¿Por qué la ciencia política no previó los cambios en el mundo árabe?
Farid Kahhat (Internacionalista)
En un ensayo publicado en abril de 2010, el novelista egipcio Ala Al Aswany decía lo siguiente sobre su país: “la situación puede explotar con fuerza en cualquier momento”. Al igual que los politicólogos, Al Aswany no estaba en condiciones de predecir ni el cuándo ni el cómo de ese eventual estallido. Pero a diferencia de los politicólogos (que suelen centrar su atención en los actores políticos formales y los incentivos que provee el entramado institucional bajo el cual tiene lugar su interacción), Al Aswany creía haber identificado un magma social en ebullición, con consecuencias políticas previsibles: tarde o temprano, aquel habría de producir una erupción volcánica que podría poner fin a un orden autoritario que hasta la víspera parecía esculpido en piedra.
El carácter fortuito de los hechos que operaron como detonante en cada uno de los estallidos ulteriores (V., la inmolación a lo bonzo de un vendedor de frutas en Túnez, el trato vejatorio de las autoridades contra unos escolares por pintar grafitis en Siria, una marcha de los familiares de presos fallecidos durante un motín carcelario en Libia, etc.), sugieren que Al Aswany tenía razón. Sugiere lo mismo el que se replicara en otros países la experiencia que operó como detonante en Túnez (V., individuos que se prendían fuego en lugares públicos), sin producir resultados similares. Parafraseando la metáfora leninista, en ausencia de un trasfondo social que fungiera de combustible, una chispa no bastaba para incendiar la pradera. Aunque de modo implícito antes que explícito, y desde el ensayo antes que desde la investigación académica, Al Aswany sugiere una perspectiva de lo político cercana a la que postulaba Samuel Huntington en su crítica a la teoría de la modernización. Así, mientras esa teoría preveía sinergias entre las distintas facetas del proceso de modernización, Huntington observó que niveles ascendentes de desarrollo económico y social tendían a producir golpes de Estado y revoluciones (entre otras formas de inestabilidad política), antes que una transición pausada hacia la democracia representativa. Y su explicación de esa paradoja era la distancia que existe entre las expectativas de una población que alcanza cierto grado de movilización, educación y medios económicos, y un sistema político que no ofrece canales institucionalizados de participación. Si añadimos el denominado “Capitalismo de amigotes” (en donde las conexiones políticas son la principal explicación de las utilidades empresariales), esa podría ser una buena descripción de lo que aconteció en Túnez y, en menor medida, en Egipto, países cuyos índices de desarrollo humano se elevaron en un 30 y un 28% respectivamente entre 1990 y 2010. Precisamente por eso Francis Fukuyama reivindica la perspectiva de Huntington por oposición a la evolución posterior de la ciencia política. Según él, “Huntington fue uno de los últimos estudiosos de las ciencias sociales que intentó entender los vínculos entre los cambios políticos, económicos y sociales de forma global”.
Ahora bien, podrían esgrimirse varios argumentos para explicar por qué los politicólogos no pudieron prever los cambios en curso en el mundo árabe. Un primer argumento es que quienes creen que las ciencias sociales deberían ser capaces de predecir y controlar la evolución de su objeto de estudio, no entienden las diferencias entre el objeto estudio de las ciencias sociales y el de las ciencias naturales (por ejemplo, a diferencia de los insectos que estudian los entomólogos, las personas son capaces de comprender las teorías que pretenden explicar su conducta, y de modificar su conducta en respuesta a su comprensión de esas teorías). Peor aún, tienen una comprensión errada de las ciencias naturales: la astronomía, por ejemplo, tiene una gran capacidad predictiva, pero no tiene mayor capacidad para influir sobre los cuerpos celestes que constituyen su objeto de estudio. Y la teoría de Darwin explica la evolución de las especies, pero no hace mayores predicciones sobre su derrotero futuro. No en vano quienes creen lo contrario están en buena compañía cuando yerran: la mayoría de los politicólogos no pudo prever los cambios en el mundo árabe, de la misma manera en que la mayoría de los académicos en economía (la ciencia social que más ha avanzado en el propósito de emular a las ciencias naturales), no pudo prever la “Gran Recesión” de 2008.
A su vez, quienes dentro de la ciencia política creen que las ciencias sociales deberían aspirar a tener una capacidad predictiva, podrían alegar que las explicaciones de las revueltas basadas en variables estructurales casi siempre lo hacen de manera post hoc (es decir, después de ocurridos los hechos). Suelen por ello padecer de un “sesgo retrospectivo”, lo cual implica que pueden construir explicaciones que parecen calzar los hechos ya conocidos, pero que no tienen mayor capacidad predictiva. Y aunque la predicción de Al Aswany fuera acertada, en ausencia de una explicación rigurosa sobre la razón por la que una determinada secuencia de eventos es considerada necesaria, podría tratarse de una coincidencia tan afortunada como espuria.
Fuente: América Economía. 25 de mayo del 2012.
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