El Mito de la Interculturalidad
Por: Alfredo Barnechea (Periodista y analista)
Con ocasión de la transmisión de mando, un grupo de peruanos se reunió con uno de los dignatarios asistentes. En la conversación que se generó, uno de los asistentes le dijo que los conflictos sociales se producían porque no se respetaba la “interculturalidad” –y casi todo el resto apoyó esa opinión.
Como la “renta natural” ordena la economía peruana, los conflictos que la “traban” constituyen un debate crucial. Casi dos tercios de las exportaciones vienen de los metales. Si les agregamos todas las que salen de la tierra (incluidas las que se transforman en manufacturas), el grueso de lo que el país intercambia con el mundo viene del suelo. De hecho, históricamente, el Perú ha sido, básicamente, un país minero.
Discrepé de esa posición porque encuentro que refleja una confusión –si no un oportunismo intelectual (y político). Por tanto creo que es útil explicar por qué, sin revelar nombres de los protagonistas.
La palabra “interculturalidad” no aparece en el Diccionario de la Academia. Tampoco “culturalidad”. Aparecen, sí, “inter”, que viene del latín (“entre o en medio”), y por supuesto cultura (“conjunto de modos de vida y costumbres”). Debemos asumir que los conflictos se producirían por no respetar la “cultura” de los pueblos.
En el Perú, los conflictos sociales están atados principalmente a los recursos naturales. ¿Por qué se producen?
La democracia no es sino un sistema a través del cual se organizan las presiones económicas. Así, los conflictos se producen como una manera de presionar para obtener una parte de la “renta natural”. Por tanto, no es en primer término un tema “cultural” sino económico.
El problema es enseguida político: como hay una crisis de “representación”, no existiendo canales políticos, la protesta es la manera de “participar”.
Otra dimensión política de esa “crisis de representación” (otra de cuyas dimensiones es la ausencia o crisis de partidos) es que nadie confía en el Estado, ni en su competencia ni en su imparcialidad: “el Estado no va a defenderme”.
En tercer lugar, es un problema “legal”. ¿De quién son las cosas? ¿Cómo distinguimos la propiedad del suelo de la del subsuelo? El derecho heredado de España (y Roma) es diferente del derecho sajón. Asimismo, la propiedad ha sido siempre históricamente confusa en el Perú. Hay por tanto una competencia de “propiedades”. ¿A quién me dirijo? ¿Ante quién protesto?
La idea de la “interculturalidad” alude indirectamente a un país en dispersión, como si estuviera en una vía parecida a los países balcánicos. El Perú es por supuesto un país multicolor, probablemente como herencia desde las behetrías preincas, pero tiene una vocación unitaria.
Tres cuartas partes de su población es ya urbana. Acaso el 2021 dos tercios vivirán en menos de diez ciudades. Las ciudades no solo son gigantescas “aglomeraciones” sino vehículos de unificación cultural.
Todo esto no significa que no haya problemas culturales, ni de inclusión social, pero ellos enmascaran otra cosa. En su magnífico libro ‘Viajes con Herodoto’, Kapuscinski dice que en la India “conflictos con un fondo del todo diferentes –social, religioso, económico– podían tomar la forma de una guerra de lenguas”.
En el Perú podrían disfrazarse de conflictos “culturales” pero no son sino conflictos por el reparto de la “renta natural”. Si el derecho lo permitiera, y hubiera algo parecido a lo que tiene Alaska (un cheque neto entregado a los involucrados directamente, “físicamente” en un recurso natural), ¿cuántos conflictos sobrevivirían? Sería interesante comparar cómo resolvieron Australia, Canadá, o Noruega, estos problemas.
En suma, enfocar este problema crucial como un tema cultural es una falsificación. Aunque quizá “falsificación” no sea la palabra correcta. Al fin y al cabo, en arte una falsificación es una copia (real aunque no autenticada) de algo existente. Estamos más bien ante una “invención”, y una invención que, al confundir el problema, confunde (y dilata) las soluciones.
En suma, el problema que tenemos es cómo se reparte la renta natural (qué le toca, de verdad, a cada quien y cómo se distribuye equitativamente). Esto, a su vez, está conectado a cómo reorganizamos políticamente la sociedad peruana, empezando por la política, ya que, como no hay adecuada organización política, ni derecho, los conflictos se desbocan.
Zygmunt Bauman se hizo célebre con su concepto de la “modernidad líquida”. El Perú se transformó, en nuestras narices, en una sociedad “líquida”: una sociedad en estado fluido, por tanto volátil, sin valores sólidos, donde los lazos potentes del pasado (esto se ve sobre todo en la política) han sido reemplazados por lazos frágiles y provisionales.
El problema no es la “interculturalidad”: es político y económico.
Fuente: Revista Caretas (Perú). 01 de septiembre del 2011
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¿Descartar la interculturalidad?. José Ignacio López Soria.
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