lunes, 14 de mayo de 2012

El Estado Burocrático de los ochentas y el Estado Neoliberal de los noventas.



Estado

Por: Eduardo Dargent (Politólogo)

En las últimas semanas se han acumulado noticias referidas a la debilidad del Estado peruano. En el sector pesquero una viceministra técnica tiene el coraje de enfrentarse a lobbies vinculados a la pesca de la merluza y presentar su renuncia. Esta denuncia pública muestra un ministerio precario, con oficinas que carecen de capacidad técnica y funcionarios poco calificados en puestos clave. En otro país, el Congreso o la Fiscalía ya estarían investigando el tema y tendrían al ministerio patas arriba, pero aquí brillan por su ausencia.

El gobierno muestra sus limitaciones en el VRAE. El ministerio de Energía y Minas cede frente a mineros informales, quienes controlan amplias zonas del territorio. Los choferes de transporte público acumulan papeletas impunemente. Todos estos fenómenos muestran la debilidad de distintas dependencias del Estado, subordinadas, ignoradas o apabulladas por intereses privados y políticos.

En los ochenta conocimos los excesos de un Estado burocrático. Empresas públicas en quiebra eran utilizadas como agencias de empleo. Obras monumentales se construían sin presupuestos técnicos. Una regulación excesiva resultaba funcional a funcionarios corruptos, encargados de otorgar licencias para todo tipo de actividades.

Se dijo en los noventa que se reduciría el Estado para hacerlo más fuerte. Pero quienes realizaron las reformas, tal vez por su ideología antiestatista, fueron mucho mejores demoliendo que construyendo. Había mucho que destruir, por supuesto, pero el mayor reto era poner las bases para un Estado diferente. Claro, es difícil que quienes no creen en el Estado puedan reformarlo. Se despidieron a burócratas pero no se reformó la burocracia. Se crearon islas de eficiencia pero no se adoptaron criterios meritocráticos de selección de personal. Tampoco se crearon instancias capaces de regular con agilidad suficiente el creciente poder de la empresa privada. Y tal vez haya menos margen para la corrupción menuda de licencias y sellos, pero varios escándalos muestran que todavía queda amplio espacio para la gran corrupción de privatizaciones, concesiones y obras públicas.

No creo que este Estado débil sea, como señalan algunos, una consecuencia del modelo económico. El Estado neoliberal actual tiene grandes continuidades con el Estado interventor de los ochenta. Es el mismo Estado débil, incapaz de regular eficientemente actividades ilegales como el narcotráfico, contrabando y terrorismo, y los intereses privados. Algunas islas de eficiencia se salvan, pero son la excepción. Esto es un enorme obstáculo para cualquier gobierno, pues más allá de las buenas o malas intenciones, dificulta la implementación de cualquier tipo de políticas públicas. Y parece ser que este gobierno, como los anteriores, tampoco tiene ideas claras sobre cómo enfrentar el problema.

PD: Toda mi solidaridad con Gastón Garatea, un ser humano excepcional. Indigna ver una institución que sanciona injustamente a uno de sus mejores soldados, mientras que arrastra los pies o calla frente a eventos abominables.

Fuente: Diario 16 (Perú). 13 de mayo del 2012.

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