Estado
Por: Eduardo Dargent (Politólogo)
Hace un par de semanas, al comentar la intervención en La Parada, resalté los problemas que tiene el Estado peruano para imponer su autoridad, especialmente en zonas donde existen grupos sociales con recursos para enfrentarlo. Si bien este es un aspecto central, hay muchos otros temas y preguntas que deberíamos explorar si queremos entender mejor las causas de la debilidad y fortaleza de nuestro Estado.
Por mencionar algunas, ¿qué explica el alto grado de profesionalismo de algunas áreas del Estado frente a la debilidad de otras? ¿Por qué los diversos intentos de reforma de pensiones militares o del empleo público suelen terminar en fracasos? ¿Y por qué ciertas municipalidades ejecutan mejor su presupuesto mientras otras mantienen niveles bajos de gasto? ¿Qué influencia tienen las empresas mineras en las oficinas del Ministerio de Energía y Minas? ¿Y qué capacidad de fiscalización tiene dicho ministerio en las áreas de extracción minera, tanto en concesiones legales como en zonas ilegales? ¿Qué sabemos sobre la burocracia en el Perú?
Estas preguntas, entre muchas otras, deberían estar en el centro de nuestras preocupaciones académicas y políticas. Podemos aprender muchos de estos contrastes, carencias y reformas fallidas. ¿Podemos identificar patrones en algunos de los temas señalados? ¿Cuáles son las mejores estrategias al acometer reformas? Y, sin embargo, el Estado, omnipresente en la discusión cotidiana, está ausente tanto en la academia como en los debates políticos. Los burócratas y tecnócratas están más preocupados en lidiar con el día a día que en entender a la bestia. En eso todos somos un poco culpables. Siempre hablamos del Estado, pero nos falta mucho para conocerlo y entenderlo en profundidad.
¿Por qué debería importarnos esta ausencia? Pues por diversas razones. La débil capacidad del Estado se ha asociado a la baja gobernabilidad democrática y poca legitimidad de nuestros representantes. Del mismo modo, incumplir con funciones básicas, como seguridad, salud o educación, incrementa la frustración de la ciudadanía. Igualmente, sin oficinas estatales capaces de hacer cumplir la ley, esta se convierte en un saludo a la bandera; y el Estado de derecho, en una promesa incumplida. Agencias estatales débiles, además, son incapaces de conducir reformas de largo aliento.
Diferentes declaraciones en meses recientes apuntan a que muy diversos actores han llegado a un cierto consenso que habría que aprovechar: si queremos romper con los límites al desarrollo que enfrenta hoy el Perú, requerimos de una profunda mirada y transformación del Estado. No un cambio que nos lleve a un Estado más grande, pero sí a uno más eficaz. Esta es una lección importante que dejan los procesos de reforma de los noventa, resaltada por el propio Francis Fukuyama. En diversos países los reformadores del ajuste fueron muy buenos para destruir varias cosas malas del viejo Estado, pero también acabaron con aspectos positivos. Dejaron, además, un legado bastante negativo: celebraron su éxito al reducir el Estado, asumiendo que era la causa de diversos problemas, pero no pusieron igual énfasis en construir un Estado capaz. Pasó en África, pasó en el Perú.
Hoy es evidente que el problema en muchos ámbitos no era el Estado y que necesitamos un mejor Estado. Lo dice bien Alberto Vergara en un trabajo reciente (Alternancia sin Alternativa; Revista Argumentos, IEP): “En el Perú, los liberales del mercado han mandado sin contrapesos, y hace un buen tiempo que hace falta un liberalismo del Estado. Al solitario Adam Smith debe acompañarlo Max Weber”. Análisis y reforma, entonces, deberían ir de la mano. Académicos, políticos y burócratas tenemos mucho que aprender unos de otros en este esfuerzo por entender y mejorar al Estado en el Perú.
Fuente: Diario 16 (Perú). 11 de noviembre del 2012.
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