría de
peruanos en los últimos procesos electorales, necesita hace mucho tiempo un cambio si queremos preservar la democracia.

Nota:- Ahora que el
Fujimorismo ha pedido oficialmente que Alberto Fujimori sea indultado, espero que el gobierno no ceda a estas presiones. Hacerlo sería enterrar cualquier esperanza de cambio en este país. Un gigantesco retroceso.

Fuente: Diario La Primera (Perú). 30 deseptiembre del 2012.


Debate

Por: Martín Tanaka (Politólogo)

La semana antepasada escribí un artículo con algunos “consejos” para la izquierda; los amigos Carlos Mejía, desde su blog “Bajada a bases” y Alberto Adrianzén desde su columna en La Primera tuvieron la generosidad de responderme de manera crítica e inteligente.

En mi artículo, tomando algunos ejemplos de la coyuntura reciente, decía que urgía cuestionar un esquema según el cual sectores de origen popular se identifican automáticamente con el “bien común”; en donde el “pueblo organizado” y sus dirigentes representan a quienes dicen representar; y en donde lo popular aparece como un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente. Tanto Mejía como Adrianzén sostienen  que ese sentido común ya habría sido superado, y parecen reafirmarse en el camino de lograr la unidad o confluencia de los “hombres, mujeres, jóvenes, asalariados urbanos y rurales, independientes, estudiantes y demás ciudadanos que en colectivos, partidos y movimientos están trabajando por cambiar de verdad este país” (Mejía). Eso está muy bien, pero me pregunto si ese es el camino que llevará a representar el “mundo popular”. Recordemos que la simple sumatoria de los colectivos dispersos puede dar un resultado muy pequeño: quizá no tanto como la suma de los votos de Villarán, Diez Canseco y Moreno en 2006, pero nada sustancialmente diferente de ello.

Otro camino complementario es el de buscar la representación de las comunidades, sindicatos, organizaciones en conflicto, que expresarían los límites del “neoliberalismo”. Pero no veo por qué esa estrategia tendría éxito, cuando antes la intentaron Washington Román, Nelson Palomino, Alberto Pizango y otros. Ahora la “esperanza” estaría en Gregorio Santos o Marco Arana. Cabe preguntarse si la izquierda no tiene ninguna autocrítica que hacer a la manera en que esos líderes han conducido la protesta en Cajamarca, o la manera en que Patria Roja ha enfrentado la huelga del Sutep, por ejemplo.

¿Por dónde lograr entonces la ansiada representación? Obviamente no pretendo tener la respuesta, pero una pista es cómo interpretar hoy el legado político de lo que José Matos llamó en 1984 el “desborde popular”. Carlos Iván Degregori, Nicolás Lynch y Cecilia Blondet, en Conquistadores de un nuevo mundo (1986) sugerían que ese “desborde” podría discurrir por cauces “democratizadores” e implícitamente sugerían que la izquierda debería intentar representar el mundo de organizaciones populares de barrio que describen en su libro. El tema es que por lo menos parte importante de ese mundo popular está siendo cada vez más de “clase media”, por lo menos en sus aspiraciones, y cada vez menos “ideológico” en sus concepciones del país; a ese mundo la izquierda tiene muy poco o nada que decirle, y para ese mundo la izquierda es vista como parte del “viejo orden”, no una alternativa novedosa y atractiva.

Fuente: Diario La República (Perú). 07 de octubre del 2012.

lunes, 1 de octubre de 2012

Consecuencias de la desprofesionalización de la política en el Perú.


La Política sin Políticos

Por: Steven Levitsky (Politólogo y profesor de la Universidad de Harvard)

Los peruanos detestan a sus políticos. Desde hace 25 años, existe casi un consenso en la sociedad de que los “políticos tradicionales” son corruptos e irresponsables. Hasta hoy, muchos peruanos creen que hay demasiados políticos en la política.  Hace poco, un columnista de El Comercio propuso “privatizar” el gobierno para reducirlo a un mínimo.
   
Pero el político “tradicional” ya no domina la política peruana. De hecho, es una especie en peligro de extinción. Los peruanos tumbaron a su clase política hace 20 años. El blanco de sus críticas hoy no es una clase política: es una colección de novatos haciendo política. 

La desaparición de los políticos se ve en la última Encuesta de Poder. Sólo tres de los 10 “más poderosos” en 2012 son políticos, el número más bajo–fuera de la época de Fujimori–desde que empezó la encuesta.  Bajo Belaunde, García I y Toledo, el número de políticos en la lista fluctuaba entre cinco y siete. En 2008 bajó a cuatro; y en 2011, a tres.  

El déficit político también se ve en el gabinete de Humala. Solo dos ministros (Jara y Cateriano) han sido electos a un cargo público, y solo una (Jara) pertenece al partido de gobierno.  No es así en otras democracias.  En Estados Unidos, 10 de los 16 miembros del gabinete de Obama son políticos partidarios: hay tres ex senadores, tres ex congresistas y tres ex gobernadores.  En Brasil, 22 de los 26 miembros del gabinete son políticos partidarios: 12 del PT y 10 de otros partidos. Comparado con otros casos, entonces, el Perú es un país donde la política se hace (casi) sin políticos.

Defino un político tradicional o profesional como alguien que dedica gran parte de su vida profesional a la política.  Su carrera principal es la política.  En el Perú, quedan pocos políticos de este tipo en el nivel nacional. Y la mayoría de ellos –Lourdes Flores, Víctor Andrés García Belaunde, Javier Diez Canseco, Alan García y otros apristas– entraron a la política antes de 1990.  

Desde 1990, ha sido mucho más difícil mantener una carrera política. Debido a la debilidad de los partidos y extrema volatilidad electoral, pocos políticos son reelectos.  En las últimas dos elecciones legislativas, por ejemplo, la tasa de reelección fue solo 12%, comparado con más de 80% en Estados Unidos y más de 50% en Brasil y Chile. Además, los partidos peruanos ya no ofrecen dos cosas que son claves para los candidatos: financiamiento y una buena imagen (o etiqueta).

En este contexto, ha surgido el político no profesional.  Los políticos no profesionales no se dedican 100% a la política.  Se dedican a otra profesión, ganan dinero o construyen una buena imagen, y utilizan estos recursos para lanzarse a la política.   Muchos son empresarios con los recursos para financiar una campaña.   Otros son periodistas, locutores, figuras mediáticas, ex voleibolistas, militares retirados o rectores universitarios.  Lo que tienen en común estos candidatos es haber acumulado cierto capital en otro campo profesional (jugando voley, fundando universidades, haciendo golpes militares, vendiendo fotocopiadoras) y haberlo utilizado para saltar a la política.  La mayoría de estos candidatos son novatos, sin formación o experiencia política. Y muchos no piensan en construir una carrera política.  Se quedan uno o dos periodos y se van.  

Lejos de ser un grupo de políticos tradicionales atrincherados, entonces, la clase política peruana es un conjunto de novatos.  El Congreso es mayoritariamente novato.  Más del 70% de los congresistas son nuevos, y el 56% no había sido electo a ningún cargo público antes de 2011.  Hay novatos en los gobiernos regionales también.  De los 25 presidentes regionales electos en 2010, 14 habían participado en la política menos de 10 años.   

La desprofesionalización de la política ha tenido algunos efectos positivos.  Ha abierto la clase política.   Hay mucha más diversidad–en términos de género, etnicidad, y origen socioeconómico– en los cargos públicos hoy que en el pasado. Una clase política fluida ha resultado ser más amplia y quizás más representativa.

Pero la política sin políticos tiene costos también. Uno es la inexperiencia.  Como se ve en el caso de Humala, los novatos políticos tienen que aprender a gobernar.  Muchos carecen de ciertas habilidades que son claves para la gobernabilidad democrática: no saben negociar, construir coaliciones, manejar un gabinete o lidiar con la oposición y los medios o los conflictos sociales. En un gobierno sin estas habilidades, va a haber más errores, más crisis, y en algunos casos, más medidas autoritarias.  La inexperiencia también se ve en el Congreso. Cuando más del 70% de los congresistas son novatos, es muy difícil que el Congreso produzca legislación de alta calidad o que tenga la capacidad para ser un contrapeso al Poder Ejecutivo.     
Otro costo de la política sin políticos es el cortoplacismo. Un político que tiene poca probabilidad de ser reelecto y construir una carrera tiene pocos incentivos para adquirir habilidades legislativas, fortalecer las instituciones legislativas o construir una buena imagen. Lo que tienen son incentivos para “maximizar” sus ganancias en un solo periodo. Estos congresistas son fáciles de cooptar (con puestos, viajes o favores judiciales), lo cual debilita el Congreso.  También suelen ser más corruptos.  La gran mayoría de los escándalos personales que han plagado los últimos dos Congresos han sido protagonizados por novatos. 

Eso no quiere decir que todos los novatos son corruptos, o que los políticos profesionales no lo son.  Pero parece que los novatos políticos –que tienen poco futuro político– están más dispuestos a llevar todo lo que puedan en el corto plazo.

Los escándalos de los últimos años han reforzado el descontento público hacia los políticos.  Pero los políticos de hoy no son los mismos que fueron tumbados hace 20 años.  Son novatos políticos que ocuparon su lugar.

Hay un déficit de políticos en el Perú.  Dudo que una combinación de outsiders y técnicos será suficiente para asegurar la gobernabilidad democrática en los años que vienen. 

Fuente: Diario La República (Perú). 30 de septiembre del 2012.

Recomendado: Coalición. Eduardo Dargent.

Teorías sobre formación de partidos, debilidad partidaria en el Perú y surgimiento de las “coalición de independientes”.



Coalición

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

¿Por qué no se formaron partidos políticos nacionales en Rusia tras la caída del comunismo? A fin de responder a esta pregunta, Henry Hale (“Why not parties in Russia?” Cambridge U. Press, 2005) propone una teoría para explicar por qué los políticos se articulan en organizaciones nacionales. Su explicación se centra en la importancia para los candidatos de contar con recursos materiales e ideológicos/simbólicos para lograr su elección. Partidos fuertes con capacidad de ofrecer ideas/temas atractivos y recursos a sus candidatos harán muy difícil que independientes busquen el éxito por su cuenta; “cerrarán” el mercado electoral. Pero llegar a esa posición de dominio no es un proceso automático, depende en buena cuenta de poseer algunos de los recursos antes señalados. Para Hale no hubo partidos nacionales en Rusia porque estas nacientes organizaciones se toparon con lo que llamaron “sustitutos partidarios”: vehículos electorales que por diversas razones eran más atractivos que los partidos. En el caso de Rusia, estos sustitutos fueron organizaciones políticas regionales y partidos locales financiados por grandes empresas recientemente privatizadas. Sin capacidad de competir con estos sustitutos, los nacientes partidos nacionales rusos no lograron establecerse.

Dialogando con Hale y otras teorías sobre formación de partidos, Mauricio Zavaleta, politólogo de la PUCP y asesorado por Steve Levitsky, acaba de defender una tesis muy valiosa para entender la debilidad partidaria en el Perú. Zavaleta, como Hale, argumenta que, a nivel regional, en el Perú existe un sustituto partidario más atractivo que los partidos nacionales, lo que denomina la “coalición de independientes”.

Si bien la tesis se centra en la política regional, las listas congresales también se describen como una coalición de independientes. Tras analizar las tres elecciones regionales realizadas hasta la fecha, Zavaleta demuestra que la coalición es el vehículo electoral más común en estas competencias. Los políticos de una región se unen para enfrentar en mejores condiciones la elección. Cada uno trae consigo algo de capital político, sea recursos, prestigio o personal de campaña. Contar con un logo común, cumplir con los requisitos de inscripción, así como realizar campañas coordinadas, son todos incentivos fuertes para esta unión electoral.

Estos incentivos, sin embargo, no son suficientes para que la organización tenga vocación de continuidad. Si uno mira los resultados de una elección podría pensar que en el país hay partidos regionales articulados con cierta llegada provincial y distrital. Pero vistos a través del tiempo, lo más común son organizaciones que se crean para la elección y que luego desaparecen. La coalición de independientes se desintegra en forma tan rápida como surge, a la espera de una nueva elección en la que se forjarán nuevas alianzas.

En su capítulo final, Zavaleta estudia algunos casos de mayor articulación y continuidad (por ejemplo, el Apra en algunas regiones, APP, Chim Pum Callao o Nueva Amazonía), así como las causas que explicarían esta mayor organización. Estas excepciones se explican, entre otras razones, por recursos abundantes de un empresario político o por la necesidad de competir con otro partido organizado. Pero no hay que perder de vista que incluso estos casos de “éxito” son débiles si los comparamos con partidos regionales de otros países. Ninguno ha mostrado todavía ser mucho más que su líder fundador.

Como toda buena tesis, Zavaleta no solo adapta las ideas de Hale para el caso peruano, sino que también ofrece lecciones para la teoría comparada sobre formación de partidos. Los partidos políticos nacionales no solo tendrán dificultades de formarse cuando existan sustitutos partidarios fuertes a nivel local, como en Rusia. El caso peruano muestra que incluso sin sustitutos fuertes es posible que los partidos no se formen, pues las alianzas electorales precarias serán vehículos atractivos para los candidatos locales. ¿Para qué invertir en crear partidos si puedo ser elegido sin ellos? Los hallazgos son relevantes para el estudio de otras democracias en las que las elecciones se suceden sin que emerjan partidos nacionales fuertes.

Y claro, la tesis ofrece lecciones a quienes buscan soluciones a la debilidad partidaria en el país, aunque estas lecciones sean pesimistas. Sin incentivos poderosos (ideológicos o un aumento considerable de recursos), construir partidos será un reto enorme en el Perú. En resumen, un excelente y creativo trabajo que espero sea publicado muy pronto.

Fuente: Diario 16 (Perú). 30 de septiembre del 2012.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La ultraderecha peruana, el término "Caviar" y los valores post-materialistas.

Los Caviares Desde Otro ángulo

Por: Steven Levitsky (Politólogo y profesor en la Universidad de Harvard)

Simpatizo con el magistrado de la CIDH que preguntó por el significado de “caviar” en el “idioma peruano”. Nunca entendí bien qué era. Primero, pensaba que era una copia  del término francés “izquierda (gauche) caviar.” Parecía una expresión del marxismo bruto, en lo cual nuestra ideología debería corresponder a nuestra clase social. Desde esa óptica, el caviarismo era una especie de “falsa conciencia,” dado que solo los obreros, y no los acomodados, deben ser de izquierda.  Pero en el Perú, no eran los marxistas ortodoxos que hablaban de la izquierda caviar. Era la derecha, que supuestamente abraza la idea –liberal– de que cada individuo forma libremente sus opiniones.  

Mi confusión se ha profundizado en los últimos años.  “Caviar” ya no se aplica solo a figuras de centro-izquierda, sino también a liberales del centro y centro-derecha, como Augusto Álvarez, Rosa María Palacios, Beatriz Merino y hasta Mario Vargas Llosa.  Hoy en día, no es necesario hablar a favor de los pobres y la redistribución para ser caviar.

¿Qué es lo que distingue a los caviares del resto del mundo, entonces?  Según Carlos Meléndez, los caviares combinan el liberalismo político (defensa de las instituciones democráticas y los derechos ciudadanos) con un “estilo de vida acomodada”, un “desviado sentido de la realidad”, y cierta intolerancia (el caviar “siempre cree tener la razón”). En otras palabras, combinan elementos ideológicos con elementos sociales, culturales y hasta socio-psicológicos.  

Quizás la parte social tenía significancia en el pasado, cuando “caviar” se utilizaba de una manera más precisa, pero hoy en día carece de sentido.   Los caviares forman–igual que sus rivales– parte de la élite limeña.  Y nadie en esa élite tiene monopolio sobre la vida acomodada, un desviado sentido de la realidad, o la intolerancia.   Todos tienen un estilo de vida más o menos acomodado.  Y el desviado sentido de la realidad es un problema para toda la élite limeña.  Claro que hay caviares con poco conocimiento de la realidad social y política, pero hay una enorme cantidad de anticaviares que sufren de exactamente lo mismo.  ¿Acaso los PPKausas o los lectores de Aldo Mariátegui conocen mejor la realidad de Cajamarca o de Puno?   Tampoco los caviares se distinguen por su intolerancia.  Hay, sin duda, caviares que están poco dispuestos a reflexionar (o repensar sus opiniones) sobre lo ocurrido en los años 90 –y la falta de reflexión esta mal–.  Pero no me vengan a decir que los figuras anticaviares (Mariátegui, Rey, Cipriani, Martha Chávez) son más tolerantes.

Si nadie en la élite limeña tiene monopolio sobre la vida acomodada, un desviado sentido de la realidad, o la intolerancia, estas no son características que distinguen a los caviares de los no caviares.   Son cojudeces.  Las diferencias reales –por lo menos hoy en día–son políticas e ideológicas.  Lo que sí comparten Villarán, García- Sayán, Álvarez Rodrich y mis amigos de la PUCP son ciertos valores, sobre todo un fuerte compromiso con los derechos ciudadanos y las instituciones democráticas.  En muchas democracias, esa orientación no es polémica, pero en el Perú lo es.  Y lo es porque la experiencia de los años ochenta y noventa generó un contexto político distinto.  A diferencia de Argentina, Brasil, Chile o Colombia, una defensa rigurosa de los derechos humanos en el Perú genera conflicto con actores importantes, como el fujimorismo, las fuerzas armadas, y hasta el Arzobispo.  Y peor aún, choca con la opinión pública. Los peruanos enfrentaron un “tradeoff” (o selección) muy duro en los noventa: entre los derechos y la institucionalidad democrática, por un lado, y el orden y la seguridad por el otro.  Después de una década de violencia, una mayoría optó –junto con Fujimori– por el orden y la seguridad.  La minoría que seguía (y sigue) priorizando los derechos humanos y las instituciones democráticas son, hoy en día, los caviares.  Es una orientación políticamente incorrecta en el Perú.  Defender los derechos de los que son acusados de terrorismo, o de los activistas radicales que quieren acabar con la minería, choca fuertemente en una sociedad que sufrió Sendero y el tremendo colapso económico de los ochenta.  Me parece que el verdadero pecado de los caviares no es tomar café en La Baguette sino priorizar los derechos en una sociedad que, en su mayoría, opta por el orden.  

Pero la historia podría darle la razón a los caviares.  Si ser caviar es defender los derechos y las instituciones, hay evidencia empírica que el caviarismo beneficia al país.  Según varios estudios publicados en la última década (por ejemplo, los de Dani Rodrik y Daron Acemoglu y James Robinson), la institucionalización de los derechos y la fortaleza de las instituciones son claves para el éxito económico en el largo plazo.  Si los caviares son los que luchan por la institucionalización de los derechos y la fortaleza de las instituciones en el Perú, hay que aplaudirlos.

Y hay más: el desarrollo económico genera más caviares. Los valores caviares –sobre todo, la defensa de los derechos y su extensión a grupos que históricamente no han gozado de ellos (mujeres, homosexuales, indígenas)–son valores posmaterialistas. Son banderas que tienen poco que ver con los propios intereses materiales, como el trabajo o mejores salarios.  Como ha demostrado el politólogo Ronald Inglehart, el posmaterialismo solo surge en los sectores que tienen sus necesidades materiales satisfechas: la clase media-alta.  (Los que tienen que preocuparse todos los días para mantener a su familia no tienen el lujo de luchar en defensa del medio ambiente o los derechos de los homosexuales.) Por eso, el posmaterialismo es mucho más fuerte en las sociedades industrializadas, donde casi todos son de clase media para arriba.   Según Inglehart, el porcentaje del electorado español, alemán, francés y norteamericano que es “posmaterialista” creció de 10% en 1970 a 25% en 2000. Este cambio fue producto del desarrollo socioeconómico.  En todos los países del mundo, hay una fuerte relación entre la riqueza y la educación, por un lado, y las orientaciones posmaterialistas por el otro.

El Perú sigue siendo mayoritariamente materialista.  Pero el cambio se viene, y el crecimiento económico lo acelera.  Más riqueza y más acceso a la educación generan más liberales posmaterialistas –o, traducido en idioma peruano, caviares–.  Un Perú desarrollado será un país mucho más caviar que hoy.

Fuente: Diario La República (Perú). 16 de septiembre del 2012.

Intentando explicar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos que es un "Caviar" en el Perú.



El caviar en las cortes internacionales

Por: Pablo Quintanilla (Filósofo y profesor de la PUCP)

Lamentable fue escuchar a nuestros compatriotas intentando explicar, a un magistrado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el significado de la palabra “caviar” en el argot limeño, al haber sido empleado por el juez Villa Stein. Pero también es interesante la contribución de Aldo Mariátegui al debate (Correo, 28/08/2012).

Según Aldo, caviares son aquellos sesentones con un pasado (o presente) de izquierda, que se sienten mal “por vivir en un país pobre” y que trabajan en ONGs, defienden los derechos humanos y la ecología, y tienen gustos burgueses como el vino, la playa y los viajes. Sostiene que, por extensión, el término se aplica a los jóvenes que creen en los derechos humanos y la ecología “porque está de moda”, son panteístas y les gustan los gatos, los anteojos raros y las bufandas. Considera factible que la Democracia Cristiana haya sido la cuna de la caviarada y que Bustamante y Rivero haya sido un protocaviar. Los escépticos pueden consultar: diariocorreo.pe/opinion/noticias/1114612/columnistas/caviar-dicese-de 

Ahora bien, si eliminamos lo anecdótico (como gatos y bufandas), nada de eso es objetable, excepto ser de izquierda para quien no lo es. Pero es una obvia petitio principi cuestionar a un izquierdista por ser de izquierda. Por eso, la discusión debe pasar al terreno empírico para determinar qué políticas socialistas, si alguna, pueden ser viables. Ese debe ser un debate técnico y no basado en prejuicios.

En cuanto a los derechos humanos, estos se han ido poniendo progresivamente “de moda” desde, por lo menos, la Declaración Inglesa de Derechos de 1689, que estableció ciertos principios que limitaban el poder del soberano y protegían a los ciudadanos. En 1789 la Revolución Francesa dio origen a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y la actual Declaración de los Derechos Humanos fue promulgada en 1946 por la Naciones Unidas. Así, los derechos humanos “están de moda” desde el siglo XVII, por lo menos para quienes no los lesionan. Si los jóvenes de hoy tienen más convicción en ellos que las generaciones pasadas, el mundo está progresando. Si además son ecologistas, mejor aún.

Lo que molesta a Aldo es que alguien con un discurso socialista tenga gustos burgueses, pues lo considera incompatible. Pero no lo es, especialmente si son gustos pequeñoburgueses y universales como los derechos humanos mismos, como el vino o la playa. El problema real está en tener un discurso superficial y hueco, adquiriendo poses inauténticas y frívolas, ya sea si estas son marxistas, fascistas o monárquicas. Así como hay una frivolidad de izquierda, también hay una de derecha, y ambas son desagradables por la misma razón: la pose, no la ideología, que en ambos casos debe ser materia de debate académico. Por ello, mi definición de caviar es más corta: palabra empleada por la derecha autoritaria peruana, para descalificar a quien tenga la osadía de cuestionar algún detalle de lo que esta considera que es la verdad absoluta.

Fuente: Diario 16 (Perú). 06 de septiembre del 2012.