domingo, 27 de mayo de 2012

Las ciencias políticas y los imperativos predictivos en las ciencias sociales.


¿Por qué la ciencia política no previó los cambios en el mundo árabe?

Farid Kahhat (Internacionalista)


En un ensayo publicado en abril de 2010, el novelista egipcio Ala Al Aswany decía lo siguiente sobre su país: “la situación puede explotar con fuerza en cualquier momento”. Al igual que los politicólogos, Al Aswany no estaba en condiciones de predecir ni el cuándo ni el cómo de ese eventual estallido. Pero a diferencia de los politicólogos (que suelen centrar su atención en los actores políticos formales y los incentivos que provee el entramado institucional bajo el cual tiene lugar su interacción), Al Aswany creía haber identificado un magma social en ebullición, con consecuencias políticas previsibles: tarde o temprano, aquel habría de producir una erupción volcánica que podría poner fin a un orden autoritario que hasta la víspera parecía esculpido en piedra.
El carácter fortuito de los hechos que operaron como detonante en cada uno de los estallidos ulteriores (V., la inmolación a lo bonzo de un vendedor de frutas en Túnez, el trato vejatorio de las autoridades contra unos escolares por pintar grafitis en Siria, una marcha de los familiares de presos fallecidos durante un motín carcelario en Libia, etc.), sugieren que Al Aswany tenía razón. Sugiere lo mismo el que se replicara en otros países la experiencia que operó como detonante en Túnez (V., individuos que se prendían fuego en lugares públicos), sin producir resultados similares. Parafraseando la metáfora leninista, en ausencia de un trasfondo social que fungiera de combustible, una chispa no bastaba para incendiar la pradera. Aunque de modo implícito antes que explícito, y desde el ensayo antes que desde la investigación académica, Al Aswany sugiere una perspectiva de lo político cercana a la que postulaba Samuel Huntington en su crítica a la teoría de la modernización. Así, mientras esa teoría preveía sinergias entre las distintas facetas del proceso de modernización, Huntington observó que niveles ascendentes de desarrollo económico y social tendían a producir golpes de Estado y revoluciones (entre otras formas de inestabilidad política), antes que una transición pausada hacia la democracia representativa. Y su explicación de esa paradoja era la distancia que existe entre las expectativas de una población que alcanza cierto grado de movilización, educación y medios económicos, y un sistema político que no ofrece canales institucionalizados de participación. Si añadimos el denominado “Capitalismo de amigotes” (en donde las conexiones políticas son la principal explicación de las utilidades empresariales), esa podría ser una buena descripción de lo que aconteció en Túnez y, en menor medida, en Egipto, países cuyos índices de desarrollo humano se elevaron en un  30 y un 28% respectivamente entre 1990 y 2010. Precisamente por eso Francis Fukuyama reivindica la perspectiva de Huntington por oposición a la evolución posterior de la ciencia política. Según él, “Huntington fue uno de los últimos estudiosos de las ciencias sociales que intentó entender los vínculos entre los cambios políticos, económicos y sociales de forma global”.
Ahora bien, podrían esgrimirse varios argumentos para explicar por qué los politicólogos no pudieron prever los cambios en curso en el mundo árabe. Un primer argumento es que quienes creen que las ciencias sociales deberían ser capaces de predecir y controlar la evolución de su objeto de estudio, no entienden las diferencias entre el objeto estudio de las ciencias sociales y el de las ciencias naturales (por ejemplo, a diferencia de los insectos que estudian los entomólogos, las personas son capaces de comprender las teorías que pretenden explicar su conducta, y de modificar su conducta en respuesta a su comprensión de esas teorías). Peor aún, tienen una comprensión errada de las ciencias naturales: la astronomía, por ejemplo, tiene una gran capacidad predictiva, pero no tiene mayor capacidad para influir sobre los cuerpos celestes que constituyen su objeto de estudio. Y la teoría de Darwin explica la evolución de las especies, pero no hace mayores predicciones sobre su derrotero futuro. No en vano quienes creen lo contrario están en buena compañía cuando yerran: la mayoría de los politicólogos no pudo prever los cambios en el mundo árabe, de la misma manera en que la mayoría de los académicos en economía (la ciencia social que más ha avanzado en el propósito de emular a las ciencias naturales), no pudo prever la “Gran Recesión” de 2008.
A su vez, quienes dentro de la ciencia política creen que las ciencias sociales deberían aspirar a tener una capacidad predictiva, podrían alegar que las explicaciones de las revueltas basadas en variables estructurales casi siempre lo hacen de manera post hoc (es decir, después de ocurridos los hechos). Suelen por ello padecer de un “sesgo retrospectivo”, lo cual implica que pueden construir explicaciones que parecen calzar los hechos ya conocidos, pero que no tienen mayor capacidad predictiva. Y aunque la predicción de Al Aswany fuera acertada, en ausencia de una explicación rigurosa sobre la razón por la que una determinada secuencia de eventos es considerada necesaria, podría tratarse de una coincidencia tan afortunada como espuria.
Fuente: América Economía. 25 de mayo del 2012.

Julio Cotler y su contribución al conocimiento de las ciencias sociales en América Latina.



Cotler

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

El viernes último, la Latin American Studies Association, asociación de académicos enfocados en América Latina, entregó su prestigioso premio Kaltman Silverta a Julio Cotler por su contribución “al conocimiento de las ciencias sociales en América Latina”. En su discurso de aceptación, Cotler realizó un fascinante repaso de su trayectoria, resaltando cómo distintos eventos sociales y políticos marcaron su desarrollo intelectual y sus posiciones políticas.

Fue muy emocionante escuchar estas reflexiones, así como ver el cariño y admiración de diversas generaciones de estudiosos de la región presentes en el auditorio. Cotler narró, por ejemplo, cómo desde sus tiempos de estudiante en un contexto radicalizado, una serie de eventos lo fueron vacunando contra promesas autoritarias de cambio social y de culto a la personalidad, desde los excesos del totalitarismo soviético hasta los abusos de caudillismos y gobiernos autoritarios de toda laya en América Latina. Estas experiencias lo llevaron hacia el liberalismo y la valoración de la democracia como régimen político.

Asimismo, discutió cómo sus estudios doctorales en Francia lo expusieron a diversas aproximaciones teóricas que buscaban entender un mundo en vertiginoso cambio social, así como a ardientes debates sobre el fin del colonialismo y la guerra fría. Tras graduarse como doctor en sociología en los sesenta, Cotler participa en una serie de proyectos en Estados Unidos y Europa que investigaban la política en sociedades en desarrollo. Nos contó cómo su exposición a aproximaciones teóricas diversas –como las teorías de la modernización y la dependencia– fue marcando su visión de estos procesos.

Con este bagaje, Cotler retorna al Perú en los sesenta para iniciar, desde el Instituto de Estudios Peruanos, una serie de investigaciones sobre los cambios y continuidades de un país en ebullición. De este periodo nos quedan algunos trabajos fundamentales que años después servirían como base para Clases, Estado y Nación, su principal texto. Exiliado por el gobierno militar debido a sus críticas al proyecto modernizador autoritario de Velasco, se vincula por esos años con los estudios sobre régimen político y transición democrática en América Latina.

Años después, regresa al país y presencia la debacle del Perú en los ochenta. Las críticas a las élites políticas de esos años en su discurso fueron demoledoras, resaltando cómo tanta irresponsabilidad fue una de las causas del fujimorismo. Concluyó discutiendo la situación actual del país, comentando algunos cambios que considera positivos, pero alertando sobre los enormes costos y riesgos de nuestra debilidad estatal e institucional.

Personalmente, recojo tres facetas de la vida y obra de Cotler que se celebraron ese día. Primero, se aplaudió al intelectual que está por encima de posiciones ideológicas o analíticas fáciles, posiciones que explican todo y no cuestionan sus propios límites. La obra académica de Cotler, así como sus opiniones públicas, no ha seguido modas, sino que siempre ha estado en diálogo permanente con nuevas teorías y con la realidad, aprendiendo y revisando sus ideas.

Segundo, celebramos al académico cosmopolita que se vinculó a comunidades de estudio del mundo y en cuya obra sitúa al caso peruano en un contexto amplio para así poder entender mejor las particularidades de su país. Al vincularse a debates que en ese momento atravesaban el mundo y comparar el caso peruano con países como México, Argentina y Venezuela, logró resaltar diversos aspectos que hacen al Perú un caso interesante de estudio.

Finalmente, se celebró a un demócrata. Julio Cotler ha sido una de las pocas referencias de coherencia democrática para muchos de mi generación. No se dejó seducir por autoritarismos de ningún tipo, ni por promesas de cambio acelerado que sacrificaban la libertad, ni por mesías iluminados. Su denuncia a los costos de estos proyectos autoritarios y excluyentes ha marcado su actividad pública en las últimas décadas. Es esta desconfianza del poder y la búsqueda de límites claros a la acción del Estado, bases de la tradición política e intelectual del liberalismo clásico, las que hacen a Cotler un demócrata consecuente en un país donde no abundan. Por todas estas razones, un merecido reconocimiento.

Fuente: Diario 16 (Perú). 27-05-12

Recomendado:

Julio Cotler y la visión de un país marcado por la continuidad de prácticas coloniales, excluyentes y discriminadoras. Martín Tanaka.



domingo, 20 de mayo de 2012

Intelectuales y política. Carlos Fuentes, intelectual comprometido y generación en extinción.


Carlos Fuentes (1928-2012)

Por: Martín Tanaka (Politólogo)


Nos dejó el notable escritor mexicano Carlos Fuentes, y sobre su legado se han escrito muchas cosas en todo el mundo; obviamente, se ha resaltado el enorme valor de su producción literaria. Aquí yo quisiera comentar algo sobre el Fuentes ensayista político, e intelectual comprometido.
El padre de Fuentes era diplomático, y creció en Buenos Aires, Santiago, Washington D.C., y por supuesto, en Ciudad de México. Creció en un mundo en el que las políticas del New Deal de Franklin D. Roosevelt salvaron a los Estados Unidos y en gran medida al capitalismo mundial, sentaron las bases de los Estados de bienestar y construyeron la legitimidad con la que se enfrentó al fascismo en la segunda guerra mundial. En esos años, el populismo de Lázaro Cárdenas en México intentaba combinar la modernización, el desarrollo económico y la integración social, y abría las puertas del país a los españoles perseguidos por el franquismo, que nutrieron el cosmopolitismo de sus élites y sentaron las bases para las políticas internacionales solidarias con causas progresistas que lo han caracterizado históricamente.
Estas experiencias resultan decisivas para entender al Fuentes ensayista político: identificado con un progresismo liberal y democrático, que entendió América Latina como parte de Iberoamérica, que definió nuestra identidad como la mezcla de nuestra historia y tradiciones más antiguas y míticas, y nuestro componente moderno y occidental (cuestión que se muestra elocuentemente en su novelística), heredado de España, que a su vez es una mezcla de herencias cristianas, árabes y judías, de donde vienen también tradiciones de pensamiento que alimentaron la doctrina de los derechos humanos y el liberalismo. La nuestra sería “una cultura más moderna mientras más arraigada en la tradición” (de lectura especialmente relevante resultan El espejo enterrado, de 1992 y En esto creo, de 2002). Pero no se trata solamente de sus textos. El prestigio literario de Fuentes le permitió convertirse en un actor político en sí mismo, puente entre los políticos latinoamericanos y españoles y europeos dentro del mundo socialdemócrata, y entre Cuba, México, y los Estados Unidos.
Muchos comentaristas han señalado, con acierto, que Fuentes era prácticamente el último representante de una especie en extinción, un producto del siglo XX. El escritor comprometido con ideas claras sobre el rumbo que el mundo debía tomar, y que aconsejaba a Fidel Castro, Felipe González, François Mitterrand, Julio M. Sanguinetti, Ricardo Lagos, Bill Clinton, Massimo D’Alema, o Juan Manuel Santos. Hoy, los escritores no son intelectuales, los políticos ni leen ni admiran a los escritores, la ciudadanía no encumbra a los intelectuales como “conciencia moral” del país. Sus dudas respecto al mundo actual y al futuro quedaron recogidas en el libro El siglo que despierta (2012) donde señala que vivimos “un momento de cambio llamativo, de muchas cosas que yo no entiendo. No entiendo hacia dónde va todo”. Tareas para las nuevas generaciones.
Fuente: Diario La República (Perú). 20 de mayo del 2012.

jueves, 17 de mayo de 2012

Debilidad institucional y éxito macroecónomico del Estado peruano. Relación entre la economía y la imagen presidencial.


Una Paradoja Peruana
Por: Steven Levitsky (Politólogo estadounidense)
En casi todo el mundo, existe una fuerte relación entre la economía y la imagen del gobierno.  En los Estados Unidos, la imagen presidencial sube y baja de una manera casi mecánica con el ritmo de la economía.  En Brasil, Lula terminó su presidencia con amplia popularidad gracias al crecimiento más alto en décadas.   En Argentina, Cristina Kirchner estuvo en el piso durante la recesión de 2009, pero se recuperó gracias al boom de 2010-2011.
En el Perú, sin embargo, no parece existir una relación entre la economía y la imagen del presidente.  En la última década, la tasa del crecimiento peruano ha sido uno de los más altos del mundo, pero los presidentes Toledo y García eran dos de los presidentes menos populares de América Latina.  Aunque el crecimiento del PBI peruano a veces duplicaba el de Brasil y  Chile, la imagen de Toledo y García no llegó ni a la mitad de Lula, Dilma, Lagos, o Bachelet.  Este patrón parece repetirse con Humala.  La economía no está mal. Pero el descenso de Humala ya empezó, sobre todo entre los sectores más pobres.
¿Cómo se explica la baja popularidad de los presidentes peruanos, a pesar del boom económico? En sectores de la derecha se escuchan explicaciones culturales y hasta racistas.   Se dice que los peruanos —sobre todo, los del interior— son ignorantes, irracionales, y envidiosos.  Que les falta oxígeno.  O —como dijo el Presidente García— que les faltan sol y sangre negra.   
Según la izquierda, el crecimiento se ha concentrado en ciertos sectores, dejando muchos afuera. Y a diferencia de Argentina, Brasil y Chile, los recursos generados por el crecimiento no han sido invertidos seriamente en políticas sociales redistributivas.  Este argumento es cierto, pero solo hasta un punto.   La gran mayoría de los peruanos aumentaron sus ingresos en los últimos años, pero la mayoría de esa mayoría sigue siendo anti-gobierno.    
Para mí, dos factores explican la brecha entre el crecimiento y la imagen de los gobiernos peruanos.  Primero, por varias razones (entre ellos, el colapso de los partidos), los peruanos tuvieron que elegir el mal menor en las últimas tres elecciones.   Toledo no era muy querido en 2001, pero enfrentó a García, que era menos querido que él.  García ganó en el 2006 porque enfrentó a un candidato más espantoso que él (Humala).  Y en 2011, Humala ganó la clásica “Cáncer-Sida” porque fue menos repugnante que Keiko Fujimori.  Pero ser el menos repugnante no es un mandato electoral.   Mientras los triunfos de Obama, Uribe, Lula, y Morales generaron entusiasmo, los de Toledo, García, y Humala generaron poco más que resignación.  Desde el comienzo, eran presidentes poco queridos.
La segunda —y más importante— causa de la brecha entre la economía y la imagen presidencial es la debilidad del estado.  El Perú tiene uno de los estados más disfuncionales de América Latina.  Muchas instituciones estatales no funcionan, y en algunas zonas, ni siquiera existen.  En muchas partes del interior, los servicios públicos (educación, salud, agua potable, infraestructura) no llegan, y si llegan, son plagados por la corrupción y la ineficiencia.  Los gobiernos locales y regionales carecen de un mínimo de capacidad administrativa. Y la seguridad y la justicia —funciones básicas del estado— no son ni mínimamente garantizados.
Donde el estado es débil, es muy difícil gobernar bien. Las políticas sociales, educativas, o de seguridad lanzados por el gobierno son difíciles de implementar porque los agentes del estado —burócratas, maestros, policías— no cumplen con sus directivas.  A algunos le falta capacidad.  Otros carecen de recursos.  Otros son corruptos y el estado no puede controlarlos.  Cuando la debilidad institucional impide que las leyes se cumplan y las políticas nacionales se implementen, aun los gobiernos mejores intencionados fracasan.
La debilidad del estado debilita a los gobiernos de varias maneras.  Primero, genera crisis. Se aumenta la probabilidad de estallidos sociales, episodios de violencia, rebrotes de grupos subversivos, o de accidentes trágicos.  Donde el estado funciona, como en Chile o Uruguay, hay menos Arequipazos, Ilaves, Andahuaylazos, Baguas, Congas, y Kepashiatos.  Las crisis desgastan.   Cuando surgen, los gobiernos y los ministros de turno pagan un precio político enorme.  Así es la democracia.  Pero cuando la democracia coexiste con un estado débil, las crisis son mucho mas frecuentes, y como consecuencia, los gobiernos sufren más desgaste.

Pero no es solo la crisis que desgasta.  Un estado débil genera desgaste todos los días, sobre todo entre la gente de bajos ingresos.  Los ricos pueden evitar el contacto con el estado: tienen seguridad privada, médicos privados, y abogados privados. Estudian en colegios privados y se disfrutan en playas y clubes privados.  Pero la gente más pobre tiene que lidiar todos los días con un estado disfuncional: los malos colegios; el polvo de la calle sin pavimentar; las largas colas en la clínica; la oficina que no atiende; el policía corrupto; la inseguridad.  Y son problemas que no desaparecen con el crecimiento económico.  El sueldo puede subir de 300 a 600 soles, pero si los niños siguen enfermándose por el polvo o el agua, la cola en la clínica sigue siendo larga, los burócratas siguen siendo corruptos e indiferentes, y la calle sigue siendo peligrosa, la calidad de la vida cotidiana cambia poco.   Desde esta perspectiva, no hay que apelar a la ignorancia, la irracionalidad, la raza andina, o la falta de sol para explicar el descontento en el contexto del boom económico. Sin un estado mínimamente capaz, los gobiernos se desgastan rápidamente.
Poco después de asumir, el Presidente Humala declaró que la “verdadera revolución” sería “llevar el estado al interior del país,” para que el estado “no solamente resuelva el problema del 30% de la población, sino del 100% de la población.”  Tuvo razón.  Pero fortalecer el estado es una tarea ardua y lenta (y menos divertida que Gene Simmons).   Requiere recursos, tiempo, y mucha entrega.  García no tenía ganas de hacerlo.  Humala parecía tenerlas cuando asumió.   Si las pierde, es probable que termine como sus antecesores: poco querido, a pesar de sus éxitos macroeconómicos.  
Fuente: Diario La República (Perú).  13 de mayo del 2012.

lunes, 14 de mayo de 2012

El Estado Burocrático de los ochentas y el Estado Neoliberal de los noventas.



Estado

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

En las últimas semanas se han acumulado noticias referidas a la debilidad del Estado peruano. En el sector pesquero una viceministra técnica tiene el coraje de enfrentarse a lobbies vinculados a la pesca de la merluza y presentar su renuncia. Esta denuncia pública muestra un ministerio precario, con oficinas que carecen de capacidad técnica y funcionarios poco calificados en puestos clave. En otro país, el Congreso o la Fiscalía ya estarían investigando el tema y tendrían al ministerio patas arriba, pero aquí brillan por su ausencia.

El gobierno muestra sus limitaciones en el VRAE. El ministerio de Energía y Minas cede frente a mineros informales, quienes controlan amplias zonas del territorio. Los choferes de transporte público acumulan papeletas impunemente. Todos estos fenómenos muestran la debilidad de distintas dependencias del Estado, subordinadas, ignoradas o apabulladas por intereses privados y políticos.

En los ochenta conocimos los excesos de un Estado burocrático. Empresas públicas en quiebra eran utilizadas como agencias de empleo. Obras monumentales se construían sin presupuestos técnicos. Una regulación excesiva resultaba funcional a funcionarios corruptos, encargados de otorgar licencias para todo tipo de actividades.

Se dijo en los noventa que se reduciría el Estado para hacerlo más fuerte. Pero quienes realizaron las reformas, tal vez por su ideología antiestatista, fueron mucho mejores demoliendo que construyendo. Había mucho que destruir, por supuesto, pero el mayor reto era poner las bases para un Estado diferente. Claro, es difícil que quienes no creen en el Estado puedan reformarlo. Se despidieron a burócratas pero no se reformó la burocracia. Se crearon islas de eficiencia pero no se adoptaron criterios meritocráticos de selección de personal. Tampoco se crearon instancias capaces de regular con agilidad suficiente el creciente poder de la empresa privada. Y tal vez haya menos margen para la corrupción menuda de licencias y sellos, pero varios escándalos muestran que todavía queda amplio espacio para la gran corrupción de privatizaciones, concesiones y obras públicas.

No creo que este Estado débil sea, como señalan algunos, una consecuencia del modelo económico. El Estado neoliberal actual tiene grandes continuidades con el Estado interventor de los ochenta. Es el mismo Estado débil, incapaz de regular eficientemente actividades ilegales como el narcotráfico, contrabando y terrorismo, y los intereses privados. Algunas islas de eficiencia se salvan, pero son la excepción. Esto es un enorme obstáculo para cualquier gobierno, pues más allá de las buenas o malas intenciones, dificulta la implementación de cualquier tipo de políticas públicas. Y parece ser que este gobierno, como los anteriores, tampoco tiene ideas claras sobre cómo enfrentar el problema.

PD: Toda mi solidaridad con Gastón Garatea, un ser humano excepcional. Indigna ver una institución que sanciona injustamente a uno de sus mejores soldados, mientras que arrastra los pies o calla frente a eventos abominables.

Fuente: Diario 16 (Perú). 13 de mayo del 2012.

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jueves, 10 de mayo de 2012

Debate sobre el voto voluntario en el Perú. Legitimidad, ausentismo y presupuestos.


Preguntas obligatorias sobre el voto voluntario

Por: Fernando Tuesta Soldevilla (Sociólogo)


Es sabido que el voto, a través de los procesos electorales, constituye una parte sustancial del armazón del sistema democrático. De él depende, el nacimiento de su representación y es el único medio que permite la legalidad y legitimidad de origen de los gobiernos y parlamentos. 
Es oportuno recordarlo, ahora que se ha vuelto a plantear el debate en relación al voto voluntario. Es cierto, sin embargo, que discutir si el voto es un derecho y/o un deber no ha llevado a conclusiones absolutas. La literatura especializada muestra formulaciones en distintos sentidos. Hay, de otro lado, un argumento más bien pragmático que considera que con el voto voluntario sólo participarían los interesados, por lo que la calidad de los representantes, mejoraría. Esta afirmación, no está probada. Por ejemplo, no es claro que los representantes de los países en los que se aplica el voto voluntario son de mayor calidad que los de aquellos países en donde existe voto obligatorio.
En nuestro país existe históricamente el voto obligatorio, por lo que un cambio de esa condición, requiere responder un conjunto de preguntas, para que la mejor decisión, sea la más adecuada.
Por ejemplo, vale la pena preguntarse, ¿el descenso en la participación electoral sería un problema para nuestra estabilidad democrática? ¿Quiénes serán los primeros en no votar, los ricos, los pobres, las clases medias; en la urbe, en el campo; los jóvenes, las mujeres, los analfabetos? ¿Todo esto importa? ¿Tiene algún impacto sustancial? Si la respuesta es no, la defensa del voto obligatorio no tiene sentido y se muestra débil.
Pero no hay duda que el voto voluntario mostrará una declinación de la participación electoral, como ha sucedido en donde se ha producido ese cambio. Esto se manifestará, de manera más pronunciada, en estos tiempos de rechazo de la ciudadanía al sistema político. El efecto será mayor en elecciones subnacionales (municipales o regionales), en donde las tasas de participación son menores. Es altamente probable que importantes sectores rurales y pobres se desconecten de la casi única participación política que practican.
Otro tema es la legitimidad. En nuestro país se considera que una alta votación y una alta participación dota de una mayor legitimidad al elegido. A la inversa, funciona también lo contrario. Si eso es así, con voto voluntario, con seguridad tendríamos representantes cuya elección sería cuestionada, particularmente por los perdedores, erosionando la necesaria legitimidad que tan sólo la deben dar las reglas de juego de la competencia y elecciones limpias y transparentes.
Por lo demás, en el diseño organizativo peruano, el éxito de la jornada electoral se asienta en la participación de los ciudadanos, que sorteados como miembros de mesa, ejercen una función capital en el proceso electoral. Entre titulares y suplentes superan el medio millón. Siendo un trabajo sacrificado, que pocos quieren realizar, la legislación no ampara una retribución económica, como sucede en países como Argentina.
En consecuencia, el voto voluntario sería el camino directo a un ausentismo alto de los miembros de mesa, que ocasionaría la no apertura del acto eleccionario, con el consiguiente descrédito del proceso electoral. Se tendría, por lo tanto, que rediseñar la composición de los miembros de mesa, con empleados públicos, como en Colombia. Sin embargo, con una tradición de desconfianza hacia ellos, su aplicación sería difícil en el Perú. El costo se trasladaría al Estado.
De otro lado, en el Perú las multas solventan parte significativa de los presupuestos de los organismos electorales. Es así de perverso el sistema, pero es lo que existe. A ello hay que agregar el costo de la campaña para votar -que en los sistemas de voto voluntario se requiere- y el costo del desperdicio del material electoral, que es inevitable.
Es decir, alto costo al fisco, que si bien no debe ser el origen de una decisión, no se tiene por qué no conocerse. En fin, preguntas claves, pero necesarias para tomar una decisión que los países asumen pocas veces en su historia.
Fuente: Diario La República (Perú).  10 de mayo del 2012.
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domingo, 6 de mayo de 2012

La Derecha peruana y el uso descalificador de la palabra "Caviar".



¿Qué es ser un caviar?

Por: Pablo Quintanilla (Filósofo)

La palabra caviar fue acuñada a principios de los ochenta en Francia, durante el gobierno de François Mitterrand, básicamente por los sindicalistas y comunistas franceses. Estos veían con cierta sospecha e incomodidad —y probablemente con algo de envidia— que un grupo de entonces jóvenes intelectuales, con muy buena formación universitaria y de procedencia burguesa, tuviera el atrevimiento de considerarse de izquierda, algo que, según los comunistas, solo ellos podrían ser: gente del pueblo trabajador. Para el determinismo histórico de la ortodoxia marxista, “el ser social determina la conciencia social”, con lo cual resulta inauténtico que se considere de izquierda a alguien que no pertenece al proletariado. Un joven y fino intelectual de izquierda sería un bobó, contracción de bourgeois-bohème, o un caviar.


La palabra caviar fue acuñada a principios de los ochenta en Francia, durante el gobierno de François Mitterrand, básicamente por los sindicalistas y comunistas franceses.


A esos intelectuales se les acusaba de atribuirse a sí mismos una mayor conciencia política o responsabilidad social, dada su formación intelectual, y un cierto, aunque nunca reconocido, desdén por el proletariado poco educado. Algunos de estos célebres caviares, egresados del exclusivo colegio Henri IV de París, fueron ministros de Mitterrand, como Laurent Fabius, Jacques Lang y el ahora célebre Dominique Strauss Kahn. Es interesante que la acusación de caviar procediera de una ultraizquierda poco sofisticada intelectualmente y celosa de la preparación intelectual de los supuestos caviares. Más interesante aún es que el calificativo de caviar presuponga, de parte de quien lo emplea, una concepción marxista ortodoxa de la historia según la cual hay incompatibilidad entre proceder de los sectores burgueses y tener un pensamiento progresista.

En el caso peruano, quienes usan el término caviar, además de evidenciar poca creatividad y desconocimiento del origen de la palabra, también son ultras, aunque del lado opuesto del espectro político, y envidian una preparación intelectual que ciertamente no tienen y quisieran tener. Se mantiene el uso francés descalificador que sugiere cierta absurda incompatibilidad entre ser de origen burgués y considerarse progresista. Debo confesar que el término caviar siempre me ha parecido frívolo y esnob, o sea bobó. En el Perú solo lo he escuchado en boca de pequeños burgueses fundamentalistas poco cultivados y con apenas algunas lecturas en su haber. Lo he leído en personas que, o no han pasado por ninguna universidad de prestigio, o lo han hecho a trompicones, salvándose de ser expulsados de ellas gracias al azar o a la mala suerte. Esto último puede ser demostrado empíricamente.

En el contexto francés el término sugiere incompatibilidad entre ser burgués y tener convicciones políticas de izquierda; en el caso peruano esa connotación también está presente, pero no parece lo principal. De hecho, muchos de quienes son acusados de caviares son de clase media, pero los hay también de extracción popular. Quienes usan el término en el Perú lo emplean sobre todo de manera ideológica y aludiendo a una supuesta inconsistencia existencial: se califica a alguien de caviar si tiene opiniones de izquierda pero vive con cierta comodidad; por ejemplo, si tiene una casa, un auto y manda a sus hijos a un colegio privado. Es evidente que aquí no hay incompatibilidad de ningún tipo, lo que hay es solo supervivencia, pero me parece que en el Perú el solo uso de la palabra implica cierta mauvaise foi, en el sentido habitual y en el sartreano: mala intención y autoengaño.  

En algunos casos, con el término caviar se alude a quienes tuvieron un pasado marxista y ahora trabajan en ONG, intentando construir instituciones, aliviar en algo la pobreza del país o defender la democracia y los derechos humanos. Me pregunto cuál es el problema con ello. Debería haber más gente cuyo trabajo tenga esos objetivos, independientemente de su ideología política y de su pasado. También se suele utilizar la palabra para calificar a aquellos que supuestamente “se enriquecen” trabajando en instituciones sociales o defendiendo los derechos humanos. Debo confesar que me parece impensable que alguien pueda enriquecerse de esa manera, sabiendo cuáles son los salarios habituales en esas instituciones. Más fácil sería enriquecerse vendiendo la línea editorial de un diario al mejor postor, decidir convertirlo en un medio de prensa de entretenimiento o, simplemente, alquilar el lapicero que uno usa, con mano y todo. 


Dado que es absurdo censurar a alguien por trabajar en lo que él o ella considera que es el bien del país. Sospecho que lo que en verdad se reprocha cuando se acusa a alguien de caviar es otra cosa. En el imaginario de los nuevos talibanes peruanos, es caviar quien no está satisfecho con que el mercado lo regule todo y cree que el Estado debe tener algún tipo de responsabilidad en que la sociedad sea algo más justa. Es caviar quien osa cuestionar algún rasgo de la sociedad capitalista y sospecha que Occidente tiene cierta responsabilidad en la pobreza del tercer mundo. Es caviar quien ha leído los libros prohibidos escritos por Marx o Mariátegui, incluso si lo ha hecho para cultivarse, para cuestionarlos o, simplemente, para saber por qué son tan peligrosos. Es caviar quien no se resigna a que el mundo sea un sitio doloroso, inhóspito y absurdo para mucha gente, mientras que para otros es un ridículo y aburrido parque de diversiones.

hoy día son liberales que piensan que lo único que debe estar en manos del Estado son las Fuerzas Armadas, pues todo lo demás debe ser privado. Conozco a alguien que piensa que se debe privatizar Machu Picchu para construir al lado de este un parque temático.

Para ciertos sectores sociales y políticos del Perú, quien no cree que la privatización absoluta resolverá todos los problemas del país está al borde del delirio, es un tonto o un caviar, de la misma manera como en los setenta quien no era marxista era un despreciable enemigo del pueblo. Si uno piensa que el Perú tiene demasiadas diferencias de partida como para que el liberalismo funcione bien sin suficiente presencia del Estado, o si uno cree que el desarrollo no se logra solamente con crecimiento económico, casi debe pedir disculpas ante quienes han convertido al mercado en un templo de adoración del dinero. Estos talibanes criollos son económicamente pero no intelectualmente liberales, es decir, no aceptan realmente la libertad de pensamiento. Son tan sectarios como Stalin, Mao, G. W. Bush o el doctor Goebbels.

Estos talibanes criollos son económicamente pero no intelectualmente liberales, es decir, no aceptan realmente la libertad de pensamiento. Son tan sectarios como Stalin, Mao, G. W. Bush o el doctor Goebbels.


Percibo en el Perú, por tanto, una nueva invasión bárbara, semejante a aquellas que tuvieron que soportar en diversos momentos de la historia distintos epicentros culturales cuando se vieron obligados a protegerse de oleadas de desinformados truhanes, enemigos de la vida intelectual por falta de comprensión de ella. Esta asonada bárbara es el producto de una triple alianza: el más inculto sector de la derecha política, un grupo de periodistas mercenarios que tiene una larga historia de recibir salario de la mafia, y una facción ideológica ultraconservadora. De esta última podría considerar la posibilidad de que actúe con buena intención, pero no tengo dudas de que es intelectualmente menesterosa.

Si es un caviar aquel que, teniendo buena educación y posición económica, piensa que el Perú tiene estructuras sociales injustas que deben ser reformadas desde el Estado y no solamente por el mercado, supongo que el primer caviar fue Garcilaso de la Vega y otro caviar connotado habría sido Huamán Poma de Ayala, no se diga nada de Túpac Amaru, el deán Gualberto Valdivia o Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. También lo serían, algo más reciente, Ricardo Palma y Jorge Basadre, además de los hermanos Miró Quesada, ya fallecidos y, estoy seguro, deprimidos en su tumba al ver el rumbo que ha tomado lo que ellos con tanto esfuerzo construyeron. Todos ellos cometieron un terrible error: notaron que la sociedad peruana era injusta y lo denunciaron. A quienes se beneficiaban de esas injusticias eso no les gustó, pero lo aceptaron porque sabían que dicha denuncia tenía por lo menos un elemento de verdad. Ahora, sin embargo, la triple alianza arremete con desfachatez, con lo cual, para ella, casi todos los intelectuales que ha dado el país pasarían a formar parte de una gran caviarada. Según la triple alianza, es caviar quien tiene el desparpajo de sugerir que el mercado no resuelve todos los males del universo y que, de vez en cuando, el Estado tiene que intervenir, como el fantasma del padre de Hamlet, para recordarnos que algo huele mal en Cajamarca.

Es particularmente desafortunado que el nieto de uno de los más interesantes intelectuales que ha dado el país (cosa que hay que reconocerle al autor de los Siete ensayos, incluso si uno no coincide con sus posiciones políticas, como es mi caso), esté entre quienes más ha hecho por destruir el legado intelectual de su abuelo, pero no con ideas sutiles y finos argumentos, como lo haría el intelectual que murió demasiado joven, sino con atropellado ‘achoramiento’, como lo hace el periodista de envejecidas ideas. Pienso que en ese Edipo transgeneracional hay el sentimiento, verdadero, por otra parte, de que mientras el abuelo seguirá siendo estudiado internacionalmente dentro de doscientos años como un clásico de las letras peruanas, el nieto no será leído al día siguiente de que su diario cierre por coprofágica indigestión. Como el nieto no puede competir con el abuelo en el terreno de las ideas, trata de diferenciarse de él cultivando un camorrero estilo de bravucón. No es extraño que, así como los comunistas franceses envidiaran la formación intelectual de aquellos a quienes llamaban caviares, este personaje utilice el mismo calificativo para describir a los académicos que tienen una formación intelectual mayor de la que él jamás podría alcanzar.

A pesar de la furiosa arremetida de la triple alianza, el Perú está pasando por una importante transformación. Remando en contra de la corriente y navegando con viento de proa, los estratos sociales emergentes se las están arreglando, con el esfuerzo tenaz de su trabajo y el mérito de su imaginación, para educar a sus hijos y ponerlos en una mejor situación de la que ellos tuvieron, de manera que puedan competir en un partido que empieza con la cancha desnivelada y el árbitro en contra. Esta transformación se va dando pero a paso lento, porque acontece en contra de todas las políticas gubernamentales de los últimos quinientos años. Si el actual gobierno continuará esa estrategia o no, es algo aún por verse.

Debo confesar que cuando escucho la palabra caviar en su sentido político figurado (en el otro sentido casi no la escucho), inmediatamente pienso que estoy frente a una persona con muy poca preparación intelectual, bastante frívola, con un coeficiente intelectual más bien discreto y que se deja manipular por una prensa venal que se alió durante una década a la mafia más vil y corrupta que ha conocido el Perú. Nunca he escuchado el término en boca de un intelectual fino, independientemente de su posición política, solo lo he leído en la prensa amarilla o lo he escuchado en alguna reunión social en boca de personas cuya educación se reduce al mínimo para poder sobrevivir en el mercado. Jamás he oído a Mario Vargas Llosa hablar de los caviares. Durante muchos años él fue el oráculo de Apolo délfico de los liberales criollos, hasta que decidió no votar en segunda vuelta por un grupo probadamente corrupto y prefirió correr el riesgo de apoyar a un impredecible grupo de centroizquierda. Cuando eso ocurrió, inmediatamente fue catalogado de neocaviar, fue cubierto de insultos y su familia fue amenazada. No se le reconoció su derecho de opinar. Así actuaron los cazadores de caviares, en nombre de la libertad.   


No soy de izquierda y nunca lo he sido, nunca he estado inscrito en partido político alguno, aunque siempre me he considerado una combinación de socialcristiano y socialdemócrata. En la década de los ochenta, muchos de mis amigos y conocidos se consideraban de izquierda y me veían a su derecha porque yo pensaba que el mercado es el mejor regulador de la economía. Pero siempre defendí, y sigo haciéndolo, que el Estado tiene un rol pedagógico y corrector de las distorsiones que el mercado, casi inevitablemente, generará. El mercado no es perfecto y, sin duda, no es un agente moral; con frecuencia produce y mantiene situaciones inhumanas, injustas, indignas y aberrantes. Por ejemplo, si uno sobrepone el mapa minero del Perú al mapa de la pobreza descubrirá con sorpresa ingenua que las regiones que producen la riqueza minera de la que vive todo el país y que posibilita el crecimiento económico de los sectores A y B, son las zonas más empobrecidas del Perú. Esa obvia paradoja prueba que el mercado no lo resuelve todo. Si la mano invisible fuera perfecta y condujera inevitablemente al bien común, ya lo habría hecho. ¿Por qué se demora tanto? La mejor prueba de que la mano invisible no es perfecta es que la economía mundial no es perfecta. La mano invisible no es la mano de Dios, es una superposición de muchas manos humanas y, como actualmente resulta obvio, genera crisis y situaciones injustas. ¿Quién debe resolver esos problemas, si se producen? Naturalmente el Estado, que sí es o, por lo menos, debe ser un agente moral. Quienes administran el Estado nos representan y actúan en nuestro nombre. Les hemos concedido, a través de un pacto social tácito que incluye su financiamiento con nuestros impuestos, el derecho de gobernarnos, de impartir justicia, de regular la vida social y la educación, de decidir en algunos aspectos puntuales qué podemos hacer con nuestras vidas y qué no. Tenemos, por tanto, el derecho de exigirles que hagan lo indispensable para que la libertad económica no produzca perversiones. Los coyunturales administradores del Estado tienen la obligación de ocuparse en convertir a nuestra sociedad en una comunidad digna y justa, de seres humanos responsables y comprometidos moralmente.

Creo todo esto desde que tenía aproximadamente dieciséis años y conversaba sobre estos temas con mi padre frente al mar. Ahora bien, cuando yo sostenía estas tesis durante los ochenta, tenía amigos que se consideraban socialistas y que me acusaban, afectuosamente, de ser un conservador enmascarado, un derechista encubierto y, por tanto, un enemigo del pueblo. Yo nunca pensé serlo. Lo curioso, en todo caso, es que muchos de esos amigos ahora se han convertido al liberalismo económico más fundamentalista y están largamente a mi derecha. Yo no me he movido en el espectro político, pero los he visto desplazarse desde mi izquierda extrema hacia mi derecha más radical como un toro que pasa a la velocidad de un rayo al lado de un torero sin capa, el cual, atónito, observa una rapidez inesperada. Estos amigos que alguna vez defendieron honestamente la dictadura y las estatizaciones de Velasco Alvarado 

Fuente: Diario 16 (Perú). 23 de abril del 2012.

jueves, 3 de mayo de 2012

Debate sobre el liberalismo en el Perú. La derecha liberal versus la derecha dictatorial y mercantilista.



Los falsos evangelistas peruanos del liberalismo

Por: Juan Carlos Tafur

La Fundación Internacional para la Libertad que preside Mario Vargas Llosa nos invitó a Rosa María Palacios, Augusto Álvarez Rodrich y a quien escribe a hacer un análisis respecto a las intersecciones entre liberalismo y autoritarismo, que no son pocas, lamentablemente. Dado que el debate sobre el liberalismo ha recuperado protagonismo en estos días, me parece de interés publicar una versión resumida y actualizada de dicha ponencia.

Como periodista que soy, voy directo al titular: a mi juicio, el origen de esa equívoca superposición entre uno y otro radica en el convencimiento de que fue en la década de los 90, durante el fujimorato, que empezó la revolución liberal peruana y que los gobiernos sucesivos de Toledo, García y Humala han tenido por único o principal mérito el de continuar con el modelo económico allí aplicado.

Muchos se han encargado, inclusive, de tratar de vendernos la especie de que los doce años de democracia posteriores a la implosión del régimen de Fujimori no han sido sino una suerte de versión amanerada del liberalismo “puro” de los 90.

El drama del liberalismo en el Perú, en particular, radica en su confusión con las propuestas de quienes, infundadamente, son considerados vecinos ideológicos. Entre la derecha liberal y la derecha dictatorial y mercantilista habría –según esta idea– pequeños grados de separación, capaces de ser soslayados a la hora de enfrentar al gran enemigo común: la izquierda en cualquiera de sus versiones.

Un profundo error conceptual ubica a esa derecha conservadora al costado de la derecha liberal. Las aparentes semejanzas discursivas en algunos aspectos del análisis económico o político no son más que un espejismo que oculta el enorme abismo que las separa.

De paso sirve para esconder un hecho que posee un significado político monumental, como es que en la izquierda hay sectores cada vez más importantes que entienden no solo que el mercado es el mejor asignador de recursos y ya no el Estado, sino, además, que la democracia es un valor fundamental y no una simple institución epidérmica, supraestructural, para emplear el lenguaje marxista. Es más, para muchos es tan reaccionaria la derecha peruana que la aspiración a que una propuesta liberal encarne políticamente solo podría venir de la izquierda.

Entre la derecha y la izquierda liberales hay más puntos de contacto que entre la derecha liberal y esta derecha bautizada, por sus maneras y estilos, como “bruta y achorada”. Un liberal auténtico debería sentirse más afín con un izquierdista moderno que con un fujimorista autoritario, por ejemplo. Ello, lamentablemente, no sucede en nuestro país, donde supuestos liberales andan de la mano con convictos autoritarios o mercantilistas conservadores sin rubor alguno, pero comparten el mismo odio infantil hacia los progresistas liberales provenientes de la izquierda.

¿Es secundaria la democracia para un liberal? Friedrich Hayek nos ha advertido sobre los riesgos totalitarios del abuso de la democracia, pero no recuerdo texto alguno de él señalando que, por ende, la dictadura sea el camino a seguir. Por el contrario, está en la esencia del pensamiento liberal la defensa de las instituciones que permitan justamente el control del poder absoluto.

¿Es irrelevante la defensa de los derechos humanos para el liberalismo? Algunos talibanes liberales señalan que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es la piedra filosofal del intervencionismo económico. Comparto que, vista con amplitud ingenua, en ella nos asomamos a una expresión de deseos que deriva en visiones estatistas, pero un liberal no podría ni debería poner en segundo plano que finalmente los derechos humanos nos conducen a la puesta en valor del individuo sobre el Estado, del ciudadano sobre el poder merced al imperio de la ley y el Estado de derecho.

¿Carece de significado la lucha contra la corrupción en un liberal? ¿No es la corrupción, acaso, una de las formas más claras de vulneración de los derechos de propiedad y del juego del libre mercado? ¿Por qué se le tolera entonces como un daño colateral?

¿Cómo puede entonces –y así nos respondemos la inquietud inicial– siquiera pensarse que en la década de los 90 se iniciaron las reformas liberales en el Perú? Solo una grosera manipulación de los hechos o un profundo error conceptual puede llegar a sostener eso. Llámenlo como quieran, pero de liberal poco o nada hubo en dicha década. Fue un régimen liberalizador a lo sumo y solo en algunos sectores y por un tiempo limitado (el segundo fujimorismo fue, más bien, una cabal expresión de un desembozado populismo de derechas).

Es digno de un análisis histórico de las ideas cómo ha sido posible que ocurra un fenómeno de travestismo tan grande respecto de lo que defienden la derecha y la izquierda. Cuando ingresé a la universidad en el año 79, en plena guerra fría en el planeta y en los estertores de la dictadura militar en el Perú, ¿qué defendía la derecha en términos políticos? La libertad, la democracia, los derechos humanos. ¿Qué defendía la izquierda? La dictadura, la supresión de los derechos civiles, etc. ¿Qué pasó para que en 30 años sea exactamente al revés?

La derecha dejó de ser liberal, permitió que la izquierda le arrebate las banderas democráticas y se recluyó exclusivamente en la defensa de las libertades económicas. Lo peor es que ni siquiera a ello sino a la defensa de un modelo proempresarial antes que uno promercado, mercantilista antes que liberal.

Una inmensa tarea pedagógica tiene frente a sí el liberalismo peruano. En el campo de las ideas la batalla es larga y ardua. Ya no me refiero tan solo a la DBA, que creo no tiene remedio. Son las élites mejor preparadas del país las que también sufren de un error parecido. A ellas hay que dirigirse y mostrarles que el liberalismo es una apuesta no solo no jugada, sino mucho menos, fracasada (como ahora se señala en muchas partes del planeta a propósito de la crisis económica).

Nuestra historia es ejemplar en ese sentido. Los lapsos liberales son escasos, casi inexistentes. En la región, y especialmente en el Perú, el liberalismo es una tarea por llevar a cabo. Y para realizarla los liberales no pueden convivir con inquilinos a los cuales deberían combatir.

Fuente: Diario 16 (Perú). 29 de abril del 2012.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El neoliberalismo desde abajo. Productores populares y discurso anti-Estado en el Perú.


Carta desde Montreal: neo-neo liberalismo
Por: Albero Vergara (Politólogo)
En tu columna del domingo (“¿Liberalismo económico popular?”) señalas la emergencia de una práctica ultraliberal en la protesta peruana. Ciertos grupos con intereses particulares se organizan para esquivar la mano visible y fastidiosa del Estado y así seguir haciendo negocios sin las cortapisas que ella suele generar. Pescadores paiteños, cocaleros varios, madereros y mineros informales, entre otros grupos con ojeriza hacia el Estado, serían una suerte de inconsciente federación pro-laissez-faire que socava con éxito los intentos del Estado por regular ciertas actividades, consiguiendo incluso imponerle nuevo rumbo a sus políticas.   
Algo similar pensé al pasar por Bolivia: Evo Morales es, en el mismo e irónico sentido, la manifestación más exitosa de este ultraliberalismo de los de abajo. Al menos un par de sus alianzas de gobierno están mediadas por este mismo ánimo anti-Estado.
De un lado la vinculación con El Alto, ciudad tan masista como salvajemente capitalista, y donde el contrabando lleva la voz cantante; ahí no hay política pública más reivindicada ni aplaudida que la desaparición de todo control del comercio por parte del Estado. Friedman en los Andes.
Del otro lado, la relación con los cocaleros, quienes han conseguido en los últimos años que su negocio sea cada vez menos regulado: ya no hay presencia de la DEA, el gobierno elevó el número de hectáreas de coca legalmente permitidas en el país, lograron que en ciertas circunstancias sea legal la venta de hoja de coca ya prensada y, recientemente, todo apunta a que serían ellos quienes presionan para que se haga la carretera que atraviesa el parque natural Tipnis, pues esto les permitirá ampliar sus zonas de cultivo y transportar más fácilmente su producto. Para nadie es una sorpresa que en estas circunstancias la producción de coca y cocaína en Bolivia haya aumentado en los últimos años.


Desde luego, Evo Morales no es solo Presidente de Bolivia, es también el Secretario Ejecutivo de las seis federaciones de cocaleros del Chapare (zona con la mayor producción de coca en Bolivia), lo cual le da al caso boliviano un grado de excepcionalidad difícil de repetir en el Perú.
Pero los encantamientos entre Estado y ciertos intereses sociales, así como los eventuales puentes entre ellos, quedan bien dibujados.
Ahora bien, en el Perú no estamos únicamente ante un proletariado informal, piteador y alérgico al Estado; también juega su partido una suerte de burguesía informal empleadora e incluso otra bastante formal. Y si somos justos algo de este ánimo by-passeador también está presente en el gran capital y su sonrisa de lobby feroz. La desconfianza hacia el Estado y la voluntad de mangonearlo son generalizadas. Este primario, desembozado e irónico ultraliberalismo que constatas puede ser, en realidad, la toma de consciencia por parte de todo el mundo de algo más grande: que la redistribución a la peruana es un carrusel privado y sin ley.
Fuente: Diario La República (Columna de Mirko Lauer).  01 de mayo del 2012.
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