domingo, 15 de julio de 2012

Entrevista al politólogo norteamericano Steven Levitsky: “La política peruana es muy difícil de entender, mucho más que la de Argentina”.


Foto: Gianmarco Farfán Cerdan
"Humala es un novato"
Sus opiniones tienen la cualidad de provocar polémica y adhesión al mismo tiempo. Profesor titular de la Universidad de Harvard y docente visitante de la Pontificia Universidad Católica del Perú, este politólogo estadounidense es uno de los observadores más lúcidos de la política peruana. Unido a este país por cuestiones académicas y familiares, Levitsky busca promover una práctica política más tolerante y democrática. Aquí analiza el primer año de gobierno de Ollanta Humala, reflexiona sobre la falibilidad de los politólogos y revela más de un secreto personal.
Por: GHIOVANI HINOJOSA
“Se puede tener dudas de Humala, pero de Keiko tenemos pruebas”. La frase zamaqueó la cabeza de miles de peruanos acostumbrados a hablar a media voz. Eran las elecciones presidenciales del 2011 y un intelectual gringo nos enseñaba a todos a hablar sin eufemismos, como debe ser. Steven Levitsky, profesor regular de Harvard, ha vuelto a Lima para dictar un par de cursos en la Universidad Católica. Lo ubicamos en un café sanisidrino para hablar de actualidad y otros temas. Su palabra promete volver a alborotar el gallinero.
–¿Cómo está respondiendo el gobierno frente a la crisis de Conga?
–Bastante mal. Ya llevamos ocho meses de crisis y el gobierno no ha logrado apagar el fuego. La crisis, que inicialmente era local, se ha nacionalizado. El haber recurrido a la Iglesia Católica como mediadora es un acto de desesperación.
–¿Te parece una buena salida realizar un referéndum para decidir si el proyecto va?
–Elegimos gobiernos cada cinco años para solucionar los conflictos sociales. Vivimos una democracia representativa, no una democracia directa. En general, no es bueno hacer un referéndum cada vez que haya un desacuerdo. Pero podría ser que el Perú llegue a un punto de conflictividad tal que la única salida legítima sea un referéndum.
–¿Qué puede hacer el gobierno para que no lleguemos a ese extremo?
–El gobierno no ha hecho suficientes esfuerzos para negociar. A diferencia de los ochenta o noventa, hoy la administración tiene muchos recursos económicos para negociar. Se puede poner sobre la mesa la redistribución del dinero, ya sea a través de obras, pagos directos o programas sociales. El gobierno debe “comprar” lealtades y dividir a la oposición. Pero si va a Cajamarca y no ofrece nada, solo muertos, ayuda a unificar a la oposición.
–El presidente Ollanta Humala se reunió hace dos semanas con 65 alcaldes provinciales y distritales de Cajamarca para hablar de proyectos de inversión en la región.
–El gobierno tiene que empezar hablando con las cabezas. No puede ignorar al presidente regional o a las figuras con mayor capacidad de movilización de Cajamarca.
–Los protestantes anti Conga no han dejado de movilizarse a pesar de que sigue vigente el estado de emergencia, que suspende el derecho de reunión. ¿No es esto peligrosamente desafiante?
–Es lo que es. El Perú es un país muy desigual con un Estado que funciona muy mal, partidos políticos extremadamente débiles y una sociedad fragmentada. Decir solo que los manifestantes son rojos, radicales, antiperuanos es inútil. El gobierno tiene que lidiar con el Perú como está.
–Humala está por cumplir su primer año de gobierno con la lamentable cifra de 15 peruanos muertos en protestas sociales. Muy cerca de los 17 fallecidos por el mismo motivo durante el primer año de gobierno de Alan García. ¿Ollanta Humala no se está pareciendo a García?
–En cierto sentido, sí; y en cierto sentido, no. Para empezar, García tiene una capacidad política muy amplia: García habla, García explica, García negocia, teje alianzas, sabe construir y mantener el poder. Humala no muestra ninguna de estas capacidades. Yo confío en que él pueda aprenderlas. En lo que sí se está pareciendo a Alan García es en la criminalización de la protesta.
–¿Te sorprendió este tacto represivo de Humala?
–Sí. Humala está más a la derecha de lo que pensaba. Yo esperaba de él un esfuerzo para gobernar en la centroizquierda, y se ha pasado más bien a la centroderecha. Se parece mucho al gobierno de Lucio Gutiérrez, en Ecuador, que fue un populista de izquierda en la campaña y que cuando ganó se tiró abruptamente a la derecha.
–¿Cómo explicas que Ollanta Humala haya cambiado de orientación política en pocos meses? A Alan García el viraje le tomó años.
–Humala es un novato, no tiene experiencia, no tiene partido. Es un político que no debe consultar sus decisiones con una organización y que no tiene formación partidaria. Tampoco posee una red antigua de aliados. Está libre. Puede hacer lo que le dé la gana.
–¿El gobierno nacionalista se está tornando autoritario?
–No lo creo. Es cierto que la represión que ha habido en Cajamarca y Espinar es grave y atenta contra la democracia, pero a pesar de esto el régimen sigue siendo democrático. No ha atacado a la prensa, no ha atacado a la oposición, tampoco al Congreso. No me gusta mucho el estado de emergencia, pero fue legal, constitucional.
–¿Medidas como la detención de Marco Arana no son autoritarias?
–Sí, lo de Arana fue algo bruto, un autogol tremendo. Pero la práctica de detener activistas es tan común en las democracias andinas que si yo dijera que Humala es autoritario por eso también debería decir que todos los gobiernos andinos de los últimos 25 años han sido autoritarios.
–La derecha parece estar encantada hoy con Humala. ¿Crees que es así?
–Si Humala cree que los de la derecha política o mediática son sus aliados, está errado. Ellos lo están empujando a poner mano dura, pero si hay una crisis como la del ‘Baguazo’ (ojalá que no), ¿acaso lo van a respaldar? No, lo van a abandonar. No son sus aliados. Humala tiene que pensar seriamente en formar una coalición más segura.
–¿Qué papel tienen los medios de comunicación de derecha que, luego de haber lapidado a Humala en campaña, hoy lo respaldan cínicamente?
–Me parece que los medios conservadores han tenido un impacto bastante fuerte en la población. Hay un consenso de la clase media para arriba en que hay que poner mano dura en Cajamarca. La política represiva en esa región tiene mucho respaldo en Lima. La gente que hace un año me decía que Humala iba a ser Velasco, que quería sacar toda su plata del país y que, no exagero, se preguntaba si él iba a expropiar su casa en Asia, esa misma gente ahora dice que Humala va muy bien. Ayer me lo dijo un amigo de mi familia, y yo le pregunté: “¿Y los 15 muertos?”. Él me respondió: “¿Qué muertos?”.
Señores, no veo el futuro
Steven Levitsky llegó por primera vez a Lima en 1996. Vino fascinado por una mujer que años después se convertiría en su esposa, la periodista peruana Liz Mineo. Se quedó varios meses en el Perú escribiendo su tesis de doctorado. El gobierno de Alberto Fujimori empezaba a mostrar su rostro más déspota y corrupto. El Poder Judicial no era independiente, los medios estaban tomados y un asesor de inteligencia operaba desde las entrañas de Palacio. A Levitsky le fascinó este tufillo de precariedad; era un fabuloso objeto de estudio. Desde entonces, ha venido a Lima casi todos los años. Miembro de una familia judía de ascendencia polaca y rusa, conoció desde niño la reflexión permanente. Su padre era psicólogo y profesor, y fomentó en él una actitud curiosa. “Cuando decía algo, ya sea sobre el clima, el deporte o la política, él me preguntaba por qué, hacía que yo defendiera mi punto de vista. Aprendí por eso a pensar, a hacer argumentos”, recuerda el hoy profesor de Gobierno y Estudios Sociales de la Universidad de Harvard. Otro valor que heredó de su padre fue la tendencia política: el progresismo. Cuando era joven, Steven simpatizaba con la revolución sandinista de Nicaragua. Todo cambió cuando visitó ese país en 1988 y vio de cerca los abusos que cometían los propios revolucionarios. Conoció la inconsistencia, el doble rasero, el artificio político. Se convirtió en alguien más escéptico, pero también más un analista equilibrado. Un intelectual capaz de desenmarañar los hechos y encontrarles una lógica.
–Tal vez la mayor tentación del politólogo es la de oficiar de oráculo y predecir el futuro. Por ejemplo, Carlos Meléndez sostuvo dos meses antes de las últimas elecciones que Humala no ganaría, y después reconoció que el escepticismo había sesgado su análisis. ¿Por qué ocurre esto?
–Yo odio predecir. La realidad depende de miles de factores y cambia rápidamente. En América Latina hay más predicciones que en Estados Unidos porque los medios interactúan mucho más con los intelectuales. Allá a nadie le importa lo que dicen los politólogos. En Estados Unidos no me entrevistan nunca, nadie me pregunta qué va a pasar. El único evento en el que los politólogos gringos predicen son las elecciones presidenciales. Entonces usan modelos estadísticos muy desarrollados, y la verdad, suelen acertar. En el Perú predecimos porque los medios nos buscan. Todos hemos fallado alguna vez.
–¿Cuándo fallaste tú, por ejemplo?
–Cuando afirmé en las páginas de DOMINGO, a fines de los noventa, que el Apra tenía que deshacerse de Alan García para volver al poder. Me equivoqué. García volvió a Palacio el 2006.
–Cuando dijiste en la última campaña electoral que mientras que de Humala podíamos tener dudas, de Keiko Fujimori teníamos pruebas, ¿no fuiste algo optimista con el nacionalista?
–No. Yo tenía dudas sobre Humala. La frase salió en una entrevista de PuntoEdu, no fue un eslogan pensado para la campaña. Mónica Delta había dicho en su programa, un poco antes de la primera vuelta, que de los cinco candidatos había cuatro demócratas y uno autoritario, que era Humala. Yo dije: “Bueno, si queremos pruebas de autoritarismo, solo hay una fuerza que ha gobernado, la fujimorista”. Humala tampoco era de mi preferencia, pero por lo menos su performance era una interrogante.

–O sea, no apostaste por Humala.

–No. Como para muchos otros, para mí era el mal menor.
–Otra crítica que hacen a los politólogos peruanos es su falta de trabajo de campo para emitir opiniones con sustento científico. Hace poco, Meléndez escribió: “Nos hemos refugiado en escritorios de catedráticos y en blogs rejuvenecedores que complementan el narcisismo de estantes repletos de nuestros propios libros […]”. ¿Qué piensas de esto?
–Tiene razón. Todos los politólogos, en algún momento de nuestra carrera, tenemos que ir al campo, ensuciarnos las botas y sentir la política de verdad. Meléndez es buen ejemplo de esto: viaja mucho y conversa con la gente; él conoce el Perú mejor que muchos politólogos peruanos. Pero esto es solo una parte del trabajo. Hablar con la gente no garantiza que desarrolles una teoría innovadora. Samuel Huntington, uno de los politólogos más famosos de Estados Unidos, jamás salía de su escritorio. No sé cómo, pero el tipo entendía muy bien de política sin salir a la calle. Pero para la gran mayoría de seres humanos es indispensable hacer trabajo de campo.
Los e-mails de Aldo Mariátegui
El profesor de Harvard pasó todo un año (parte del 2010 y parte del 2011) observando las elecciones municipales y generales peruanas. Hoy dice que tal vez lo que más aprendió de aquellos días fue la realidad del fujimorismo desde adentro: pasó varios días conversando con congresistas y dirigentes de ese movimiento. “La política peruana es muy difícil de entender, mucho más que la de Argentina”, dice. Todo este tiempo, luego de la frase de las dudas y las pruebas sobre Fujimori y Humala, ha debido lidiar con la arremetida de analistas y periodistas de derecha.
–Los sectores más conservadores te han lanzado varios puyazos. Aldo Mariátegui, por ejemplo, te ha llamado “caviarón yanqui”.
–No sé qué quiere decir caviar. Si caviar es una persona de clase media o media alta con ideas progresistas, claro que soy caviar. Los académicos en todo el mundo son mayoritariamente progresistas. No entiendo el punto. Ahora, mis gustos son un poco populistas. No me gustan los restaurantes finos. En Estados Unidos almuerzo y ceno en lugares muy básicos, muy humildes. Me visto mal. No gasto mucha plata. Quizá no soy caviar.
–¿Es cierto que Aldo Mariátegui y tú conversan en los cafés?
–Aldo y yo nos comunicamos casi todas las semanas por e-mail. Aldo es Aldo, le gusta pegar y tirar bombas. Yo nunca concuerdo con sus puntos de vista. Más que conversaciones pesadas o intelectuales, nos jodemos en tono de broma. Converso con él porque en una democracia no debe haber enemigos.
 EL DILEMA DEL FUJIMORISMO
 El triunfo electoral del PRI en México demuestra que los políticos autoritarios y corruptos pueden volver al poder si es que quienes los suceden demuestran ineficiencia en el manejo económico y social del país. ¿Ves al fujimorismo con posibilidades de gobernar de nuevo el Perú?
Sí, claro. Ahora, hay algunas diferencias entre México y Perú. El PRI es un partido fuerte, que controlaba 20 de los 32 estados mexicanos y tenía la mayor presencia en el Congreso antes de las elecciones. Durante sus años de gobierno, México fue el país que más creció económicamente de Latinoamérica. Entonces, mucha gente tiene un grato recuerdo del PRI. El fujimorismo no es un partido muy fuerte. El porcentaje de votantes con identidad fujimorista se calcula entre el 10 y el 20 por ciento. Y si bien hay gente que recuerda con buenos ojos su desempeño, la memoria de la corrupción y autoritarismo sigue siendo bastante fuerte.
¿El fujimorismo es lo más parecido a un partido político en el Perú de hoy?
Probablemente el Apra sea lo más parecido a un partido político. El fujimorismo tiene condiciones de consolidarse como partido, tiene cierta militancia, cierta mística. Sin embargo, hoy no está tan fuerte como en el gobierno de Toledo, cuando se sentía víctima de una persecución política.
Fuente: Diario La República, revista "Domingo". 15 de julio del 2012.

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